Secretos en la Guerra: Luna y Sangre

Capítulo 26 – Cuando las Espadas Callan

El alba despuntaba sobre Vallefresno con un fulgor dorado y frío. Los rayos del sol se filtraban entre las copas de los antiguos árboles kaldorei, pintando el bosque de una luz etérea, casi sagrada. Un canto lejano de grullas surcó el aire inmóvil, y la bruma de la madrugada se deshacía lentamente sobre los caminos de tierra húmeda, entre raíces retorcidas y follaje aún perlado de rocío. El ritmo del puesto de avanzada de la Alianza había cambiado: los vigías rotaban con mayor frecuencia, los centinelas hablaban en voz más baja y los exploradores regresaban con informes cada vez más inquietantes. El corazón del bosque latía más fuerte. Algo se avecinaba. Y todos lo sabían.

El puesto de avanzada, levantado entre estructuras kaldorei reconstruidas y plataformas improvisadas de madera tallada, despertaba lentamente con el sol. Arqueras y lanceros de la noche se desperezaban junto a los fuegos casi extinguidos. Algunos comían en silencio, otros afilaban sus armas con una devoción casi ceremonial. En lo alto de una de las torres, ondeaba una bandera de la Alianza, apenas movida por el aire fresco que bajaba desde las colinas. Fue entonces cuando se escucharon pasos firmes sobre la tierra blanda. El general Valinor, con su armadura resplandeciente aún bajo la tenue luz matinal, emergió desde la tienda principal acompañado de dos escoltas. Con la compostura solemne de un comandante forjado por guerras largas y noches sin tregua, levantó la mirada hacia el claro donde Kaelion se encontraba revisando mapas.

—Sargento Lir’Thalas —dijo el general con voz grave y clara—. Las dríades necesitan un coordinador para su patrulla del crepúsculo. Que Elune nos ayude, porque no se ponen de acuerdo ni para recorrer el mismo sendero. Quiero que vayas con ellas y marques el perímetro sur. Y si esa enredadera con patas —refiriéndose a la más problemática— vuelve a discutir contigo… que se lo discuta a tu espada.

Kaelion asintió, sin una mueca. Sólo un leve suspiro contenido.

—Entendido, mi general —respondió con serenidad.

Entre la arboleda envuelta en la luz naciente, se oyó el crujir rítmico de pezuñas sobre la tierra húmeda. Thalendra, la dríade más altiva y provocadora del grupo. Su cuerpo esbelto combinaba la gracia ancestral del bosque con una belleza peligrosa: piel de un verde oscuro con reflejos ambarinos, cabellera espesa y ondulada como raíces de sauce, y ojos dorados que, en vez de transmitir la sabiduría del bosque, destilaban juicio y sarcasmo. Las flores que adornaban su melena no eran tanto ornamento natural como una declaración de superioridad estética frente a sus compañeras. A su paso, otras dríades se apartaban, no tanto por respeto como por hartazgo. Thalendra no era conocida precisamente por su espíritu de cooperación.

—¿Vieron cómo ese lancero "accidentalmente" derramó el caldo sobre sus propias botas anoche? —comentó en voz baja pero deliberadamente audible, mientras torcía una sonrisa—. Juraría que sus manos tiemblan más que las ramas con viento. Si no puede ni sostener una cuchara, ¿cómo va a blandir una lanza?

Sus palabras hicieron que dos dríades que la acompañaban soltaran una risita ahogada. Una de ellas intentó cambiar de tema, pero Thalendra no lo permitió. Su lengua era tan filosa como una daga kaldorei.

—Y no hablemos de ese tal Edric… —añadió mientras se estiraba grácilmente como quien no quiere parecer interesada—. Lo vi anoche regresar con la capa torcida y el pelo revuelto. Claro, debió tropezar con una raíz muy insistente, ¿no? O quizá alguien lo ayudó a desorientarse en el bosque… por el bien de su moral, claro.

La otra dríade soltó un jadeo de sorpresa mal disimulada, y el tono del grupo se tornó aún más venenoso. Thalendra sonrió, satisfecha de haber soltado sus semillas de discordia. Para ella, la guerra era interesante… pero el verdadero entretenimiento era observar cómo los cimientos de la unidad tambaleaban desde dentro. Por entre los árboles, sin embargo, Kaelion ya se aproximaba para iniciar el recorrido. Y aunque la dríade no lo vio aún, un leve fruncir de ceño en su rostro anunció que la mañana estaba a punto de volverse menos divertida para ella… o quizá más, según su humor. El aire estaba impregnado de rocío, y los sonidos del bosque se mezclaban con los pasos decididos de Kaelion. Su silueta esbelta, cubierta con su armadura oscura de centinela, emergió entre los árboles como una sombra elegante, pero imponente. Las dríades estaban congregadas cerca de un claro, charlando entre sí con la típica mezcla de rumor y reproche. El murmullo se extinguió cuando vieron acercarse al elfo de la noche con su andar marcial y el rostro tan inescrutable como la superficie de una laguna en calma.

—Señoritas —dijo Kaelion con un tono firme, proyectando autoridad sin levantar la voz—, traigo órdenes del general Valinor. Y con todo el respeto que merecen, esta vez no me cuestionen a mí. Si tienen algo que objetar… se lo dicen a él personalmente. Si se animan. ¿Quedó claro?

Las dríades torcieron los ojos y arrugaron los labios, pero ninguna se atrevió a contradecirlo de inmediato. Solo una de ellas soltó un suspiro dramático. Kaelion desenrolló el papiro con precisión y comenzó a leer con voz clara:

—Señorita Arraigaveloz, se le asigna vigilancia al suroeste del arroyo Pétalo Gris.
—Señorita Hojaentreluz, su puesto estará en la ruta Este, cerca del cruce con los santuarios lunares antiguos. —Y usted… —añadió, alzando la mirada con un destello apenas visible en sus ojos, dirigiéndose directamente a la más altiva de todas—. Señorita Espinasusurrante, su puesto será al norte… junto al pantano de la Serpiente Negra.



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En el texto hay: elfos, lgbt, warcraft

Editado: 17.05.2025

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