Si estaba ahí, vi cómo se desplomó al suelo, vi como cayó y decidí ir a ayudar, era pequeña y frágil, así que la lleve a mi casa, sabía mi madre que no la dejaría irse jamás, pero aun así no me detuvo, le cambie sus ropas sucias, y trate de hidratarla un poco, ¿Qué le había pasado?, se ve nunca había vivido en la calle, no era posible que se perdiera, el lugar era pequeño, la acostó en la cama y la dejó reposar.
Mientras tanto fui a ayudar a unos deberes de la casa, no dejaba de pensar en esa chica era bonita, tendría unos ¿13 años? No sabía, moría de ganas porque despertara, quería respuestas.
Y despertó era más bonita con sus ojos abiertos, si creo que fue amor a primera vista, le ofrecí quedarse en mi casa, ella accedió con un poco de temor en sus ojos.
Makoto era su nombre, no podía haber criatura más hermosa en todo el planeta, sus ojos, la forma en que me miraba, parecía que cada día más se enamoraba de mí, y claramente yo de ella, lo único que sabía era que se había ido de casa, pero ¿Por qué? Era aún una niña, sus facciones reflejaban infancia. Claramente no sabía cocinar ni lavar, pero fingía que sabía eso desde que nació, se esmeraba mucho en poder lograr sacar un huevo estrellado de la sartén, qué hermosa se veía haciendo esos intentos para mí.
A veces Makoto murmuraba entre sueños algo así como: “peligroso” “no debes estar aquí”, aquí ¿Quién? ¿Ella o yo?, lo único que me temía es que esa anciana que rondaba por la pequeña ciudad desde hace unos meses le hubiera dicho algo no sé si lo hizo.
Le ponía empeño día con día, mientras iba a trabajar tenía miedo que se fuera a ir y no la fuera a ver jamás, no podía trabajar tranquilo, con ese miedo pesando en la espalda, cuando volvía a comer y ella estaba ahí se relajaban mis músculos, y casi todo el peso se iba, pero regresaba cuando yo me tenía que volver a ir.
Ese día, ese maldito día, solo a mí me tenía que pasar, era un sábado, sólo trabaja medio día, pero estaba más estresado a que se fuera a ir, en la mañana le había gritado por accidente, se me salió, pues me hizo enojar que no tuviera calcetines limpios, pero yo le rogué su perdón, me dijo que era su culpa por no ter las cosas listas pero me sentí culpable, y ahora rondaba ese miedo constante de que me dejara.
Mis compañeros trataron de tranquilizarme:
-¡Akemi!, tranquilo, no se te va, es más hoy es sábado de paga, vamos por una cerveza, eso te tranquilizara un poco-, dijo unos de sus compañeros
-No, la verdad quiero regresar a casa, quiero saber si ella está ahí- contesto Akemi, quería regresar.
Le insistieron por más de media hora hasta que Akemi accedió.