Secuestrada.

Capitulo 13.

Esa noche descubrí las pesadillas de Julián.

Después de ducharse, viene a mi cama. Su cuerpo musculoso me abraza por la espalda mientras me rodea el torso con su poderoso brazo. Al principio me pongo tensa, sin saber qué esperar, pero se limita a dormir pegado a mí. Está tan cerca que lo escucho respirar; contemplo la oscuridad y, poco a poco, me quedo dormida también.

Me despierta un ruido extraño que me sobresalta, abro los ojos de repente, y un subidón de adrenalina hace que el corazón me lata a mil por hora.

«¿Qué ha sido eso?».

Durante un rato ni siquiera me atrevo a respirar, pero entonces me doy cuenta de que el ruido procede del otro lado de la cama, del hombre que duerme junto a mí.

Me siento y lo miro. Parece que se ha ido a la otra punta de la cama durante la noche, y se ha llevado consigo todas las sábanas. Estoy completamente desnuda y destapada, de hecho, siento frío con el aire acondicionado a tope.

Los sonidos que salen de su boca se atenúan, pero hay algo en ellos que me pone la carne de gallina. Me recuerdan a los de un animal dolorido. Respira con dificultad, como si le faltara el aire.

—¿Julián? —digo titubeante.

No tengo ni idea de qué hacer en una situación así. ¿Debería despertarlo? Está claro que está teniendo un sueño desagradable. Lo recuerdo hablándome de su familia, todos ellos asesinados, y no puedo evitar sentir lástima por este bello y extraño hombre.

Grita con voz baja y ronca y al ponerse boca arriba golpea la almohada con un brazo, a tan solo unos centímetros de mí.

—Eh, ¿Julián?

Me acerco con cuidado y le toco la mano. Murmura y gira la cabeza, profundamente dormido. Si estuviéramos en otro lugar que no fuera esta isla, sería el momento perfecto para escapar. Sin embargo, dada la situación, no puedo ir a ningún sitio, así que me quedo mirando a Julián con recelo y me pregunto si se despertará solo o si yo debería intentarlo con más ahínco.

Por un momento parece que se calma, se le suaviza un poco la respiración. De repente, grita de nuevo.

Esta vez es un nombre.

—María —dice con voz ronca—. María…

Sorprendida, durante un segundo siento una especie de ataque de celos. María… Está soñando con otra mujer. Entonces, mi parte racional se impone de nuevo. María podría ser su madre o su hermana y, si no lo fuera, ¿por qué debería preocuparme de que sueñe con ella? No es mi novio.

Así que trago saliva, me acerco a él de nuevo y reprimo los celos.

—¿Julián?

En cuanto le rozo el brazo, me agarra. Los movimientos son tan rápidos e inesperados que solo se me escapa un leve resuello, mientras tira de mí hacia él. Me rodea con los brazos y me resulta imposible escapar, el abrazo es casi asfixiante y puedo sentir cómo tiembla mientras me sujeta con fuerza contra él, con la cabeza pegada a su hombro. Tiene la piel fría y húmeda por el sudor y oigo cómo el corazón está a punto de salírsele del pecho.

—María —murmura en mi pelo, mientras me clava los dedos en la espalda con tal fuerza que estoy segura de que mañana tendré moratones. Aunque, la verdad es que no me importa porque sé que no lo está haciendo conscientemente. Está en medio de una pesadilla y busca consuelo, y claro, yo soy la única persona que puede dárselo ahora mismo.

Al cabo de un rato, oigo como se le calma la respiración. Los brazos se relajan un poco, deja de apretarme con desesperación y el corazón comienza a desacelerarse.

—María —susurra otra vez—. Aunque, ahora, pronuncia su nombre con menos dolor, como si estuviera revi

viendo los buenos momentos que pasó con ella.

Dejo que me abrace, sin moverme, por temor a despertarlo de su, ahora, tranquilo descanso. No es el único que recibe consuelo aquí. A pesar de lo que me ha hecho, no puedo negar que a una parte de mí le gusta este sentimiento de cercanía, de seguridad. Pero, al mismo tiempo, él es lo único a lo que temer; lo sé. Aunque no me importa, porque siento que está luchando contra la oscuridad, que me protege de otros monstruos que puedan estar al acecho.

Del mismo modo que yo lo protejo de sus pesadillas.

A la mañana siguiente, cuando me despierto, Julián se ha vuelto a ir.

—¿Dónde está? —pregunto a Beth en el desayuno, mientras la veo trocear un mango para mí. Todavía siento algunas molestias cuando me muevo, un recuerdo de las inclinaciones más exóticas de mi captor.

—Una emergencia en el trabajo —responde Beth, mientras mueve las manos con tal habilidad que no puedo más que admirarla—. Debería estar de vuelta en un par de días.

—¿Qué tipo de emergencia?

Beth se encoge de hombros.

—No tengo ni idea. Pregúntale a Julián cuando vuelva.

La miro, intentando entender lo que motiva a Julián y a ella a….

—Dices que soy la primera chica a la que trae aquí, a esta isla —digo como sin darle importancia—. ¿Y qué hizo con las demás?

—No ha habido otras. —Acaba de preparar el mango, me pone el plato delante y se sienta a desayunar.

—¿Y por qué me está haciendo esto? Sé que tiene gustos peculiares, pero seguro que hay más mujeres que le gustan.

Beth me sonríe.

—Por supuesto. Pero te quiere a ti.

—¿Por qué? ¿Qué tengo yo de especial?

—Eso se lo tienes que preguntar a él.

Otra vez sin respuesta. Tantas evasivas me dan ganas de gritar. Pincho un trozo de mango con el tenedor y me lo como despacio, pensando.

—¿Es por María? —No estoy segura de lo que me hace 

preguntar esto, salvo que no puedo quitarme ese nombre de la cabeza.

Parece que he hecho la pregunta correcta porque Beth deja de eludir las respuestas.

—¿Te ha hablado Julián de María? —pregunta sorprendida.

—La mencionó. —Lo que no es del todo mentira. Surgió, aunque Julián ni siquiera lo sabe—. ¿Por qué te sorprende?

Se vuelve a encoger de hombros, ya no parece tan sorprendida.



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En el texto hay: amor, secuestros, posesivo

Editado: 18.08.2021

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