Me llevé el lápiz a la boca mientras tatareaba la canción que sonaba en los cascos y movía la cabeza al ritmo de la música. Pasé la página del libro cuando terminé de leerla y de apuntar las cosas más importantes en mi cuaderno. Solté un largo suspiro y apoyé mi rostro en la mano del brazo que tenía en la mesa desde hacía más de dos horas. Me interesaba todo lo relacionado con cosas paranormales y que no tendrían ni que existir, pero si me obligaban ya no tenía tanta gracia.
Llevaba horas en la biblioteca pegada a un libro con la historia de centenares de demonios, y muchos de ellos no habían sido vistos desde hacía miles de años. Caleb me obligó a memorizar sus partes débiles y sus aspectos, los cuales eran simples dibujos, aunque demasiado bien hechos. ¿Cómo habrán memorizado al demonio de arriba abajo, para después plasmarlo en un trozo de papel?
Me eché hacia atrás y contemplé el techo donde se podía apreciar el mismo mural que en casi todas las salas de este castillo. Trataba de una multitud de ángeles con enormes alas blancas y espadas, luchando contra otro, pero este tenía unas grandiosas alas negras, debía ser un caído. Estaba tan atenta a la pintura que no vi ni oí llegar a Caleb y Mikkel, me quité los cascos y me senté bien en la silla.
—Demonio Nirgal —me dijo Caleb. Sabía lo que quería que le dijera, me puse a pensar y cuando estuve segura le respondí.
—Aspecto de saltamontes gigante, para matarle...tienes que arrancarle la cabeza.
Mikkel se puso tras de mí y me dio unos golpes con una revista enrollada. Caleb estaba enfrente, comenzó a reírse y cerré de un golpe el grueso libro. Empujé la silla hacia atrás con el pie.
—Llevo días estudiando los puntos débiles y aspectos de demonios que llevan más tiempo extintos que los dinosaurios. ¿No podéis decirme los que si caminan por sí mismos y así me ahorro tiempo? —Me quejé y metí el libro en la librería. En esta biblioteca habían miles de libros, demasiados diría yo, y esperaba que solo uno o dos más fueran de demonología, pero sabía que no sería así.
Necesitaba ponerme las pilas porque no me apetecía volver a ser salvada por ninguno de los chicos. Quería poder valerme por mí misma y demostrarles a ambos que no era una niñita indefensa, pero lo mío no era estar horas pegada a unos libros, necesitaba moverme. Era una chica que no se podía mantener quieta ni un segundo y estar sentada estudiando me resultaba aburrido y hasta cansado.
Me posé en una de las columnas azul cielo que había por ambos costados de la biblioteca, eché un vistazo a las figuras de mármol de ángeles al fondo y pensé en porqué todo esto me estaba pasando a mí. Hacía casi dos semanas era una joven cualquiera y de golpe me dicen que no soy humana, sino una Nephilim, hija de un ángel y una humana, que para rematar, ambos estaban muertos. Le di varias vueltas al asunto, pero iba a hacerlo, entrenaría día y noche y mataría a todos los demonios que se interpusieran en mi camino, en parte era por mí y los chicos, pero también en venganza a mi difunto padre.
—Selina, ¿en qué estás pensando? Estás muy seria —oí preguntar a Caleb sacandome de mis pensamientos.
El otro chico estaba revisando las estanterías.
—Nada, cosas mías, no te preocupes —le sonreí y me fui andando dejándolos en la biblioteca.
Volví a mi habitación y Shadow salió corriendo de ella en cuanto abrí la puerta, parecía que le gustaba estar en este castillo. Si le contara a Madison todo lo que estaba ocurriendo sería capaz de bañarme con una manguera para que dejara de delirar. Tenía ganas de verla, la echaba de menos a ella y a las tonterías que salían de su boca.
Me cambié de ropa ya que aún estaba con el pijama y me vestí con algo más deportivo para entrenar un rato. Había tardado un poco en prepararme ya que no tenía nada que hacer después, ni hoy, ni los días que me quedaría aquí. Los chicos ya debían estar por esta planta, llamé a la puerta del cuarto de Mikkel y oí su voz, la abrí con algo de prisa y entré.
Estaba colocando su ropa limpia en el armario. Todo eran camisas oscuras, menos una que era blanca, y su manera de doblar era hasta mejor que lo que había visto en cualquier tienda de ropa. Su cuarto estaba perfectamente ordenado, no me extrañaría que al ver el mío se volviera loco, tenía la ropa por el suelo, la silla y hasta en la bañera, así era yo.
—Quiero entrenar ahora —solté con voz exigente.
Había estado dos días sin entrenar por culpa del pie herido, pero por fin estaba curado y listo para más.
—¿Te cansaste de ser salvada, princesa? —comenzó a reírse, pero no sabía que uno de mis motivos era justo ese.
—Si —paró de reír, me miró y se acercó con una sonrisa divertida. Me fue a tocar el cabello, pero le agarré la mano a tiempo —Si te gano...Me dirás tu edad —esta vez la que sonrió fui yo, esta era maliciosa, me iba a salir con la mía y diría de una vez por todas sus años. Le solté la mano y este la separó —Es solo una edad. ¿Tanto te gusta molestarme?
—Muy bien, si ganas responderé a tu pregunta. Pero jugaremos con mis reglas —estiró su mano para cerrar el trato. Me lo pensé durante unos segundos, no me fiaba de su manera de jugar, pero al final acabé cediendo —Espérame en la sala, ahora iré.
¿A qué reglas se refería? Si decidía luchar con algún tipo de arma estaba pérdida. Pero no me esperaba que aceptara tan deprisa, creo que hice la pregunta correcta, puede que fuera mejor que dejara de preguntarle que especie era, ya me lo diría él cuándo quisiera. Y si no lo hacía...bueno, no debería meterme en ese tipo de asuntos, no me concernían.
Lo esperé sentada en la fuente, pasé mis pálidos dedos por la helada agua una y otra vez hasta que se dignó a aparecer.
—¿De qué trata tu jueguecito? Señor no quiero que sepan mi edad —me burlé. Él se acercó y pasó su brazo por mi hombro, me llevó hasta el medio de la sala y entonces se puso frente a mí.
—Te diré tres demonios, tú debes adivinar el punto débil de cada uno e intentar derrotarme como si yo fuera este —«no fastidies» —Te lo pondré fácil, si me dices correctamente los puntos débiles y derrotas a uno de ellos, te escribiré mi maldita edad en la frente, ¿contenta? —Me dio un golpe en esta y asentí, le iba a ganar, costase lo que costase —Demonio Tertia.