A veces me pregunto si estoy viendo una comedia o viviendo una.
Desde que Akira Yoshida entró a esta escuela… el gimnasio no volvió a ser un lugar tranquilo.
La primera vez que lo vi fue en la ceremonia de bienvenida.
Llevaba los zapatos cambiados: el izquierdo en el pie derecho. Y aun así, sonreía como si no se diera cuenta.
—Ese chico… es un desastre —pensé.
Y al mismo tiempo: qué sonrisa más tonta y linda tiene.
Después, lo vi en el tablón de anuncios. Estaba leyendo todos los carteles de clubes, uno por uno, como si quisiera unirse a todos…
Y lo hizo.
Se unió a seis clubes.
¿Quién hace eso?
—¿Por qué se metió al nuestro? —le pregunté a la entrenadora.
—Tal vez por amor al baloncesto —respondió. Pero yo no le creí.
Durante el primer entrenamiento, no se veía muy hábil.
Pero algo me llamó la atención: su forma de moverse no era técnica… era honesta.
Cuando jugaba, parecía que el balón era su amigo, no una herramienta.
Y cuando enfrentó a su hermano, lo dio todo.
Saltó, resbaló, casi se cae… pero encestó. Y luego, jadeando, sonrió como si acabara de salvar el mundo.
—“Puro corazón” —susurré sin darme cuenta.
He escuchado de él en todos lados.
—“Akira se cayó en teatro y terminó actuando de villano”
—“Akira cantó tan fuerte en música que la ventana vibró”
—“Akira le habló a un saco de boxeo llamado Tanaka y casi llora”
Y aun así… sigue yendo a todos los clubes. No se rinde.
Hoy lo vi salir del gimnasio, con el cabello despeinado y el rostro cansado.
Pero apenas me vio, me saludó agitando la mano, como si no importara lo agotado que estuviera.
Y algo dentro de mí… se movió.
No sé si Akira se unió al club por mí.
No sé si solo quiere divertirse o si de verdad tiene un objetivo más grande.
Pero sí sé algo:
Cada vez que lo veo en la cancha, mi corazón late un poquito más rápido.
Y eso… eso me da miedo.
Porque si sigue así…
podría empezar a gustarme de verdad.