Se ama pero no se compra

Capítulo II. El futuro incierto

—Señor Lario, tome asiento por favor.

—A juzgar por su rostro, no son buenas noticias —dijo resignado.

—La junta directiva se reunió y tomamos una decisión respecto a su futuro en esta Universidad

—¿Pierdo el semestre, cierto?

—Me temo que algunos miembros del Consejo, creyeron oportuno sentar un precedente con usted, para advertir a los estudiantes sobre futuros altercados.

—¿Eso qué significa? No pueden quitarme la beca; estudié en Rolloway toda mi vida y conozco bien el reglamento…

—Ha sido expulsado —interrumpió sin inmutarse.

—Es ridículo —sonrió nervioso, abriendo enormes sus ojos marrones, incrédulo—. Ustedes no pueden hacer eso, no sin permitirme el derecho a una defensa.

—No es un juicio señor Lario; ya no estamos en la escuela secundaria. Aquí somos adultos y, como tales, debemos hacernos cargo de nuestros actos y asumir las consecuencias.

—¡No lo haga! —vociferó como una súplica—. Le prometo que me disculparé con todo el mundo; no volverá a saber de mí, jamás seré un problema para nadie, lo juro.

—La decisión ya fue tomada —sentenció.

—Pero no entiende —musitó tomándose los pelos, ensayando en vano una escena para la que no estaba preparado—; estas carreras son todo lo que tengo, mi futuro entero está puesto aquí.

—En serio me apena, pero debió pensando antes. Sus antecedentes, terminaron por dejarnos sin opciones.

—¿Cuáles antecedentes? —preguntó frunciendo el ceño.

—Los mismos que lo alejaron de Universidades más rimbombantes o lo hicieron renunciar a su cargo como presidente del estudiantado el año pasado.

—Eso nada tuvo que ver conmigo —se exaltó, con la respiración agitado, amontonando las palabras en su boca—. Si le pregunta al director Estrada, él le dirá que…

—Tiene diez minutos para llevarse sus pertenencias de su habitación —interrumpió.

—Seguro hay algo que usted pueda hacer…

—¿Disculpe?

—Le ruego hable con los directivos otra vez; mi madre va a morir de la desilusión.

—Ese no es problema mío —respondió mientras acomodaba las solapas de su saco a cuadros.

—¿Solo somos números para ustedes verdad?

—Ay Santino —suspiró—. ¿Te llamas Santino, verdad? Tengo entendido que eres un niño genio, uno de esos prospectos que nace una vez cada tanto y estoy convencido de que hallarás tu camino en esta vida. ¡Velo de este modo! Tal vez esta Universidad sea una celda para ti, la prisión que te impide desarrollar al máximo tus habilidades y llegó el momento de desplegar las alas.

—¿Está bromeando?

—Solo intento que no se desmorone —se excusó—. Tiene mucho potencial.

—¡Púdrase!

—¡Cuidado jovencito! —vociferó dando un puñetazo a la mesa, mientras se ponía raudamente de pie—. Te aconsejo no poner a prueba mi paciencia o te aseguro que lo lamentarás.

—¿Amenaza a un estudiante? —sonrió.

—Advierto a un bandolero sin presente, que aún está a tiempo de no arruinar también su futuro.

—Usted me lo acaba de arrebatar.

Fue lo último que dijo Santino antes de dar un portazo y retirarse de la oficina del rector, cabizbajo, con la indigerible sensación de haber quedado a la deriva, a merced de un destino oscuro que ni siquiera alcanzaba a divisar.

Ya había transitado momentos difíciles pero ninguno como el que ahora lo atropellaba. De hecho, cuando ató su futuro a la conducta de Martina, el año anterior, cuanto mucho hipotecaba la estadía en una Universidad más prestigiosa, pero nunca, ni antes ni ahora, barajó la posibilidad de quedarse con las manos vacías, en pampa y la vía, añorando despertar con urgencia de la pesadilla que lo abrumaba.

Sin duda lo más difícil era enfrentar a sus padres, en especial a su mamá. El sueño del hijo recibido, triunfando en las grandes ligas, estaba terminado antes de iniciar y no existían palabras que pudieran edulcorar o cuanto menos maquillar lo que a todas luces era un desastre.

Tardó cerca de tres horas en llegar a su casa. Se detuvo en cada esquina, en cada parque, en cada negocio a contemplar sus sueños alejándose despacio, mientras pensaba la forma menos dolorosa de hacer públicas las malas noticias.

Tal como lo esperaba, Irma lloraba desconsolada en la parte trasera de su local, lamentando el ensañamiento que la vida parecía tener con su hijo y la soledad con la que Santino debía afrontar el mal trago, puesto que, a pesar de derribar la muralla sentimental que lo resguardaba del exterior, y abrirse en los últimos meses a las relaciones sociales, no había nadie acompañándolo en este difícil momento, tendiéndole una mano, prestándole un hombro donde desahogar las penas o, cuanto menos, brindándole una palabra de apoyo. Estaba solo como siempre lo estuvo, era él contra el mundo; o al menos eso pensaba.

Del otro lado de la vereda, disfrutando de un receso tranquilo, alejado de los conflictos y las malas artes, Alex se preparaba para retornar a la Universidad, a la vez que maquinaba decenas de artimañas para quitar del juego a Hernán y ver así reflotadas sus posibilidades de reconquistar a Martina.



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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