Sedúceme Despacio (editando)

Nuestro Primer Baile.

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Narra (David)

—¿Disculpa? —Murmura Hannah, incrédula. Sus bonitas mejillas se vieron encendidas por un color carmín, se había quedado estática.

También me pregunté si aquella jugarreta había sido obra de Theodore, quien sabía de Hannah desde un inicio. Y sin embargo, el rostro de Margareth me confirmó que había sido un juego de dos.

—¿Me permites? —Hans extendió su brazo guiando a su hija hasta el escenario, su última mirada se posó sobre mí. Estaba convencido de ser uno de los postores, tenía la intensión de pasar una noche a su lado.

La mayoría de hombres deseaban tener la dichosa oportunidad, Hannah era una mujer hermosa y tenía razón de ser. Miranda Horch había sido una mujer preciosa en vida, la envidia entre las accionistas del conglomerado, su madre y la mía habían sido grandes amigas al igual que nuestros padres. Finalmente pude entender que ambos estuvimos conviviendo cerca del otro sin saberlo.

Busco la mirada de Theodore quien observa la escena divertido, de tal manera que tengo la impresión de que busca a alguien a lo lejos desde hace varios minutos, está inquieto. Me vuelvo hacia mi hermano quien no pronuncia ni una palabra, se dedica a sostenerme la mirada.

—¿Has hecho esto?

—Puede ser que sí, puede ser que no —Respondió—. Puede que haya una pequeña posibilidad, ahora si me disculpas tengo que retirarme. —prosiguió.

—¿A dónde crees que vas? —Lo retengo en su intento por huir, se detiene unos cuantos instantes y posa su mano sobre mí hombro.

—Tengo una cita, hermano. —Sonrió.

¿Una cita? ¿Y quién es la afortunada en esta ocasión? Ya debe parecer extraña mi sonrisa plasmada sobre el rostro, y me enorgullece observar a Theodore tomarse la vida sin tantas restricciones.

—Suerte, Theo.

—¡David! —Me detuvo, me giro sobre los talones en busca de sus palabras.

—¿Sí?

—Suerte, y qué gane el mejor postor. —Pronunció, acto seguido se perdió entre la multitud sin dejar rastro de su esencia. Me parece que ha tenido un propósito, después de todo un Lacroze no toma decisiones a la ligera.

—Bien, caballeros. Vamos a empezar la subasta, ¿Cuál será la primera oferta? —Nuevamente la voz de Margareth resuena sobre los altavoces, me muevo hacia el frente a un lado de Lambert y de Jones. Ambos parecen tensos, desconfiados de los hombres dispuestos a pronunciar sus sumas.

—Veinte mil dólares. —Ofrecieron.

—Me parece un buen comienzo, ¿Quién da más?

Observo a Hannah quién se siente incómoda sobre la tarima, intenta ignorar las miradas puestas que ejercen presión sobre ella, y a pesar de ello mantiene la seguridad en su compostura. Su mirada se posa en Joyce, seguido de Thomas y finaliza en la mía, parece buscar apoyo en nosotros negándose a pasar una noche en compañía de un completo desconocido.

—Veinticinco mil dólares. —Hannah hace una mueca de disgusto, con disimulo eleva su mano hacia nuestra dirección con la intensión de elevar la suma.

—Treinta y cinco mil dólares. —Propone Lambert, Margareth por su parte parece disfrutar de la disputa.

—¿Alguien da cuarenta?

—Cuarenta y tres mil. —Un hombre de traje ajustado levanta la mano, por su mirada deduzco que está desnudando a Hannah sin el mínimo pudor de un caballero. Aprieto los puños dentro del gabán, me daría vergüenza como empresario permitir sellar tal suma.

—Cuarenta y cinco mil. —Interrumpió Thomas, Joyce pareció retarle.

—Cuarenta y ocho mil. —Elevó la mano.

Y en la vida empresarial habían dos momentos cruciales; la búsqueda de una propuesta comprometedora, y la decisión definitiva. Había decidido escuchar las sumas a las que estaban dispuestos a llegar, y empezaba a notar cierto retroceso en la oferta. Entonces cuando la suma dicha por Joyce se escuchó prometedora, decidí intervenir.

—Cincuenta y cinco mil dólares. —Ofrecí, y todo el museo fue inundado por un profundo silencio. Las miradas estaban puestas sobre mí, en una mezcla de sentimientos encontrados, Hannah por su parte se le adorna el rostro con una grata sonrisa.

—Vendida por cincuenta y cinco mil dólares al presidente de la editorial, David Lacroze. —Anuncia, indiferente. Claramente está que no soy de su completo agrado desde que me conoció.

Los presentes aplauden y Hannah baja en compañía de su hermana, se acercan de nuevo hacia nosotros y la menor se planta enfrente de mí. Con una sonrisa deja caer su cabeza sobre mi hombro y suspira con pesadez. Sin saber que hacer realmente, coloco una mano en su cintura y la otra sobre su cabello castaño.

—Gracias, por favor acuérdate de golpear a Theodore por esto. —Bromea, provocando que mi corazón lata desenfrenado.

Hasta ahora no soy capaz de comprender mis propios sentimientos, solo soy capaz de distinguir las emociones que causa en mí. Hannah se ha instalado en lo más profundo de mi corazón y de mi mente, es inevitable sentir felicidad cada vez que observo su sonrisa, o sentirme en paz cada que su voz llena mi oficina con entusiasmo.

—Gracias a ti. —Susurro por lo bajo, puedo notar que las parejas empiezan a bailar sobre la pista. La música resuena sobre los altavoces incitando a aquellos amantes a fundirse en la melodía, nosotros no somos la excepción.

—Me preocupa cuando me agradeces, usualmente no estoy acostumbrada a escucharlo de ti. —Posa sus brazos sobre mis hombros y acaricia mi cabello por detrás, mis manos bajan sobre su cintura acariciando cada centímetro de su piel, como si hubiesen sido hechas para encajar.

Nos movemos sutilmente sobre la pista, hasta este punto ya nos interesa muy poco las miradas sobre nosotros. La música parece inmortalizar nuestro primer baile, nuestros pasos son sincrónicos y llenos de amor, jamás llegué a pensar que una mujer me haría sentir tan seguro de mí mismo.

—Me he comportado como un imbécil durante dos años, quién diría que mi hermosa secretaria era la dueña de un conglomerado. —Hannah me observa en silencio, su mirada recorre mis facciones, y finalmente desciende hasta mis labios.




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