Seis Máscaras

Capítulo 7

 

 

 

Al día siguiente, Yolanda, Tomás y Abel se fueron a hablar con el cura del pueblo en busca de una respuesta favorable a sus inquietudes, con respecto a la escalofriante escena que habían encontrado en la casa de Zulma Díaz. Aquel cadáver había perseguido el sueño de todos, impidiéndoles el descanso, sus rostros reflejando el agotamiento e insomnio.

El cura se hallaba arrodillado frente a la estatua de Jesús en la pared detrás del palco. Yolanda se acercó a paso firme hacia el hombre que al notar que no estaba solo, se volteó y los miró unos segundos antes de levantarse y enderezarse.

—Pero qué grata visita —habló con voz pastosa.

—Padre —dijo Yolanda—. Hemos venido a hacerle unas preguntas.

El hombre de túnica oscura la miró expectante.

—Es sobre Zulma Díaz —puntualizó Tomás.

— ¿Zulma Díaz?

—Tenemos entendido que usted la resguardó hasta cumplir la mayoría de edad —explicó Tomás.

—Sí, así fue.

—Ayer fuimos a revisar su casa y nos hemos encontrado un cadáver en descomposición rodeado de velas negras y flores secas —relató Yolanda—. ¿Tiene idea de quién pudo haberlo hecho?

El cura miró pensativo hacia el techo, algo lo estaba quebrantando desde hacía tiempo.

—Se supone que la casa debería de estar vacía, puesto que la propietaria lleva muerta poco más de un año…

— ¿Quién era el niño de la foto? —interrumpió Abel.

El hombre de Dios se sobresaltó ante tal pregunta, a lo que Abel sacó de su bolsillo la foto que habían encontrado en la casa de Zulma. El cura ahogó un grito al ver la imagen que contenía.

—No puede ser, es Ismael —exclamó sobresaltado, cubriendo su rostro con una mano tratando que las lágrimas no se le escapara de los ojos cansado de un hombre de sesenta y ocho años—. Mi hijo, murió cuando era un niño.

Tomás frunció el ceño confundido, nunca había sabido que el cura tuvo un hijo y mucho menos, que había muerto.

—No sabía que tuvo un hijo —interrumpió sus pensamientos Yolanda.

—Cuando vino al mundo, trajo una sombra consigo —susurró—. Era un niño con pensamientos malos e impuros.

— ¿Pensamientos impuros?

—Disfrutaba del dolor que les infligía a los animales pequeños que encontraba en el jardín —explicó—. Un día incluso llegó a mencionar que le gustaría hacerle lo mismo a las personas.

>>Ese pensamiento tan aberrante e inhumano hacía que me sintiese un mal siervo de Dios. Lo único que pude hacer en un vano intento de salvar su alma fue encerrarlo en el sótano de la casa.

— ¿Encerró a un niño en un sótano? —Yolanda se veía perpleja ante tal acto—. ¿No pudo pedirle a la madre que lo ayudara?

—Mi esposa murió cuando lo dio a luz. Dios sabe que hice cuanto pude para salvar su alma, pero la oscuridad que lo dominaba era mayor que mi fe.

Un acto hecho de corazón, aunque mal hecho llevó a un siervo de Dios a cometer uno de los peores errores en la vida de un hombre. Al haber encerrado a su hijo, liberó a la maldad que lo poseía.

—Murió tres días después que lo encerré —dijo con la voz casi apagada—. Tiempo después, cuando Zulma era una niña decía que tenía un amigo que la visitaba y se llamaba…

—Orinimun —se adelantó Abel.

—Ori-Orinimun es… es un demonio —habló el cura, cerrando los ojos con fuerza—. Uno de los más antiguos demonios… se dice que tenía una obsesión enfermiza de ser como los hombres, por lo que ocupaba sus cuerpos para realizar sus fechorías.

— ¿Un demonio? —Graznó Yolanda palideciendo—. ¿Y qué podemos hacer para enviarlo al infierno?

El hombre de Dios suspiró pesadamente, necesitaba deshacerse del enorme peso que había estado llevando en su espalda todos esos años. En cierto modo, se sentía culpable de haber sido el principal responsable de haber liberado al demonio que estaba causando tanto daño en ese momento. Pero si revelaba su oscuro secreto, corría peligro de desatar al mal mayor.

Levantó la mano temblorosa apunto de revelar lo oculto, y como si la mala fortuna le estuviera sonriendo, fue interrumpido por Abel.

—Creo que tenemos que hallar la forma de detener a Raúl —propuso—. Luego contactar con el paradero del demonio.

Los labios del religioso volvieron a temblar, luchando desesperadamente por soltar las palabras que lo habían estado atormentando durante tanto tiempo.

—Yo…

—Lo siento padre —lo interrumpió Yolanda—. Debemos volver a la estación —se levantó y se acercó a la puerta junto a los demás—. Prometo venir a misa el domingo.

Tomás había presentido que el cura quería decir algo, pero cada vez que se atrevía a intentarlo, era interrumpido como si una presencia lo impidiera ¿A caso sabía algo que ellos ignoraban?

De regreso a la estación cada cual se retiró a su puesto de trabajo, el día transcurrió todo lo normal posible. No habían aparecido más muertos desde hacía dos semanas y el pueblo había respirado nuevamente. El temor aun latente en sus corazones.

Tomás despertó en medio de la noche, su respiración agitada y un terrible presentimiento instalado en su piel. Algo malo había pasado y un sentimiento de querer ir a la iglesia lo invadió por completo. Nunca había sido un hombre muy devoto, la última vez que había ido a misa fue cuando tenía diez años. Pero esa sensación incómoda era mucho mayor que su terquedad.

Se levantó, se vistió y tomando las llaves de su auto se dirigió a la iglesia del pueblo. Al llegar, bajó del auto y observó la entrada principal. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, su corazón palpitó frenéticamente a medida que caminaba hacia aquella puerta oscura. Un extraño pensamiento cruzó por su cabeza cuando miró detrás de él, notando a una sombra perderse calle abajo.

Estiró la mano y rozando el picaporte de la puerta, la abrió lentamente sintiendo una sensación desconocida. La luz frente a la puerta que siempre estaba prendida, estaba apagada. Sacudió la cabeza para despejar su mente y tragando fuerte decidió entrar ante la casa de Dios. Su cuerpo quedando petrificado ante lo que veían sus ojos.



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En el texto hay: maldicion, asesinato, terror

Editado: 02.05.2023

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