Se ama pero no se compra

Capítulo XII. Suerte de principiante

Dicen que todos, a lo largo de nuestras vidas, necesitaremos una segunda oportunidad; sin embargo, hay quienes sostienen que no todos merecen el derecho a la redención. Ya sea por la gravedad de sus fallos o por una actitud irreconciliable con el perdón, algunos deberán esforzarse al máximo y demostrar, ante un jurado exigente y desconfiado, que ya no son lo que fueron y que sus promesas no se agotan en palabras vacías, sino que se manifiestan con hechos concretos que hablan por sí solos.

Aunque todos en Rolloway pudieran verse identificados con aquella premisa, lo cierto era que Alex Morgan era sin duda el más desesperado por lavar su imagen y retomar la senda de la honestidad que alguna vez supo caminar. Por eso, mientras todavía se experimentaban los temblores de las verdades que salieron a la luz, no quiso perder el tiempo y salió en busca de su futuro. Consciente de que el panorama que se avistaba en su horizonte no podía ser peor, avanzó en la dirección más segura, con la ilusión de detener la caída y hallar una plataforma firme y amena desde donde emprender la remontada.

—¡Sofía! —gritó mientras cruzaba la avenida por el medio de la calle, sin importarle los semáforos.

—¿Alex? —preguntó frunciendo el ceño.

—Sabía que te encontraría aquí —dijo mientras recuperaba el aire—. Necesito hablar contigo.

—Te escucho —dijo con un gesto adusto, abandonando la boutique que administraba su hermana mayor.

—¿Cómo van las ventas este año? —preguntó tragando saliva, evitando ir al punto.

—Mejor de lo previsto —sonrió anonadada—, pero no creo que hayas venido a preguntarme sobre el negocio familiar.

—A decir verdad… te necesito.

—Si estás aquí porque deseas recomponer tu relación con Martina, me temo que no puedo ayudarte —sentenció—. Sabes que te quiero, pero ella es mi mejor amiga y básicamente estás cosechando lo que sembraste; y no me siento cómoda estando en el medio, lo lamento.

—Lo entiendo —dijo tomándola del brazo para evitar que se marchara—. Sé que merezco lo que me pasa, pero no estoy aquí para hablar de Martina.

—¿Entonces?

—Quiero volver a ser tu amigo.

—¿De qué estás hablando? —sonrió—. ¡Somos amigos!

—Cuando te envié esa carta, haciéndome pasar por Santino; lastimé nuestra relación —dijo tragando saliva, con sincera congoja— y, en verdad, quisiera volver el tiempo atrás y no comportarme como un idiota pero eso ya no tiene remedio.

—Me alegro que recapacitaras, pero créeme que no existe tensión entre nosotros; al menos de mi parte no hay ningún resentimiento.

—No sabes cuánto me alegra oír eso —suspiro—, y me preguntaba si no sería mucho pedir…

—¿Qué cosa?

—¿Quieres almorzar?

—¿Acaso estás invitándome  a salir? —preguntó mordaz.

—Solo un almuerzo de reconciliación —se sonrojó—, pero podríamos llamarlo cita.

—Muero de hambre.

Con la emoción de haber completado la primera fase de su plan, consciente de que Sofía era, en este contexto, el hueso menos duro de roer, no podía evitar sentir que por fin estaba cambiando su suerte, y solo era cuestión de tiempo hasta que su vida se enderezara por completo. Sin embargo, nunca debes cantar victoria antes de tiempo porque nunca se sabe en qué momento o por qué resquicio, puede volver a colarse la mala suerte y enmarañarlo todo.

Así, mientras se permitían disfrutar del combo del día, en una afamada cadena de comidas rápidas, la calma se vio interrumpida por la intempestiva llegada de Úrsula y su sed casi obsesiva por la ley del talión.

—¡Los vi por la ventana y sentí la imperiosa necesidad de hablar con ustedes —dijo Úrsula mientras le robaba una papa frita a Sofía.

—Mira —carraspeó Alex—, no lo tomes a mal pero estamos almorzando en paz y no queremos que nos caiga mal la comida.

—Si vas a indigestarte no es por mi presencia sino por tu contaminado cerebro.

—¿Acaso viniste a insultarme?

—¡Pueden parar! —vociferó Sofía con las palmas hacia abajo, reclamando una tregua—. Nos está observando toda la gente y odio ser el centro de atención de un escándalo.

—Sí, olvidé que eras la princesa Sofía —dijo Úrsula con un dejo de ironía mientras continuaba saqueando las papas fritas de sus amigos.

—¿Y a qué debemos el agrio placer de tu compañía?

—Estuve pensando y no debemos quedarnos de brazos cruzados, tenemos que pasar a la acción.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Alex frunciendo el ceño.

—Ya saben lo tonta que es Martina y cómo terminará perdonando a Hernán cuando vaya arrepentido con algún regalo importante.

—Creo que estás proyectando —se burló Sofía.

—Solo digo que ningún castigo es suficiente para ese desgraciado.

—Algo me dice que estás por  proponernos una pésima idea…

—Santino es nuestro amigo y fue expulsado…



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En el texto hay: jovenes, pasion, desamor

Editado: 02.08.2020

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