Julián cuida de mí también en la ducha, me lava y su contacto me reconforta. Es especialmente cuidadoso con la zona sensible de los muslos y los glúteos y se asegura de no incomodarme. Para mi consuelo, creo que no tengo heridas. Tengo el culo un poco colorado y estoy segura de que me saldrán moratones, pero no hay señal de sangre.
Cuando estoy limpia y seca, me lleva de vuelta a la cama. Permanecemos en silencio. No acabo de salir de ese peculiar estado en que me encontraba hace un momento. Es como si mi mente estuviera en parte desconectada del cuerpo. Lo único que me mantiene entera es Julián y su tacto extrañamente cariñoso.
Nos tumbamos, Julián apaga las luces y nos envuelve la oscuridad. Me tumbo boca abajo porque cualquier otra posición me resulta demasiado dolorosa. Me acerca a él de forma que apoyo la cabeza en su pecho y le rodeo el tórax con el brazo; cierro los ojos con el único deseo de quedarme dormida.
—Mi padre fue uno de los traficantes de droga más poderosos de Colombia. —Apenas puedo oír la voz de Julián, su respiración me eriza el pelo de la frente. Me estaba quedando dormida, pero me despierto de golpe con el corazón latiendo a mil por hora.
—Me empezó a preparar para sucederlo cuando tenía cuatro años. Con seis ya llevé un arma por primera vez. —Julián hace una pausa mientras me acaricia el pelo con suavidad—. Con ocho años maté por primera vez a un hombre.
Estoy tan horrorizada que me quedo tumbada, paralizada por la conmoción.
—María era la hija de uno de los hombres de la organización de mi padre. —Continúa Julián en voz baja y sin ningún atisbo de emoción. —La conocí cuando tenía trece años y ella tenía doce. Era todo lo que yo no era: guapa, dulce… inocente. A diferencia de lo que hizo mi padre, los suyos la mantuvieron al margen de las vidas que llevaban. Querían que creciera como una niña normal y sin conocer nada de lo horrible de ese mundo.
—Era inteligente, como tú. Y curiosa, muy muy curiosa. —Su voz parece irse apagando durante un momento, como si estuviera perdido en sus recuerdos. Entonces, parece volver en sí y retoma la historia—. Un día siguió a su padre escondida en la parte trasera del coche para averiguar a qué se dedicaba. La encontré allí porque mi trabajo era vigilar para proteger nuestro lugar de encuentro.
Casi no puedo respirar, me resulta increíble que Julián me esté contando todo esto. ¿Por qué ahora? ¿Por qué esta noche?
—Se lo podría haber dicho a su padre, lo que le habría causado problemas, pero me suplicó de una forma tan bonita, me miró con tanta dulzura con sus grandes ojos marrones que no pude hacerlo. Pedí a uno de los escoltas de mi padre que la llevara a casa.
»Tras este episodio, vino a verme a propósito. Me dijo que quería conocerme mejor, que fuéramos amigos. —La voz de Julián tiene un punto de incredulidad al recordar, como si a nadie en su sano juicio se le hubiera podido ocurrir algo semejante.
Trago saliva, es absurdo, pero tengo el corazón partido por el chico que una vez fue. ¿Tuvo amigos alguna vez? ¿O también le robó esa oportunidad su padre, como lo hizo con su infancia?
—Intenté decirle que no era una buena idea, que no debería juntarse con gente así, pero no me escuchó. Me buscaba casi todas las semanas, hasta que no me quedó otra y empecé a quedar con ella. Íbamos a pescar juntos y me enseñó a dibujar. —Se detiene un momento, mientras me sigue acariciándome el pelo—. Dibujaba muy bien.
—¿Qué le ocurrió? —pregunto cuando deja de hablar. Mi voz es extrañamente ronca. Me aclaro la garganta y lo intento de nuevo—. ¿Qué le pasó a María?
—Uno de los enemigos de mi padre descubrió que nos veíamos. Acabábamos de robar en su almacén y estaba cabreado, así que decidió darle una lección a mi padre, utilizándome a mí.
Tengo el vello de punta y siento un escalofrío que me pone la carne de gallina. Intuyo hacia dónde va la historia y quiero decirle a Julián que pare, que no continúe, pero no puedo hablar porque tengo un nudo en la garganta.
—Encontraron su cuerpo en un callejón cerca de uno de los edificios de mi padre. —Su voz es firme, aunque puedo sentir la agonía que esconde—. La habían violado y mutilado. Se suponía que era un mensaje para mí y para mi padre que decía: «Quitaos del medio de una puta vez».
Aprieto los ojos para contener las lágrimas, pero el esfuerzo es inútil. Sé que puede que Julián las sienta en el pecho.
—¿Un mensaje? ¿Para un chico de trece años?
—En ese momento ya tenía catorce. —No llego a ver la sonrisa amarga de Julián, sin embargo, la percibo—. La edad no importaba. No para mi padre… y, desde luego, tampoco para su enemigo.
—Lo siento. —No sé qué más puedo decir. Quiero llorar: por él, por María, por ese chaval que perdió a su mejor amiga de una forma tan salvaje. Y quiero llorar por mí, porque ahora entiendo mejor a mi captor y me percato de que la oscuridad de su alma es mucho peor de lo que imaginaba.
Julián se coloca debajo de mí, y me doy cuenta de que tengo la mano en su hombro y le estoy clavando las uñas. Me obligo a aflojar los dedos y respiro profundamente. Tengo que resistirme para no romper a llorar.
—Maté a esos hombres. —Ahora su tono es normal, casi de conversación, aunque siento la tensión de su cuerpo—. A los que la violaron. Los seguí y los maté, uno a uno. Eran siete. Después, mi padre me mandó lejos, primero a Estados Unidos, luego a Asia y a Europa. Temía que esos asesinatos perjudicaran el negocio. No volví hasta pasados varios años, cuando mi padre y mi madre murieron a manos de otro de sus enemigos.
Me centro en controlar la respiración y las ganas de vomitar.
—¿Por eso no tienes acento español? —pregunto cambiando totalmente de tema; ni siquiera sé qué me lleva a preguntar algo tan trivial en un momento así.
No obstante, parece que ha venido bien porque Julián se relaja un poco y libera parte de su tensión muscular.