—Miren a quien tenemos aquí —esa voz, miré al frente para encontrarme con el chico de antes, pero esta vez tenía compañía.
Junto a él había tres chicos y una chica, si no fuera por la X roja que tenían grabadas a fuego en sus cuerpos, pasarían desapercibidos como un humano más. Pero algo en lo que antes no me había fijado, es que todos, hasta ese chico, tenían los ojos completamente negros. No eran mundanos, eso estaba muy claro, aunque lo parecieran sentía una presencia maligna que venía de ellos. ¿Qué eran?
Solo dos de ellos, a parte del chico de la discoteca, tenían armas, y estas no eran exactamente pequeñas como mis dagas.
—Vale que tengo el aura algo más llamativa, pero eso no significa, ¡qué todos los malditos demonios o lo que seáis, tengáis que venir a por mí! —abrí el bolso con premura sacando las armas de él y tirándolo a un lado del callejón.
—Nuestro dueño nos dio permiso para comerte, así que sé una bonita presa y no te resistas —me pidió la chica y pasó su lengua por sus gruesos labios.
¿Comerme? ¿Dueño? Me coloqué en posición de defensa, no iba a permitir que esas cosas me comieran, yo no era ningún trozo de pan.
—Os aseguro que si me coméis tendréis indigestión durante unos meses.
La mujer fue la primera en venir hacia mí, giró su espada de un lado a otro, agarré fuerte los magos de las dagas y me preparé para la pelea. No era justo, ¿cinco contra uno? ¿Qué posibilidades tenia de ganar?
La chica era más baja que yo, su oscuro cabello parecía desaparecer entre la oscuridad que había en el lugar. Los cuatro hombres me cortaban cualquier escapatoria. Estaba rodeada. La espada se movió con agilidad cerca de mi cuerpo, tenía el arma agarrada con las dos manos, y el filo parecía muy afilado. La chica soltó un grito y dirigió la punta hacia mi cabeza, llegué a inclinarme a tiempo antes de que mi cabeza acabara rodando por el suelo sin el resto de mi cuerpo.
Ahora me tocaba a mí, junté mis dagas formando una X y cuando esta volvió a atacarme le corté el cuello. Tanto ella como a los dos siguientes que maté se convirtieron en azufre, después de todo, no tenían nada de humanos. Aún quedaban dos, el chico de la bebida y su amigo, el más fuerte de los cuatro hombres o al menos eso consideré por su contextura física.
—¡Eres mía! —gruñó y corrió hacia mí, era tan grande que no pude hacer nada por parar su golpe.
Fui lanzada hacía unos cubos de basura del final del callejón, solté un gemido de molestia por el golpe en la espalda. Tardé uno segundos en poder intentar incorporarme, apoyé las manos en el suelo y me levanté aguantando el dolor. Mis armas estaban a un par de metros, traté de ir a por ellas, pero aquel ser se tiró sobre mí con su pesado cuerpo impidiéndome moverme, y sin esperármelo, su puño aterrizó en mi rostro provocando que me mordiera la lengua.
Algo en mí se activó, noté como todo mi cuerpo comenzó a calentarse y como si no hubiera recibido ningún golpe, todo el dolor se disipó, no sabía que ocurría, lo único era el cabreo que me carcomía por dentro en estos momentos. Tenía ganas de acabar con esos dos cuanto antes. Aún debajo del chico, estiré mi brazo y moví los dedos intentando coger el filo de la daga, cuando la tuve, enrollé mis piernas en la cadera de aquel ser, este me miró con sus enormes ojos negros. Agarré el frío mango con las dos manos y se lo clavé en la frente sin pensarlo. Se alzó conmigo aún encima y se lo clavé una y otra vez junto a sus continuos gritos de sufrimiento, hasta que al final desapareció. Subí la mirada para ver al último y escupí la sangre que tenía en la boca por el mordisco.
—Te toca —fulminé con la mirada al chico. Tenía otra espada, seguramente formada por fuego demoniaco, las únicas que podían tocar los demonios o caídos.
Sorteé varios golpes suyos dirigidos hacia zonas en las que podría matarme. Solo conseguí rozarle con mi arma en uno de los ataques, de esa parte cayó líquido negro y aunque su contextura fuese delgada, era demasiado fuerte y bueno con la espada.
—¿Quién es tu dueño? ¿Y por qué os dio permiso para atacarme? —le pregunté en modo ordenanza. En su rostro apareció una sonrisa cínica.
—Quiere verte muerta —sus palabras me dejaron petrificada por un instante, eso le dio cierta ventaja. Su espada rajó la tela de mi blusa para tocar a la vez mi piel y provocarme un fuerte escozor en aquella zona.
Solté la daga por instinto y me llevé la mano al brazo, cuando la separé estaba manchada de sangre, pero no era el mismo tono rojizo que me había visto cuando era pequeña y me caía de la bicicleta, esta era mucho más oscura, casi llegando a un tono carbón. Un disparo hizo que volviera a la realidad, el demonio comenzó a desintegrarse frente a mis ojos y el suelo se cubrió de negro, como si alguien hubiera tirado un bote de pintura.
—¿Estás bien? —Mikkel apareció en mi campo de visión, yo asentí, su rostro estaba serio, como la mayor parte del tiempo. Se fijó en la herida del brazo y apartó mi mano —No parece grave y lo de la cara, no creo que el moratón dure más de dos días, da gracias a que los Nephilim os curáis rápido.
—¿Estabas preocupado?
Me di una torta mental por soltar aquella estúpida pregunta en un momento como este. Sus ojos de un verde tan profundo que llegaban a hipnotizarte se me quedaron mirando fijamente, pero enseguida agachó el rostro. Colocó sus manos sobre mi blusa y arrancó un trozo para hacer un torniquete y que dejara de sangrar. Di una ojeada a lo que había hecho
—Me debes una blusa nueva.
No dijo nada, solo me colocó delante de él y me agarró de los hombros. Todo se volvió completamente oscuro por un par de segundos y cuando volvió la claridad de la noche sentí un fuerte mareo, antes de que fuese a peor y cayera al suelo, el chico me agarró de los brazos con fuerza para mantenerme de pie. Subí con su ayuda a la barca y cerré los ojos para deshacerme del pequeño malestar antes de decir nada.