Selenofilia, luz de luna

Capítulo I.

Ese chico, poco amable y raro que visitó a la deidad de la Luna.

Hace 5000 años, cuando de nuevo en la tierra no existía absolutamente nada, los dioses mexicas se reunieron en Teotihuacan para hablar un asunto demasiado importante que dejaron olvidado por muchísimo tiempo: la creación de la humanidad. 

Antes habían fracasado cuatro veces al dar estabilidad al Sol. De cuatro dioses que se ofrecieron a ser el astro más importante de la vía láctea, ninguno fue el más adecuado. Y a eso hay que sumarle que los humanos de aquellas cuatro eras no eran ni una mínima parte de lo que hoy son. Que si esos eran perfectos y arrogantes, gigantes y torpes, o demasiados buenos e ingenuos. De manera que, buscando una solución, Quetzalcóatl el dios de la sabiduría, recurrió a los huesos sagrados que guardaba el Mictlán para la construcción de los hombres y mujeres habitantes del planeta. ¿Pero verdad que sin un Sol ni una Luna que acompañe a los cielos, no podría funcionar nada? Exacto. Entonces, ¿qué fue lo que hicieron los dioses? Crearon una gran hoguera con el objetivo de darle vida a tales astros. 

Luego de una larga y sabia decisión, concluyeron que dos dioses en específico eran los indicados para tan divina labor. De un lado estaba Tecuciztécatl, un dios de actitud soberbia y altanera, pero por otro, estaba Nanahuatzin, que a comparación del primero era humilde. Por eso cuando el día del sacrificio llegó, ambos dioses miraron con temor esas ardientes llamas que a cualquiera abrumaban. ¿Recuerdan al dios que tenía los humos bien arriba? ¿Sí? Pues déjenme decirles que el muy presumido se acobardó en el último instante. ¡Já! Ya decía yo que sólo era un fanfarrón. Caso contrario con Nanahuatzin, que siendo valiente, fue el primero en arrogarse a la hoguera sin dudarlo. ¿Lo leen? ¡Sin dudarlo! Aplausos, mis eternos respetos. Cuando eso pasó, un celoso y avergonzado Tecuciztécatl no tuvo de otra más que hacerlo después. 

Nanahuatzin salió convertido en el Sol y Tecuciztécatl en la Luna. Pero los dos permaneciendo inertes en el cielo, orilló a que los dioses debatieran sobre qué era lo que podría remediar semejante problema. Unos decían que lo intentaran de nuevo, otros que no funcionaría y otros más que rendir tributos era la mejor opción. De tal manera que después de un prolongado razonamiento llegaron a la conclusión que inclinarse por lo último era lo mejor. Así no tuvieron de otra más que ofrecer el agua sagrada. 

De ahí pues, nació la creencia de los mexicas por llevar a cabo el sacrificio eterno divino para que sus astros salieran y jamás se apagaran. Este mito intenta dar explicación a ciertos fenómenos cosmológicos presentes en los pueblos prehispánicos: la necesidad lógica de fundamentación universal, temporalización del mundo en edades y la idea de los elementos primordiales.

Hola, soy el narrador contratado para contarte esta historia, espero te guste. Ponte en comodidad para reírte un poco mientras exploras un mundo. Bueno, bueno ya. Ahora sí, prosigo. 

Cuando se terminó de contar tal relato, los aplausos de todo el grupo no tardaron en hacerse notar. Si bien todos, sin excepción alguna, pusieron atención a esa parte de la clase, fue la mismísima maestra quien no lo hizo. Muy mal. 

—¿Profesora?

—Uy, a mí se me hace que ni siquiera los notó —mencionó una chica ahogándose en una risa—, pues cómo lo iba a hacer si ha estado derramando baba desde que empezó la clase. 

Todos estallaron en sonoras carcajadas, haciendo enfurecer a otra integrante del equipo que esperaba a que la profesora reaccionara. Pero tal parecía que ni con todo el bullicio se lograría, así que dispuesta a despertarla, cruzó los pupitres para llegar a uno de los últimos y soltar en voz demandante: 

—Profesora Ajaniame, ¿acaso nos estaba escuchando? 

La susodicha dio un respingo cuando ese tono serio de voz traspasó sus tímpanos. Luciendo avergonzada enderezó la espalda y notando esa desagradable cantidad de saliva impregnada en su mejilla, se la limpió de inmediato. No podía creerlo. Se había quedado dormida en la clase. En su clase de Historia que impartía. Los párpados los sentía pesados, tanto que apenas y pudo observar al frente. 

—Perdóneme profesora, pero esto me parece una gran falta de respeto. Mire que ponernos a hacer una exposición de un tema tan equis como ese por portarnos mal, ¿y para qué?, ¿para que nos salga con esto? 

—Supongo es tiempo de la ronda de preguntas —dijo otro chico, paseando su vista por todo el grupo. 

Ajaniame abrió los ojos tan rápido escuchó eso, no había entendido ni una mierda y era la maestra. Todos le regalaban miradas llenas de burla y desagrado. Maldijo en sus adentros, ¿por qué rayos había permitido que el sueño la venciera? Se puso de pie y acomodando su blusa, carraspeó ofreciendo sus más sinceras disculpas. Omitiendo los cuestionamientos del porqué se había quedado dormida. 

—De todas formas, tienen 10. Con esto el equipo ya estaría exentando el parcial —mencionó anotando algo en su lista, no pudiendo evitar oír los comentarios de sus alumnos para con ella, tachándola de una mala maestra.

“¿Viste? Yo creo que es una pésima profesora.”

“Concuerdo, su clase está del asco.” 

“¿Para qué nos va a servir la Historia? Ya me imagino estando en el laboratorio en el que voy a trabajar, acordándome del tratado de Versalles.”

“Pues a mí me cae mal. Ojalá se harte de nosotros y por fin se largue.”

“Sí, sí. ¡Que renuncie!”

“Y eso no es todo, al equipo de Joel le acaba de poner 10 cuando ni siquiera ha notado que en sus diapositivas tienen horrendas faltas de ortografía y no colocaron la dichosa referencia APA con la que tanto se la pasa fregando. Espero que igual a mí me ponga 10 en el ese proyecto todo aburrido que nos dejó.” 




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