Los días transcurren y el nudo en mi estomago no desaparece, parece haber acampado justo ahi y apenas si me permite ingerir algun alimento o dormir, aunque cuando lo hago me atormentan las pesadillas. Algunas veces despierto fatigado y angustiado buscando a mis hijos con desesperación, otras veces es Olivia quien me reclama algo sin sentido que claramente no entiendo pero me perturba, también en mi mundo onírico toda la gente que es importante para mí desaparece, como si no toleraran mi compañía o mi presencia y lucho por ser escuchado. La agitación en mi pecho se prolonga aún cuando ya diferencio que solo ha sido producto de mi traidor subconsciente.
El sentimiento de pérdida me acojona, es como si hasta ahora no hubiese sido consciente de la realidad. De esa realidad en la que mi relación con Isabel llegó a su fin y cada uno continuó su camino, esa en la que la madre de mi hija murió, y ahora las sombras de las dos mujeres que han significado mucho, romanticamente, en mi vida son mi única compañía cuando la noche se vuelve oscura. Tampoco es que haya hecho gran cosa para revertirla cuando estuvo en mis manos, pero para necio, yo.
No he sido capaz de borrar de mi mente su fragancia o el dulce sabor de ese único beso con sabor a despedida. Tampoco he tenido el valor de contarle a nadie lo que pasó, ni siquiera a Celeste que fue la primera en advertir que algo no cerraba y se encargó de hacermelo notar en varias ocasiones.
Lo único que he sabido de ella es que viajó el sabado siguiente a nuestra charla y regresó unos pocos días después para quedarse definitivamente en la ciudad. Extraño estar todo el tiempo con los mellis y Lule, llevarlos y buscarlos en cada actividad, planear que hacer más tarde y todo lo que implica. No es que ya no los vea, solo que antes los tenía en todo momento conmigo y ahora es ella quien los acompaña con más frecuencia. Lo único que me motiva un poco es que los chicos están felices por compartir más tiempo con ella y todo lo que quiero es que sean felices, y que ella también lo sea. Después de todo, amar es procurar y desear la plenitud que da la felicidad para el ser al que se ama. Siquiera me consuelo con esa convicción.
Le envié un par de mensajes, quería disculparme por haberla presionado tanto, por no mirar más allá de mis problemas pero no obtuve respuesta de su parte. Incluso le hice llegar saludos por su cumpleaños y las fiestas de fin de año pero me ignoró, para ella es como si yo no fuera nadie en su vida. Y aunque muera de ganas de verla y, no sé, hablar un poco más quizás o hacerle saber que la admiro aún más que antes, sería muy descarado de mi parte buscarla ya sea en su casa o en la misma empresa con alguna tonta excusa.
Para mí ella es como el cigarrillo o los refrescos dulces, me tienta a probar sólo un poco pero cuando lo hago ya no puedo parar.
Pese a mis sentimientos decidí que es mejor soltar, dejarla ir, aceptar que lo nuestro terminó hace tres años y la oportunidad de ser algo así como amigos la perdí por imbécil, por no aprender a callar o modular mis pensamientos.
Lena, Leila y Mateo han hecho hasta lo inimaginable por hacerme hablar, que les cuente a que se debe tanto misterio pero simplemente no puedo decirlo. ¿Cómo explicar que mi corazón se niega a aceptar que no existe nada entre Isabel y yo? Si hasta suena ridículo, yo mismo he repetido hasta el cansancio que cuando algo no va no hay que forzarlo.
***
Los mellizos han estado de vacaciones con la familia de Isabel por más de tres semanas y para mí alivio, la tortura termina mañana. Me avisaron que estarán temprano en la ciudad y vienen dispuestos a compensar los días que no nos hemos visto, no quepo en mi de la alegría. Pese a mi naturaleza cotilla me abstuve de preguntar si su madre los acompañó todo este tiempo o si ella los traerá o es que siempre estuvo acá. Lo que menos quiero es confundirlos o ponerlos en una situación engorrosa que difícilmente pueda explicarles.
No he sido el único que ha extrañado a ese par de monstruitos, todos lo hemos hecho y estamos ansiosos por verlos. Planeo avisarles a todos que mañana vuelven para reunirnos en casa como en los viejos tiempos y recibirlos con todo el amor que merecen y se han ganado.
En medio del entusiasmo lo que no esperaba es la llamada que revienta la burbuja en la que me encontraba. Respondo dubitativo.
-¿Hola?
-Leonardo. Muñequito.- La rudeza en su voz y la angustia que proyecta me inquietan.- Me re cago en la puta. ¡Aprende a conducir, mamerto!- Bocinazos e insultos cruzados invaden la línea.
-¿Teo? ¿Estas bien? ¿Que sucede?- Pregunto con un mal presentimiento afincandose en mis entrañas.
-No, si, no no... Yo si, pero...- Otro bocinazo y el chirriar de llantas.- Maldito hijo de la mierda, las tortugas por el carril lento. Te partiré la madre.
-Teo, no entiendo nada. ¿Qué pasa?
- Isa, los mellis. Tenes que ir al hospital central.- Toda la sangre de mi sistema se congeló nada más escuchar sus palabras.
-¿Qué? Pero... ¿Qué pasó? Voy para allá...- Defino al comprender que estoy perdiendo valioso tiempo.
- No demores. Viejo idiota, al lado del freno, pisa el acelerador la recalcada con...- Cierro la llamada sin demora, con la poca cordura que aún conservo tomo en brazos a Lule que atina a acurrucarse para continuar su siesta, ajena a mi preocupación.
Estoy asegurando el cinturón de seguridad de mi hija cuando otro auto se acerca haciendo juego de luces, la ventanilla del conductor desciende dejando ver a un Mateo cuya sonrisa flaquea al visualizar mi estado, seguramente descompuesto.
-¿Todo bien?
- No lo sé.- Confieso sintiendo un enorme peso sobre mis hombros, la angustia volviéndose intensa y la esperanza de que sólo sea un susto.- Te...tengo que ir a... al hospital, los chicos, Isa.- Balbuceo sin encontrar las palabras para explicar más.