ese día, mi relación con Beth experimenta un cambio, pequeño pero evidente. Ya no está tan empeñada en mantener las distancias y, poco a poco, voy conociendo a la persona que se esconde detrás de esa fría fachada.
—Sé que piensas que has recibido un trato injusto —dice un día que salimos a pescar juntas—, sin embargo, créeme, Nora, Julián se preocupa por ti, de verdad. Eres muy afortunada de tener a alguien como él.
—¿Afortunada? ¿Por qué?
—Porque independientemente de lo que haga no es un monstruo —dice Beth, seria—. No siempre actúa de un modo aceptable por la sociedad, pero no es malo.
—¿No? Entonces, ¿qué es ser malo para ti? —Tengo curiosidad por saber cómo lo define ella. Desde mi punto de vista, las acciones de Julián son el ejemplo de lo que un hombre malo haría, a pesar de mis absurdos sentimientos hacia él.
—Malo es alguien capaz de matar a un niño —dice Beth con la mirada fija en el agua azul resplandeciente.
—Malo es alguien que vende a su hija de trece años a un burdel mexicano. —Hace una pausa y añade—: Julián no es malo, créeme.
No sé qué decir, tan solo miro cómo rompen las olas en la orilla. Siento presión en el pecho.
—¿Te salvó Julián de alguien malvado? —pregunto tras un momento, cuando estoy segura de que puedo mantener la voz relativamente estable.
Gira la cabeza y me mira.
—Sí —dice tranquilamente—. Lo hizo. Y destruyó aquello que me hacía daño. Me dio un arma para que pudiera usarla contra esos hombres, los que mataron a mi niña. Sí,Nora, le devolvió la vida a una prostituta callejera acabada y rota.
Mantengo la mirada en Beth y siento como me derrumbo por dentro. Tengo el estómago revuelto y náuseas. Tiene toda la razón, no tenía ni idea del verdadero significado de lo que es sufrir. No puedo ni imaginarme por todo lo que habrá pasado.
Me sonríe como si disfrutara de verme callada por el asombro.
—La vida no es más que una mierda de ruleta —dice con suavidad—, que no deja de dar vueltas y en la que salen sin parar los números equivocados. Te puedes lamentar todo lo que quieras, pero la realidad es que salgan tus números es tan probable como llevar un décimo de lotería premiado.
Trago saliva para deshacer el nudo que tengo en la garganta.
—No es verdad digo con voz algo ronca—. No siempre es así. Existe otra realidad ahí fuera, el mundo donde vive la gente normal, donde nadie intenta hacerte daño.
—No —dice Beth con dureza—. Estás soñando. Ese mundo es tan real como un cuento de hadas de Disney. Quizás tú hayas vivido como una princesa, pero la mayoría de la gente no. La gente normal sufre. Sufren, mueren y pierden a sus seres queridos. Y se hacen daño los unos a los otros. Se tiran al cuello de los otros como depredadores. No hay luz sin oscuridad, Nora. Al final, la noche siempre nos atrapa.
—No. —No lo creo. No quiero creerlo. Esta isla, Beth, Julián, todo esto no es normal, no es como son las cosas—. No, no lo es.
—Es así —dice Beth—. Puede que no te des cuenta, pero es cierto. Necesitas a Julián tanto como él a ti. Puede protegerte, Nora. Mantenerte a salvo.
Está totalmente convencida.
—Buenos días, mi gatita —me susurra en el oído una voz familiar que me despierta; abro los ojos y veo a Julián sentado, inclinado sobre mí. Debe de haber venido directo de alguna reunión de trabajo porque lleva una camisa de traje en lugar de su habitual atuendo informal. Me invade la felicidad. Sonrío, levanto los brazos, le rodeo el cuello y lo acerco hacia mí.
Me acaricia el cuello, el peso de su cuerpo me aprieta contra el colchón, lo envuelvo con el mío y siento su deseo excitante. Se me endurecen los pezones y por dentro me invade una humedad incontrolable; mi cuerpo se derrite al tenerlo tan cerca.
—Te he echado de menos —me susurra al oído y me estremezco de placer, casi reprimiendo un gemido, al tiempo que baja su prodigiosa boca por el cuello y me mordisquea una zona delicada cerca de la clavícula—. Me encanta cuando estás así —murmura y me besa con delicadeza por la parte superior del pecho y los hombros—. Caliente, suave, medio dormida… y mía.
Gimo, ahora sí, cuando su boca se aproxima a mi pezón derecho y lo chupa con intensidad, pero aplicando la presión adecuada. Mete la mano por debajo de la sábana entre mis muslos y mi gemido se intensifica cuando me toca y me acaricia el clítoris con el dedo.
—Ven a por mí, Nora. —Me ordena con suavidad a la vez que me presiona el clítoris; me derrito, mi cuerpo se tensa y alcanzo el orgasmo, como si cumpliera sus órdenes —. Buena chica —me susurra y continúa jugando con mi sexo y prolongando el orgasmo—. Mi dulce niña, buena chica.
Cuando dejo de tener espasmos, se echa hacia atrás y se desviste. Lo miro hambrienta de deseo y no puedo apartar la mirada. Es más que guapo y lo deseo ferozmente. Primero se quita la camisa, lo que le deja los hombros y los abdominales marcados al descubierto; no puedo contenerme. Me siento y agarro la cremallera del pantalón de su traje; me tiemblan las manos de impaciencia.
Julián suspira cuando le rozo la polla dura. Cuando consigo sacarla, la agarro con los dedos, agacho la cabeza y me la meto en la boca.
—¡Joder, Nora! —Gime, me agarra la cabeza y aprieta las caderas contra mí. ¡Joder, nena! Esto está muy bien.
Me introduce los dedos en el pelo enredado a la vez que se la chupo más profundamente, con suavidad y abro la boca para metérmela lo máximo posible.
—¡Oh, madre mía! ¡Dios!
Me encanta su voz ronca y le aprieto los testículos con delicadeza, sintiendo su peso en la palma de la mano. La polla se pone más dura y veo que está a punto de correrse, sin embargo, para mi sorpresa, se aparta y se echa hacia atrás.
Respira hondo, los ojos le brillan como los diamantes azules, pero se controla lo suficiente para quitarse el resto de la ropa que llevaba puesta antes de ponerse encima de mí. Me agarra las muñecas con fuerza y me las pone por encima de la cabeza; coloca las caderas entre mis muslos y me mete el miembro erecto. Lo miro con una mezcla de temor y excitación. Está espectacular y salvaje, con su pelo oscuro alborotado y su preciosa cara reflejo de la lujuria. Auguro que hoy no va a ser especialmente dulce, lo sé.