David.
Recuerdos, 1998.
—David ¡Ten más cuidado! —reprendió Carlton sosteniendo el pesado trozo de madera—. ¡Harás que Theodore se tropiece y él no lleva nada! —Reí girando la cabeza en dirección a mi hermano menor, quien se menea desde atrás a nuestro paso.
—Hemos hecho esto toda la semana, no pasará nada Carl. —Finalmente y con gran esfuerzo dejamos el tablón de madera sobre el suelo. Las latas de pintura, brochas y clavos están sobre el pasto dándonos la bienvenida.
Me parecía sorprendente que tres niños de doce años hicieran lo que un adulto no puedo hacer a falta de tiempo. Ciertamente al percatarme de la desilusión de Theo ante la promesa de nuestro padre, no podía quedarme de brazos cruzados, esperando que pudiese hacer un lugar en su agenda para sus propios hijos.
Durante una semana completa habíamos tomado los materiales del garaje y comenzamos a construir con nuestras propias manos nuestra casa del árbol. Carlton, quien no había pasado una buena temporada últimamente, se había emocionado gratamente, pues después de la muerte de sus padres no habían muchas actividades que le subieran el ánimo, que le sacaran sonrisas o le regresaran su impertinente sentido del humor.
Entre pintar, cortar, barnizar y medir, hemos construido la mayor parte de la casa, aprendimos a usar ciertas herramientas de papá con las instrucciones y libros que encontramos en la biblioteca dentro de casa. Mamá ha sospechado de nuestros pequeños escapes dentro del jardín, sin embargo, hemos hecho lo posible para distraerla de nuestra sorpresa.
—Theo, ¿Puedes pasarme los clavos de pulgada? —Este asintió emocionado poniendo un pie sobre la escalera, despistado no logra percatarse del escalón defectuoso y Carlton milagrosamente, logra tomarlo del brazo impidiendo su caída.
—Oye hermano, estas muy distraído hoy —Carlton sonríe ayudándole a subir—. ¿Problemas de faldas?
Theo enrojecido, desvía la mirada hacia nuestra casa y tose falsamente. Una sonrisa cómplice se escapa de mis labios al percatarme de lo sucedido e inmerso en mis propios pensamientos, supuse que era mi hermano quien se avergonzaba con más facilidad. Por lo general, se limitaba a sonreír en su intento por ocultar sus sonrojos, muchas veces me generaba ternura esa indefensa faceta suya.
—¿Faldas? Todavía no me gustan las niñas, pero ellas se pegan a mí en la escuela como si fuesen garrapatas —expuso frustrado—. David se la pasa leyendo libros en la soledad de la biblioteca porque huye de ellas, son todas enigmáticas en su mayoría.
—Yo no escapo de nadie, hermano. Simplemente empleo mi tiempo en actividades recreativas, a ti te gustan las historias que leo en esos libros ¿No es así?
—Sólo cuando las lees tú. —Dijo.
—¿No te interesan las mujeres? ¿Es por eso que eres tan bueno en matemáticas? —La deducción de Carlton me llena de gracia, soy el mayor de los tres por un año pero parece que soy también, el más maduro entre todos.
Para mi suerte o desgracia, la niñez se acabaría más rápido de lo que esperaba, mi padre había comenzado a tener charlas nocturnas conmigo sobre mi futuro a la cabeza de la empresa. La palabra "internado" resonó hace apenas unas noches y a pesar de hacer reconsiderar la opción, papá me dio tiempo hasta los quince años para partir a Europa y estudiar en un internado privilegiado.
Por aquella razón, me había tomado el atrevimiento de construir la casa del árbol que nuestro padre nos había prometido seis meses atrás. Podrían ser estos los dos últimos años que estaré en compañía de mi hermano y primo, pues partiría de mi hogar para comprometerme al legado que conlleva portar el apellido Lacroze.
Era irónico después de todo, muchos chicos deseaban poder llevar el apellido de mi familia y ser, de hecho, el primogénito. Pero mi condición no sería deseada por nadie, si se dieran cuenta de los sacrificios que debo hacer en el futuro. Estudiar en el extranjero lejos de mi familia, las veinticuatro horas del día invirtiendo mi tiempo en actividades que me hicieran convertirme en un heredero complaciente para la multinacional Lacroze Publisher.
—En realidad yo... —recapacito mis palabras, no podía darle la noticia a mi hermano hasta que se hiciera verídica la decisión de nuestro padre—. Yo soy más inteligente que ustedes porque me paso el tiempo leyendo esos inservibles libros que tanto dices aborrecer Carlton, después de todo recuerda que es el legado de nuestra familia. —A mi pesar, dedico la más hipócrita de mis sonrisas. No me perdonaría que Theo rompiera en llanto al saber que me iría de casa tarde o temprano, cuando él necesita aún de mí.
—¿Cuándo terminemos la casa del árbol podemos comprar historietas? —Preguntó el pequeño Theo, retorciendo la tela de su abrigo de lana, como era costumbre suya al sentirse incómodo.
—Sí, muchas de ellas. Este será nuestro refugio y nadie tendrá la osadía de echarnos de aquí —tomo un tablón de madera cortada, fingiendo que se trata de una espada—. Porque somos los leales mosqueteros al servicio de su majestad, la Reina —y adoptando una pose heroica entono—, ¡Todos para uno y uno para todos!
Pero el día tan esperado llegaría a mí como una tormenta repentina, una noche tras quedarnos dormidos en el jardín, mamá se dio cuenta de nuestra gran hazaña y al contarle las buenas nuevas a papá, éste enfureció. Mientras enviaba a Theodore y a Carlton a dormir, yo permanecía en su estudio siendo reprendido de la manera más cruel que alguna vez pude imaginar.
Las lágrimas salían de mis ojos de manera incontrolable, estaba asustado pensando que tal vez Theo se daría cuenta de lo que pasaba. Irme de casa era lo menos que podía preocuparme, lo que verdaderamente lo hacía era lo que la lejanía haría entre la relación de mi hermano y yo. Estaba casi convencido que al pisar un pie en París, la comunicación entre nosotros decaería y era cuestión de tiempo, para que fuese nuestra relación la que terminara por derrumbarse.
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Editado: 09.05.2023