A la mañana siguiente, me despierto con una sensación extraña. Parece como si...
—¡Mierda!
Doy un salto e intento quitarme una araña de patas largas que se me acerca poco a poco al brazo. La araña sale volando. Atacada, me sacudo la cara, el pelo y el cuerpo para quitarme cualquier bicho asqueroso que tenga.
Vale, no es que me den miedo las arañas, sino que no me gusta nada tenerlas encima. Desde luego, no es la manera más agradable de despertarse.
Las pulsaciones vuelven a estabilizarse poco a poco y evalúo la situación. Tengo sed y me duele todo el cuerpo por haber dormido en un suelo duro. Me siento sucia y me
duelen los pies. Levanto una pierna y me miro la planta del pie. Estoy casi segura de que tengo sangre seca.
Me suenan las tripas porque tengo hambre. Anoche no cené y me muero de hambre.
Lo bueno es que Beth no me ha encontrado aún.
No sé qué voy a hacer ahora. ¿Quizá volver a la casa e intentar tenderle otra emboscada?
Pienso en ello y decido que probablemente sea lo mejor en este punto. Antes o después, Beth o Julián me encontrarán. La isla no es tan grande y no podré esconderme de ellos durante mucho tiempo. No puedo perder el tiempo, no vaya a ser que Julián vuelva antes de lo esperado. En un dos contra uno tengo poco que hacer.
Cada vez tengo más hambre. Además, suelo marearme si no como a menudo. Puede que encuentre agua fresca, pero comida es más difícil. No sé de dónde saca Beth esos mangos. Si me escondo durante otro par de días, estaré demasiado débil para atacar a cualquiera, y aún menos a una mujer que podría ser una princesa guerrera.
Aunque puede que no me espere aún, cosa que podría aprovechar como factor sorpresa.
Por ello, respiro profundo y empiezo a caminar —o, mejor dicho, a cojear— hacia la casa. Sé que puede que no acabe bien, pero no puedo hacer otra cosa. O lucho ahora o seré una víctima siempre.
Tardo dos horas en regresar. Tengo que pararme y descansar a ratos, cuando mis pies no pueden aguantar el dolor.
Es paradójico que escapara porque tenía miedo al dolor y que haya terminado haciéndome tanto daño. Seguro que a Julián le encantaría verme así. «Puto pervertido».
Finalmente, logro llegar a la casa y me agacho detrás de unos arbustos grandes que hay cerca de la entrada principal. No sé si está cerrada o abierta, pero no creo que pueda entrar por esta puerta. Normalmente, Beth suele estar en el salón.
No, necesito una estrategia mejor.
Unos minutos más tarde, me dirijo con cuidado hacia la parte trasera de la casa, hacia el gran porche en que ayer ataqué a Beth.
Para mi alivio, no hay nadie allí.
Con cuidado de no hacer ruido, abro la puerta con tela
metálica y entro. Llevo una piedra grande en la mano. Preferiría llevar un cuchillo o una pistola, pero ahora mismo solo tengo una piedra.
Me dirijo a una de las ventanas caminando como un cangrejo. Para mi alegría, miro dentro y me encuentro que el salón está vacío.
Me pongo derecha y camino hacia la puerta de cristal que da al salón, entorno la puerta y entro.
La casa está totalmente en silencio. No hay nadie cocinando ni poniendo la mesa.
El reloj digital del salón marca las 7:12. Espero que Beth esté todavía durmiendo.
Sin soltar la piedra, entro a hurtadillas en la cocina y encuentro otro cuchillo. Con los dos objetos, me dirijo a la planta de arriba.
La habitación de Beth es la primera de la izquierda. Lo sé porque me la mostró cuando me enseñaron la casa.
Contengo la respiración, abro la puerta sin hacer ruido y... me quedo petrificada.
La persona a la que más temo está sentada en la cama: Julián.
Ha vuelto antes de tiempo.
—Hola, Nora.
El tono de su voz es aparentemente suave y su cara perfecta e inexpresiva; y, sin embargo, noto la rabia que le quema por dentro.
Me quedo mirándolo fijamente un segundo, inmóvil por el miedo. Solo puedo oír los latidos de mi corazón. Entonces empiezo a retroceder, aunque sin quitarle los ojos de encima. Tengo las manos levantadas enfrente de mí para defenderme, en una de ellas sostengo firmemente la piedra y en la otra el cuchillo.
En ese momento, unas manos de acero me agarran por los brazos desde atrás y me tuercen las muñecas, lo que me causa mucho dolor. Chillo y me resisto, pero Beth es demasiado fuerte. El cuchillo se gira hacia atrás en la mano y por poco me alcanza el hombro.
En tan solo un instante, Julián está encima de mí y me fuerza las manos para quitarme el cuchillo y la piedra. Beth me suelta y Julián me coge, sujetándome con firmeza mientras grito y me revuelvo en sus brazos.
Cuanto más me resisto, con mayor firmeza me agarra, hasta que me quedo sin fuerzas y casi me desmayo por la falta de aire.
Me recoge y me saca de la habitación de Beth. Para mi asombro, me lleva a la planta de abajo y se detiene enfrente de la puerta de su despacho. Un panel pequeño se abre en el lateral de la puerta. Veo una luz roja que se mueve en la cara de Julián, como si fuera un láser en la caja de un supermercado.
Entonces se abre la puerta.
Reprimo mi sorpresa. La puerta del despacho se abre mediante un escáner de retina, algo que solo había visto en las películas de espías.
Cuando me mete en el despacho, vuelvo a intentar luchar contra él, pero es en vano. Sus brazos son inamovibles y me sujeta con firmeza.
De nuevo, me encuentro indefensa en sus brazos.
Lágrimas de profunda frustración recorren mi cara. Odio ser tan débil y que me puedan manejar tan fácilmente. No le cuesta ni respirar después de la pelea.
No sé qué me hará, quizá pegarme o forzarme brutalmente.
Sin embargo, cuando entramos en el despacho, me deja de pie.
En cuanto me suelta, doy unos pasos hacia atrás; necesito poner al menos cierta distancia entre los dos.