Segunda oportunidad

Un cielo lleno de estrellas

Al despertar pude ver a mamá al pie de mi cama mientras discutía con el doctor Walter, quien se encontraba de espaldas con los brazos cruzados. Al parecer el tema que tocaban no era muy agradable, la tensión en sus cuerpos lo demostraba. Y ni hablar de los susurros que habían terminado en gritos.

Fingí seguir durmiendo para poder escuchar un poco de la conversación.

—¿Está seguro? —preguntó ella, exasperada y al borde del llanto—. Digo, quizá en este tiempo pudieron haber encontrado otra alternativa. 

Y aquí vamos…

Walter respiró hondo y agachó la cabeza en un movimiento negativo.

—Señora Hawkins, hemos hecho todo lo que se nos ha permitido —dijo para posteriormente tomar un folder y hojearlo—. No nos queda nada más que esto.

Mi madre suspiró, consternada.

—Es que aún no puedo comprender. Simplemente no logro asimilarlo —Ella sacudió la cabeza con el rostro entre sus manos—. ¿Pero si no funciona…?

No. Me negaba a escuchar de nuevo esa explicación. Solté un suspiro para distraerlos.

—¿Mamá? —mencioné con voz adormilada—. ¿A qué hora volviste?

Giró con brusquedad para mirarme. Sus ojos se encontraban rojos e hinchados, señal de que había estado llorando por varios minutos, tal vez horas.

—Hija, ¡lo siento, no quisimos despertarte! —mencionó al acercarse y besar mi mejilla—. ¿Cómo te sientes? ¿Tienes hambre?

—No, así estoy bien. Gracias.

Observé de forma discreta al doctor Walter. Este al percatarse de mi mirada, retrocedió con lentitud, dispuesto a irse antes de que yo lo bombardeara con mis preguntas absurdas. Segundos después volví a mirar a mamá.

—¿Qué es lo que no funcionará? —cuestioné en un susurro.

Sí, la peor forma de iniciar una conversación.

Se sobó las cejas y sacudió la cabeza.

—Catherine, ¿qué te he dicho sobre escuchar conversaciones ajenas? —me reprendió.

—Perdón, pero estaba dormida, no muerta. Y este cuarto no es lo suficiente grande como para aislarme de los ruidos que suceden dentro de él.

Ella suspiró con lentitud y cerró los ojos, asintiendo. Luego de un tiempo me atisbó y en un hilo de voz me contestó:

 —Funcionará, hija. Yo sé que funcionará —Sus ojos se fueron apagando al igual que su tono.

Algo dentro de mí se quebró al notarlo.

—Pero, ¿qué…?

—Tu trasplante, Catherine. Eso es lo que funcionará —me interrumpió, apartándose—. Tengo esperanza.

No respondí. Por un instante ambas permanecimos así, mirándonos en silencio, hasta que ella desvió la vista hacia la esquina de la habitación y. limpiando su mejilla izquierda, tomó la perilla de la puerta para hablar en un murmullo.

—Iré al piso dos. Te veré a la hora del almuerzo.

Sin oír mi respuesta se marchó. Siempre hacia eso, huir en los momentos difíciles.

Volví a echarme contra la cama, aferrándome a la sabana y escondiéndome bajo ella. En segundos toda mi frustración se vio convertida en lágrimas.

Tenía tiempo que no lloraba, sin embargo, en ese momento lo necesitaba. Lo necesitaba tanto como el aire que respiraba.

¿Existía esa esperanza? Y si así era. ¿Dónde se encontraba?

Cada vez había menos tiempo. Ya habían pasado tres meses y medio desde mi último diagnóstico y no existía algo alentador. Solo trabas y más trabas. Los doctores, las enfermeras, Anna, el personal externo, prácticamente todos estaban haciendo su mayor esfuerzo por ayudarme a mejorar, pero siempre el resultado era el mismo: nada.

Mamá se encontraba más angustiada de lo normal, aunque no me lo dijera, yo lo sabía y eso me preocupaba. Cuando lo único que tienes en esta vida es a tu hija y ella está en riesgo de morir, no debe ser algo para lo cual preparan a una mujer al ser madre.

Me senté al borde de la cama y froté mis parpados. Había pasado gran parte del día durmiendo para no ver a nadie. No tenía ánimos.

Di un vistazo por la habitación, percatándome de que estaba la charola con mi almuerzo. Luego de comerlo y tomar el par de pastillas correspondientes, noté un papel pegado a la bandeja. Sonreí al tomarlo y leer el mensaje.

 

“Señorita, ¿debo preocuparme por su silencio?”

¿O es una indirecta para que vuelva a las notas?

-FM”. 

 

Sin esperar fui a la cómoda y del cajón sustraje el IPod. De inmediato lo encendí y vi en la pantalla varios mensajes suyos, algunos a modo de broma y otros preocupado por no saber nada de mí en casi cuarenta y ocho horas.

 

Cath:

¡Hola!

Lo siento por no responder. No me sentía con ánimos.

5:25 p.m.




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