Tomás despertó con un grito en la garganta, otra pesadilla lo había azotado. Se sentó en la cama con pesadez, su situación empeoraba con cada día que pasaba. Por la frecuencia de las pesadillas, sabía que la oscuridad se estaba acercando.
Se levantó y tomó el celular en la mano, mientras marcaba un número, se sentó en un sillón en la sala de su casa.
—Cassi —oyó una voz femenina del otro lado de la línea.
—Las pesadillas empeoran —confesó con la voz destrozada.
La mujer soltó un largo suspiro.
—Sabes que no puedo darte más medicamentos —objetó la mujer, su psicóloga—. Iría en contra de mis principios.
—Está bien —aceptó Tomás resignado.
— ¿De qué van esta vez? —cuestionó curiosa, la psicóloga.
—El mismo hombre atado en el cepo, quemándose mientras una malévola sonrisa aparece en su rostro.
— ¿Recuerdas haber visto a ese hombre en alguna parte?
—No lo creo —susurró Tomás—. Los oscuros ojos sin luz en ellos, su rostro medio destrozado por el fuego, la carne roja y floja, la piel colgando en algunas partes… su macabra sonrisa.
Tomás cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir, tratando de que la horrible imagen se borrara de su memoria, aun sabiendo que era inútil. Pues al parecer, aquella imagen lo perseguiría por siempre.
—Creo que deberías reconsiderar mí oferta de tomarte unas vacaciones, has estado trabajando mucho últimamente —trató de persuadirlo Cassi—. Tal vez con un merecido descanso las pesadillas se apasiguen.
Tomás suspiró, sabía que jamás podría desaserse de los sueños espantosos que lo perseguían, al menos no del todo.
—En este momento no puedo tomarme un descanso, estoy resolviendo un doble omicidio.
Se escuchó una respiración entrecortada y un fuerte jadeo en la línea.
— ¿Cassi?¿Cassi te encuentras bien?
Pasaron varios segundos antes de que Tomás volviera a escuchar la voz de su psicóloga, sin embargo, pudo captar un tenue temblor en sus palabras, como algo no estuviera del todo bien.
—Sí, estoy bien. Seguiremos hablando en otro momento.
— ¿Estás segura?
—Sí.
Después de cortar la llamada (no muy convencido por la respuesta de Cassi), se dispuso a estudiar el caso de Juan, de su extraña desaparición y la abrupta muerte del médico forense que lo estaba examinando. No habían encontrado nada en las cámaras de seguridad de la morgue, ni siquiera hallaron huellas de que un desconocido hubiera entrado. Sin embargo, no tenía sentido la desaparición de un cadáver.
Miró en su reloj, notando que ya eran las seis de la mañana. Se preparó para trabajar y salió de su casa, no sin antes volver a sentir una desagradable sensación, como si lo estuvieran vigilando. Caminó hasta la acera, donde se encontraba estacionado su auto negro. Giró la llave del coche arrancando el motor, mientras un cosquilleo le recorría la nuca. Miró el espejo retrovisor, encontrándose con el asiento trasero vació. No obstante, le pareció ver cruzar una sombra por la calle varios metros atrás. Tomás sacudió su cabeza y condujo hasta la estación de policía.
Tal vez el cansancio le estaba pasando factura, y su mente jugaba con su cordura.
Al llegar a la estación encontró un revuelo de oficiales atareados, llevando papeles de un lado a otro, se notaba la tensión en sus rostros. Tomás se acercó hacia donde Raúl se hallaba sentado, estudiando unas fotos.
— ¿Qué sucede? —preguntó Tomás—. La estación nunca estuvo tan movilizada como ahora
Raúl le pasó una foto que estaba sobre el escritorio. Tomás la tomó y la miró, la imagen lo dejó tonteado por unos segundos.
—Macarena Muñóz —susurró, al reconocer la imagen de la joven mujer, hija del alcalde del pueblo.
La joven muchacha de veinticinco años, se veía en la imagen, con el rostro hinchado y enrojecido por los golpes que había recibido. Sus castaños cabellos enmarañados y la ropa sucia y arrugada.
—La encontraron vagando por las calles, vestida con un camisón y sin orientación. Su cuerpo y rostro golpeado y maltratado.
— ¿Recuerda algo de sus atacantes? —preguntó Tomás, sosteniendo aun la foto en sus manos.
—No ha dicho ninguna palabra desde que la han encontrado —respondió Raúl—. Los médicos dicen que vivió un trauma muy fuerte.
Tomás soltó la fotografía en la mesa y se sentó junto a su compañero.
— ¿Alguna noticia sobre el paradero del cadáver de Juan Forebell? —inquirió Tomás.
—Ninguna todavía.
Los dos guardaron silencio, mirando las fotos sobre el escritorio de Raúl. Tomás observó una vez más, la foto de Macarena Muñóz, la hija del alcalde. Su mirada, trabándose con esos ojos sin luz, haciendo que recordara aquel horrible sueño que lo atormentaba en las noches, tratando de asfixiar su racionalidad.
El ruido de la puerta del despacho del comisario Reinaldo, causó que todos los oficiales se quedaran en silencio, estáticos en su sitio.
—Me acaba de llamar el alcalde —dijo, alzando la voz para que todos lo escucharan—. Su hija ha desaparecido.
El silencio que compartían se volvió incómodo, casi aplastante.
— ¡Quiero a todo el mundo en las calles buscando a su hija!
Todos se levantaron de un salto de sus sillas, saliendo hacia las calles, patrullando todo el pueblo en busca de aquella joven traumatizada por el brutal ataque recibido.
Tomás circulaba en las calles de la avenida principal, junto a Raúl que estaba comiendo de un paquete de papas fritas. Los habitantes del pueblo de Villa Malgama se notaban agitados con la noticia que se había divulgado, mientras el alcalde no paraba de gritar y ordenar que encontraran a su primogénita.
El teléfono de Raúl sonó fuertemente en el vehículo, rompiendo el silencio. Lo tomó de su bolsillo y lo llevó a la oreja.
—Gonzáles —gruñó el rubio, sus cristalinos ojos brillantes como el cielo azul—. ¿Qué? ¿Estás seguro? Vamos para allá.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Tomás, girando el volante del vehículo en dirección contraria.
Editado: 02.05.2023