Sedúceme Despacio (editando)

Constantes complicaciones

David. 

—¿Te molestaría ir más despacio? —inquiere—. ¡Nos vamos a matar! —Exclamó Marcus con cierto disgusto en su tono de voz. 

Se supone que ambos debíamos estar en el tribunal hace quince minutos, sin embargo, en un giro de acontecimientos hemos recibido una llamada alarmante. Joyce nos pidió ayuda en el apartamento de Hannah donde ciertamente había ocurrido un pequeño accidente, él no ha querido desglosar la información y por el tono de su voz, se encontraba conmocionado. 

—Te desconozco, te podrían sancionar por faltar al juicio y aún así has decidido hacerlo —comenta—. Esa mujer se te ha grabado muy dentro de tu ser, hermano. 

Suspiro. 

Siendo sincero, el pasar de los días solo me ha hecho ser un expectante de mis propios sentimientos. Desde que Hannah se ha grabado en mi corazón y mi mente, me ha sido imposible no velar por ella y su bienestar, la sola idea de pensar que está en peligro me llena de impotencia. Sé a consciencia que Hannah no es ninguna princesa en apuros no obstante, mientras esté en mi alcance la posibilidad de protegerla, yo lo haré sin dudarlo. 

—Mark...algunas veces me desconozco yo también, desde hace algún tiempo Hannah se ha convertido en mi primer pensamiento al despertar y mi última sonrisa al dormir —me sincero—. Estoy pensando seriamente en... 

Mi silencio parece divertirle, sus ojos se agrandan después de unos segundos llenos de incertidumbre. 

—¿Quieres hacerla tu esposa? 

¡Se puede decir que sí!

—No es una decisión a la ligera, eso lo reconozco. Tengo presente el dolor que representaría para ella no poder ser madre en ausencia de mi fertilidad, pero aquella ocasión en la cuál le he confesado mi secreto más íntimo...ella se quedó conmigo cuando pensé se iba a marchar. 

—Debo admitir que, en primera instancia, no comprendía los motivos que la impulsaron a citarme a su oficina sermoneándome para que te ayudara. 

Frunzo el entrecejo, inquisitivo. 

—¿Lo hizo? 

—¿No lo sabías? —una mueca de sorpresa se forma sobre su boca—. ¿Sabes? Hannah Horch ha crecido en estima considerablemente y, eso, ya lo había hecho cuando la escuché ponerme en mi sitio. 

—Hubiese hecho lo imposible para ver eso, después de Támara, no conozco a ninguna mujer que lo haya hecho. 

Marcus refunfuña por lo bajo, indignado. Mientras por mi parte, me fundo en el tráfico de la emblemática ciudad de los Ángeles, perdido entre mis propios pensamientos. La desesperación puede conmigo y vence sin esfuerzo alguno, mi débil fuerza de voluntad. Me parecen eternos los minutos que transcurren hasta llegar al edificio en el cual me había estado hospedando noches atrás, frustrado por la sensación que emana de mi corazón. 

Afuera el terrible clima parece azotar contra nuestros cuerpos, me hundo dentro de la gabardina negra mientras mis pasos se vuelven zancadas hasta pasar por las puertas del hall. El portero nos observa y con un leve asentimiento de cabeza nos permite ingresar, me pregunto cuál habrá sido el motivo de fuerza mayor que le ha impedido a Joyce llegar hasta el tribunal por su propia cuenta. 

El sonido del ascensor nos anuncia la llegada al piso perteneciente a los Horch, desde la distancia puedo distinguir la puerta número 408 con bastante claridad. Mis ojos se posan sobre la cerradura la cual ha sido forzada a simple vista, la madera ahora se encuentra agrietada y la fuerza ejercida sobre ella parece ser reciente. El temor creciente surge entre nosotros que hemos compartido una mirada rápida, llena de angustia. 

—¿Joyce? 

—Por aquí...en la cocina. —Avisa. 

La aparente sorpresa no iba a quedarse justo en la cerradura de la puerta, dentro del apartamento todo parecía estar fuera de lo usual; el piso que usualmente siempre permanece en perfecto orden...está destrozado. Los muebles están rotos, los jarrones ahora son pequeñas piezas de porcelana esparcidas por el suelo y los cuadros, esos precioso cuadros de colección, han desaparecido. 

—¡Mierda! ¿Dónde está? —Exclama Marcus, conmocionado. 

Avanzamos hacia la cocina pisando los vidrios rotos y pedazos de porcelana. Al cruzar el portal de la habitación él está ahí, se encuentra de espaldas reposando uno de sus brazos sobre la encimera de mármol, la otra sujeta una compresa fría contra su cabeza. Me da la impresión de ser testigo de una verdadera escena del crimen, esto es espeluznante para mí, aún si he vivido situaciones mucho más tórridas que esta. 

—¿Qué carajos sucedió aquí? —Cuestiono, acercándome hacia él. 

—Detente, no te acerques. —Reprende en medio de un quejido, nuestra mirada se encuentra al mismo instante que la bolsa de hielo desaparece del área afectada. 

La parte superior derecha de su cabeza posee un hematoma considerablemente preocupante, su ojo está hinchado y los pequeños jadeos de dolor no parecen cesar de su boca. La sangre ha manchado su camisa blanca, justo como un parche creciente que alarmaría a cualquiera que lo viera en ese estado. 

—¿Los terroristas te quisieron secuestrar? —Interviene mi amigo, avanzando hacia Joyce. 

—¿Es Sarah Osborne líder de la Al Qaeda? —Brama furioso y lleno de una ira comprensible.  

¡Esto es el colmo!

—¿Qué ha pasado, Joyce? —Pregunto en medio de un suspiro, incapaz de poder imaginar la atrocidad que Sarah acaba de cometer.

—Estaba por salir del apartamento rumbo al tribunal, había estado buscando las llaves de mi coche sin éxito alguno. Escuché un fuerte ruido proveniente de la sala principal, los tipos que ingresaron habían forzado la cerradura. Eran dos hombres con el rostro cubierto por una máscara de tela; se me hizo imposible reconocer sus rostros.

—¿Se han llevado algo? —Marcus quiso saber, mientras inspeccionaba con la mirada los alrededores de la escena.

—Los cuadros de nuestro padre, y unas cuantas joyas que guardábamos dentro de las habitaciones —dijo—. Destrozaron los jarrones, dañaron el inmobiliario y lo que más me preocupa hasta ahora; es un pequeño collar de diamantes de Hannah que le pertenecía a nuestra madre, se lo han llevado consigo.




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