Un fuerte y desgarrador grito femenino se escuchó en una oscura noche de verano. El pueblo de Malgama dormía plácidamente, ignorante de que el peligro asechaba las calles solitarias.
Fresca sangre manchando el lugar donde la maldición había sido sembrada, mientras un nuevo cuerpo había sido atado nuevamente en el infierno. Esta vez el odio no se detendría hasta acabar con la maldición impuesta sobre cada hombre y mujer habitante de Villa Malgama.
La luz del sol reflejaba las palabras grabadas con sangre seca en el pavimento: “Dos almas”.
El departamento de policía trataba de apaciguar en vano el miedo que las muertes y desapariciones les había sembrado. Muchedumbres de personas reunidas en la plaza central del pueblo, escuchaban expectantes las palabras de seguridad que imponía con autoridad, el alcalde.
Los oficiales estudiaban las pruebas encontradas en el cementerio y en la avenida principal, donde el cuerpo de una mujer había aparecido sin vida, con múltiples heridas y síntomas de haber sido torturada, amedrentada hasta el alma.
Varias horas después, el cuerpo de aquella mujer joven, rubia, ojos canela, que había amanecido en la avenida, desapareció misteriosamente de la morgue, dejando un rastro de sangre fresca, arrebatada de alguna otra pobre alma que tuvo la desdicha de estar presente en la hora y lugar equivocado.
Tomás se acuclilló fuera de la morgue y mirando hacia el cielo, se preguntó si sus pesadillas después de tanto atormentarlo, habían decidido por fin escaparse al mundo exterior, invocando la presencia del mal mayor, aquel que después de esperar en la distancia ha decidido honrar con su presencia.
— ¿Te sientes cansado? —preguntó Raúl, acercándose a Tomás. Su expresión siempre había sido la de un hombre juvenil, lleno de vida, hasta un poco molesto a veces. Sin embargo, en esa ocasión, su semblante se veía sombrío, distante, como si estuviese tomando consciencia del peligro que los asechaba.
—El cansancio es algo a lo que me he acostumbrado con el paso del tiempo —Tomás observó hacia la lejanía, sabía que no tenían mucho tiempo y si no actuaban con rapidez, terminarían más que destrozados, condenados, atados a un mal insaciable y adicto a la sangre y perdición.
—Las muertes y desapariciones están alterando a todo el pueblo —dijo Raúl, sentándose en un escalón junto a Tomás, que observaba a un par de niños jugar en la plazoleta frente a la morgue—. Si no hacemos algo para detener los ataques, correremos el peligro de sucumbir en una catástrofe mayor.
—No lo entiendo —conjeturó Tomás—. ¿Quién podría estar causando actos tan sanguinarios y repulsivos?
—Tal vez alguien que está muy enojado —sugirió Raúl.
— ¿Qué es lo que puede hacer que un hombre se enfurezca tanto, que termina matando y luego secuestrando los cadáveres de sus víctimas? —inquirió Tomás.
Raúl guardó silencio, haciendo que el momento se volviera aún más incómodo. Aún no habían encontrado ninguna pista consistente que los llevara a dar con el asesino serial. La estación de policía era un caos, los oficiales no daban a vasto con las quejas de los pueblerinos, que inquietos y atemorizados, intentaban buscar la protección de la ley.
— ¿Quién crees que sea el asesino?
La pregunta de Raúl lo sacó de sus pensamientos. Tomás se rascó la mejilla pensativo, sinceramente no tenía a nadie en mente. Era la primera vez que sucedía un caso como aquel, principalmente porque Villa Malgama era un pueblo pequeño, y los casos que tenían nunca habían sido tan complejos.
—No lo sé.
— ¿Ya sabes los resultados de los exámenes realizados en la sangre encontrada? —cuestionó Raúl, su semblante cambiando de repente, sus ojos volviéndose más brillantes, ansioso por enterarse de lo que pudieron haber hallado los médicos.
Tomás asintió.
—Los resultados coinciden con el ADN de Juan, Cristóbal, Macarena, Yolanda y Esteban.
—Se está acercando —susurró Raúl.
Tomás lo miró con el ceño fruncido.
— ¿Qué es lo que has dicho?
—He dicho que… —Raúl calló, su silencio se sintió aplastante y en la cabeza de Tomás surgió una escalofriante idea, asfixiándolo, dejándolo incrédulo ante tal pensamiento aberrante.
— ¿Qué es lo que sabes? —inquirió Tomás, sintiendo la respuesta en la punta de su lengua.
Raúl negó en silencio.
—Nada —respondió con voz cortante—. Nos vemos después —subió a su auto y se fue.
La noche cubría una vez más las calles desiertas, esta vez, impregnando una sensación incluso mayor que el miedo, un hormigueo cubriendo el cuerpo de cada hombre, mujer y niño. Dando a conocer que el tiempo había llegado, el infierno había abierto sus puertas y los demonios quedaron en libertad.
Después de algunas horas, unos escalofriantes gritos irrumpieron la tranquilidad de la noche, haciendo que el corazón de los aun despiertos se acelerara. La pesadilla estaba siendo revivida para aquellos con coraje y poca inteligencia, arrogantes, creyéndose unos héroes, terminando sin vida y con el espíritu agrietado, echo añico. Sus cuerpos siendo desmembrados sin consideración alguna, cubriendo el suelo, maldiciéndolo una vez más.
Al aclarar el día, la luz del sol reveló la espeluznante escena transcurrida bajo el manto nocturno anterior. Los pueblerinos observando la escena con los rostros pávidos, los niños llorando y los mayores mudos, sin palabras coherentes para el calvario en el que estaban viviendo. Un nuevo mensaje escrito con el líquido rojo extraído de las venas de las víctimas: “Cinco almas”.
Editado: 02.05.2023