Durante el resto de la cena, continúo actuando como si estuviera asustada e intimidada; aunque en realidad no actúo, lo siento así. Estoy con un hombre que habla despreocupadamente de matar a gente inocente. ¿De qué otra manera se supone que debo sentirme?
No obstante, también intento seducirlo. Son pequeños detalles, como la manera en la que me toco el pelo hacia atrás mientras lo miro, el modo en que muerdo un trozo de papaya que Beth había cortado para el postre y chupo el jugo con los labios.
Sé que mis ojos son bonitos, así que lo miro tímidamente, con los párpados medio cerrados. He practicado esa mirada frente al espejo y sé que las pestañas parecen infinitas cuando inclino la cabeza en un ángulo determinado.
No lo exagero porque no se lo creería. Solo hago pequeñas cosas que puedan resultarle excitantes o atractivas.
Intento evitar cualquier tema polémico. En vez de ello, le pregunto sobre la isla y cómo llegó a ser su propietario.
—Me topé con esta isla hace cinco años —explica Julián, mientras los labios se le arquean formando una sonrisa encantadora—. Mi Cessna tuvo un problema mecánico y necesitaba un sitio para aterrizar. Afortunadamente, hay una zona llana y cubierta de hierba justo al otro lado, cerca de la playa. Fui capaz de aterrizar sin que se estrellara por completo y reparé lo necesario. Tardé un par de días, durante ese tiempo exploré la isla. Cuando ya lo había arreglado y podía volar, supe que era el sitio que tanto ansiaba, así que lo compré.
Abro los ojos de la impresión.
—¿Tan fácil? ¿No era caro?
Se encoge de hombros.
—Me lo puedo permitir.
—¿Provienes de una familia adinerada?
Soy muy curiosa. Mi secuestrador es un gran misterio para mí. Tendré más posibilidades de manipularlo si lo entiendo un poco al menos.
Entonces, la cara de Julián se enfría.
—Algo así. Mi padre tenía un negocio exitoso, del que me hice cargo tras su muerte. He cambiado un poco el rumbo y lo he expandido.
—¿Y qué negocio es??
La boca de Julián se tuerce ligeramente.
—Importación y exportación.
—¿De qué?
—Electrónica y otras cosas —dice.
Me doy cuenta de que no va a soltar prenda por ahora. Sospecho que «otras cosas» es un eufemismo para referirse a algo ilegal. No sé mucho de negocios, pero dudo que vendiendo televisiones y reproductores de mp3 se pueda ganar tanto dinero.
Dirijo la conversación hacia un tema mucho menos
polémico.
—¿El resto de la familia también usa la isla?
Entonces su mirada se desinfla y se endurece.
—No, todos están muertos.
—Vaya, lo siento.
No sé qué decir. ¿Qué puedes decir que mejore algo como eso? Sí, me ha secuestrado, pero todavía sigue siendo un ser humano. No me puedo ni imaginar lo que debe doler ese tipo de pérdidas.
—No te preocupes —contesta en un tono plano, sin ningún atisbo de emoción, pero noto algo de dolor en él—. Fue hace mucho tiempo.
Asiento con lástima. Me siento mal por él y no intento esconder las lágrimas. Soy demasiado blanda: me lo dice Leah cada vez que lloro al ver una película deprimente. No puedo evitar la tristeza que siento por el dolor de Julián.
Pero la conversación me favorece, ya que su expresión se vuelve algo más cálida.
—No sientas pena por mí, mi gatita —dice con suavidad—. Ya lo he superado. Prefiero que me cuentes cosas de ti.
Parpadeo despacio porque sé que así mis ojos llamarán su atención.
—¿Qué quieres saber?
¿No averiguó todo sobre mí cuando me acechaba?
Me sonríe. Le sienta tan bien que me hace sentir una pequeña presión en el pecho. «Para, Nora. Tú eres la que lo está seduciendo, no al revés».
—¿Qué te gusta leer? —pregunta—. ¿Qué tipo de películas te gusta ver?
Durante los siguientes treinta minutos, le cuento lo que disfruto con la novela romántica y el suspense de detectives, mi odio por las comedias románticas y que me encantan las películas épicas con muchos efectos especiales. Después me pregunta sobre mi música y comida favoritas y me escucha con atención mientras hablo de mis grupos de los ochenta y la pizza de masa gruesa.
De una manera extraña, el modo en que se centra totalmente en mí, absorto con cada una de mis palabras, es casi halagador. La forma en que me clava la mirada de esos ojos azules en la cara. Es como si quisiera entenderme de verdad, como si se preocupara en realidad. Incluso con Jake, no tenía la sensación de que fuera algo más que una
bonita chica con la que le gustaba estar.
Con Julián, me siento como si fuera lo más importante del mundo. Como si de verdad le importara.
Después de cenar, me sube a su dormitorio. El corazón me empieza a latir por el miedo y la expectación.
Al igual que las otras dos noches, sé que no me enfrentaré a él. De hecho, esta noche iré incluso más lejos como parte de mi plan de seducción para intentar escapar.
Fingiré que quiero hacerle el amor por mi propia voluntad.
Mientras entramos en la habitación, me atrevo a sacarle el tema al que no he parado de dar vueltas en la cabeza.
—Julián... —pregunto con firmeza, con un tono suave, pero con cierta incertidumbre—. ¿Qué pasa con la protección? ¿Y si me quedo embarazada?
Se detiene y se gira hacia mí. Esboza una leve sonrisa.
—No te quedarás, mi gatita. Llevas un implante, ¿no?
Abro los ojos, sorprendida.
—¿Cómo lo sabes?
El implante es una varilla pequeña de plástico que se coloca debajo de la piel, completamente invisible, salvo por una pequeña marca en el lugar en que se inserta.
—Accedí a tu historial médico antes de traerte aquí. Quería asegurarme de que no tuvieras ninguna enfermedad mortal, como la diabetes.
Me quedo mirándolo fijamente. Debería estar furiosa por haber invadido mi privacidad, pero en realidad me alivia. Parece que mi secuestrador es bastante considerado y lo que es más importante, no pretende que me quede embarazada.