La invitada
Febrero de 2017
Las lágrimas caían por las mejillas de Sara mientras relataba la historia. Amaya no fue capaz de hacer otra cosa que no fuera asentir y tocarle el hombro. En cambio, Bruno solo la miraba embelesado, como si aún no pudiera creer que estuviera viva, que estuviera allí sentada en su sofá.
—Lo demás ya lo sabéis. Teresa dijo que tú harías creíble la mentira, así que escribí un diario como si hablara contigo, pero quería que supieras toda la verdad, por eso conté el secreto con nuestro código —les explicó Sara, mirando a Amaya—. Era sencillo pero imposible de descifrar para alguien que no fueras tú. Puse el diario en manos de Diego, sabiendo que te lo llevaría cuando desapareciera y, entonces, volverías a casa. El plan salió a la perfección.
—Pero eso no fue lo que pasó —le dijo Amaya.
—¿No? —quiso saber Sara, extrañada—. ¿Y qué fue lo que pasó?
—Diego me lo dio a mí —intervino Bruno—. Antes de que desaparecieras. Y yo lo hice volver a Ami para que me ayudara a averiguar qué estaba pasando.
—¿Y por qué hizo eso Diego?
—Creo que Diego estaba muy preocupado por ti —añadió Bruno—. Y no acababa de fiarse de Teresa.
—Me ayudó muchísimo a saber quién soy, pero nunca acabé de confiar en él al cien por cien porque era demasiado amigo de Teresa, aunque es cierto que siempre fue muy cordial conmigo —dijo ella pensativa—. Tenéis que contármelo todo, porque solo sé lo que he leído en los diarios, y no era capaz de discernir qué podía ser cierto y qué no.
Amaya le relató la investigación, su vuelta al Valle, sus descubrimientos sobre Reno, Saúl, Teresa y Miguel, y el fatídico desenlace final.
—Pero, ahora que estoy aquí, podríamos intentar contactar con alguien. Con papá o Teresa. Tienen que haber dejado un mensaje. ¿Dónde está Diego? Él tiene que saberlo.
Bruno se inclinó hacia delante en el sillón, tapándose la boca con las manos mientras miraba a Amaya, y ella sintió el frío recorriendo su cuerpo. Sara pensaba que su padre estaba vivo, que todo formaba parte del bulo de Teresa y que su vuelta al Valle no era una simple casualidad.
—Sara... —Amaya no encontraba las palabras adecuadas para decírselo.
—No —la cortó Sara rápidamente—. No. ¿No lo veis? Es un truco, tiene que ser un truco. Mi cuerpo apareció y yo no estaba muerta. Papá no puede estar muerto. Es un truco. Seguro que Reno lo descubrió e inventaron un nuevo plan. Y Teresa... Mi padre no confesaría haberme matado porque nunca me mató, ¿lo entendéis?
—Sara, es real —la interrumpió—. Yo vi el cuerpo de Teresa, la vi muerta. Y a tu padre también. Lo siento mucho.
Sara miraba a Bruno y a Amaya, pasando la vista de uno a otro sin pararse más de un par de segundos en ninguno de ellos.
—¡No! —Sara se levantó del sofá—. ¡No! ¿No lo veis? Tiene que haber un plan. Tiene que haber... —Sara se dejó caer al suelo, llorando sin control— un plan —añadió entre sollozos.
Amaya miró a Bruno sin saber qué hacer, pero él parecía igual de confuso que ella. Finalmente, Bruno se levantó del sillón y se agachó al lado de Sara.
—Tienes que descansar, ¿vale?
—Sí. —Sara asintió con la cabeza, entre sollozos. Tenía los ojos rojos y la cara colorada, y abría y cerraba la boca sin saber qué decir.
—Te prepararé algo de comer, te darás una ducha y te irás a dormir. Y mañana... Mañana ya pensaremos qué hacer, ¿sí?
Sara volvió a asentir y Bruno la ayudó a levantarse, la dejó al lado de Amaya en el sofá y fue hacia la cocina para preparar la cena. Antes de abrir la despensa miró a Amaya, por si también quería cenar, pero ella le dijo que no con la cabeza. Amaya no podía comer nada en aquellos momentos, ni siquiera podía pensar con claridad, así que se limitó a acariciar la espalda de Sara para que se tranquilizara, pero ella se apoyó en su regazo, llorando en silencio. Acarició su pelo suavemente, metiéndoselo detrás de la oreja, perfilando el lóbulo y tocando su cara hasta llegar al mentón. Después le limpió las lágrimas y volvió a repetir el proceso, una vez tras otra hasta que Bruno acabó de hacer la cena.
Sara no se acabó el sándwich, pero se bebió dos copas de vino bien cargadas. Bruno le dejó una toalla y ropa cómoda y Amaya la acompañó a la ducha. Sara contestaba a las preguntas de su amiga de la infancia con monosílabos y no era capaz de centrar la mirada.
—¿Estarás bien si te dejo sola?
—Quédate —le pidió.
—¿No prefieres intimidad?
—Llevo meses sin ver a nadie, no quiero estar sola nunca más.
Amaya asintió y se sentó en el suelo del baño, al lado de la puerta. Sara se desnudó sin prisa y sin vergüenza por tenerla allí con ella. Amaya esperó a que se duchara, sin hablarle, pensando en qué debía hacer aquella noche, y cuando Sara terminó, la ayudó a vestirse.
—Te prometo que vamos a averiguar qué está ocurriendo —le dijo Amaya.
Sara la miró con atención y frunció el ceño.
—Necesito hacerte una pregunta y quiero que seas muy sincera —susurró Sara.
—Claro —le contestó rápidamente, confusa por ver a Sara de nuevo tan centrada.