Nora.
Tengo diecisiete años cuando lo conozco.
Diecisiete años y estoy loca por Jake.
—Nora, vamos, me aburro— dice Leah, sentada conmigo en las gradas viendo el partido. Fútbol americano. No se nada de fútbol, pero finjo que me encanta porque es dónde puedo verlo. Allí, en ese campo, mientras entrena cada día.
No soy la única que mira a Jake, claro. Es el quarterback y el más buenorro del mundo... O por lo menos de Oak Lawn, un barrio residencial de Chicago, Illinois.
—No es aburrido— Le digo—. El fútbol es divertidísimo.
Leah pone los ojos en blanco.
—Ya, ya. Anda y ve hablar con él. No eres tímida. ¿Por qué no haces que se fije en ti?
Me encojo de hombros. Jake y yo no nos movemos en los mismos círculos. Las animadoras se le pegan como lapas y llevo observándolo bastante tiempo para saber que le van las rubias altas y no morenas bajitas.
Además, por ahora es divertido disfrutar de esta atracción. Se que nombre tiene este sentimiento: Lujuria. Hormonas, así de simple. No sé si me gustara Jake como persona, pero me encanta como está sin camisa. Cuando pasa por mi lado, noto como se me acelera el corazón de la alegría. Siento calor en mi interior y me entran ganas de removerme en el asiento.
También sueño con él. son sueños sensuales y eróticos donde me coge la mano, me acaricia la cara y me besa. Nuestros cuerpos se tocan, se frotan el uno contra el otro. Nos desvestimos.
Trato de imaginar cómo sería el sexo con Jake.
El año pasado, cuando salía con Rob, casi llegamos hasta el final, pero entonces descubrí que se había acostado, borracho, con otra chica en una fiesta. Acabo arrastrándose cuando me enfrente a él, pero ya no podía fiarme y rompimos. Ahora me ando con mucho más ojo con los chicos con los que salgo, aunque sé que no todos son como Rob.
Pero puede que Jake si lo sea. Es demasiado popular para no ser mujeriego. Aun así, si hay alguien con quien me gustaría hacerlo por primera vez, ese es Jake, sin duda alguna.
—Salgamos esta noche— dice Leah—. Noche de chicas. Podemos ir a Chicago a celebrar tu cumpleaños.
—Mi cumpleaños no es hasta la semana que viene— le recuerdo, aunque sé que tiene la fecha marcada en el calendario.
—¿Y qué? Podemos adelantar la celebración.
Sonrió. Siempre está a punto para la fiesta.
—No sé. ¿Y si vuelven a echarnos? Esos carnets no son muy buenos...
—Iremos a otro sitio. No tiene por que ser el Aristotle.
El Aristotle es el club más molón de la ciudad. Pero Leah tenía razón... Había otros.
—De acuerdo— digo—. Hagámoslo. Adelantemos la fiesta.
...
Leah me recoge a las nueve.
Va vestida para salir de fiesta: unos vaqueros ceñidos oscuros, un top brillante sin tirantes de color negro y unas botas de tacón hasta las rodillas. Lleva la melena rubia completamente lisa y suave, que le cae por la espalda como una cascada radiante.
Sin embargo, yo aún llevo puestas las zapatillas de deporte. Tengo los zapatos de tacón dentro de la mochila que dejare en el coche de Leah. Un jersey grueso esconde el top sexi que llevo. No me he maquillado y llevo la melena castaña recogida en una coleta.
Salgo de la casa así para no levantar sospechas. Digo a mis padres que me voy con Leah a casa de una amiga. Mi madre sonríe y me dice que me lo pase bien.
Ahora que casi tengo dieciocho años, no tengo toque de queda. Bueno, quizá sí, pero no es oficial. Siempre y cuando llegue a casa antes de que mis padres empiecen a preocuparse, o por lo menos les diga donde voy a estar, no pasa nada.
Cuando subo al coche de Leah empiezo a transformarme.
Me quito el jersey, que revela el ajustado top que llevo debajo. Me he puesto un sujetador con relleno para aprovechar al máximo mis encantos, algo pequeños. Los tirantes del sujetador están diseñados inteligentemente para ser bonitos, así que no me da vergüenza que se me vean. No tengo unas botas tan llamativas como las de Leah, pero he conseguido sacar a hurtadillas mi mejor par de zapatos negros de tacón. Me añaden unos diez centímetros de altura. Y como necesito hasta el último centímetro, me los pongo.
Después saco mi neceser de maquillaje y bajo el visor para mirarme en el espejo.
Unos rasgos familiares me devuelven la mirada. Mis ojos grandes y marrones y las cejas negras y muy definidas dominan mi pequeño rostro. Rob me dijo una vez que parecía exótica, y si, algo asi es. Aunque una cuarta parte de latina, siempre estoy algo bronceada y mis pestañas son algo más largas de lo normal. Leah dice que son postizas pero son auténticas.
No tengo ningún problema con mi aspecto, aunque a veces me gustaria ser mas alta. Es por los genes mexicanos. Mi abuela era bajita y yo también lo soy, aunque mis padres tienen una altura normal. Y no me preocupa, lo que pasa es que a Jake le gustan las altas. Creo que ni siquiera me ve en el pasillo porque estoy por debajo del nivel de su vista.
Suspiro, me pongo brillo de labios y sombra de ojos. No me paso con el maquillaje porque a mi me funciona mas lo sencillo.
Leah sube el volumen de la radio y las nuevas canciones pop llenan el coche. Sonrió y empiezo a cantar con Rihanna. Leah se une y ahora las dos estamos cantando a voz en grito la S&M.
Sin casi darme cuenta, ya hemos llegado al grupo.
Nos acercamos como si fuéramos las reinas del mambo. Leah sonríe al portero y le enseñamos nuestros carnets. Nos deja pasar, sin problemas.
Nunca habíamos estado antes en este club. Está en una parte del centro de Chicago más vieja y deteriorada.
—¿Cómo descubriste este sitio?— grito a Leah para que me oiga por encima de la música.
—Me lo dijo Ralph— grita ella y yo pongo los ojos en blanco.
Ralph es el exnovio de mi amiga. Rompieron cuando el empezó a comportarse de forma extraña, pero, por algún motivo, siguen en contacto.