—No es para tanto, solo me puse un vestido y unos tacones, nada del otro mundo —insistí sin darle importancia al cumplido que me había soltado Caleb.
La puerta de la habitación del otro chico se abrió dejando ver su inexpresiva cara. ¿Tampoco le gustaban las navidades?
Ambos iban con esmoquin. A la mente me vino el recuerdo del día que conocí al ángel, llevaba también uno, en ese momento de verdad que creí que era un príncipe que vendría a por mí y me llevaría a su castillo. Desde ese día me volvían loca los hombres con aquella vestimenta, eran mi debilidad.
El ángel traía su cabello recogido en un moño. Me fijé en su corbata y esta vez sí sonreí, seguía sin aprender a hacérsela
—¿Te acuerdas cuándo de pequeña te decía príncipe azul? —le anudé bien la corbata. Antes de apartar la mano él me la cogió y se la puso sobre su pecho. Esta era cálida, no como la de su compañero. Eran tan diferentes...
—Sigo siéndolo y te traje a mi castillo —bromeó. La comodidad que me hacía sentir estando junto a él era inexplicable.
—En ese caso, yo soy un caballero —hablando del rey de roma...
—No lo eres, te falta el caballo, y la armadura.
—Tengo un pájaro y algo mucho mejor que una armadura —achinó sus ojos y alzó una de sus cejas, la sonrisa que puso me hizo entender a lo que se refería.
—¡Mikkel, no seas cerdo! —él se echó a reír y Caleb me dio un pequeño golpe con sus dedos en la frente.
—Yo creo que la pervertida y malpensada eres tú, enana.
Me puse roja como un tomate, eso... era cierto, ¡pero no hacía falta qué lo dijera en alto! Porque el idiota, también pervertido, se rió aún más fuerte. Lo había hecho a propósito, sabía qué pensaría aquello.
—Debemos ir bajando ya —nos comunicó el mayor de los tres y se adelantó dejándonos atrás.
Mikkel se colocó a mi lado, le miré de reojo, lo que provocó que las hormonas dentro de mí comenzaran a revolucionarse. El traje negro le quedaba magnífico, se había dejado la camisa blanca un poco desabrochada dándole un toque rebelde, y su oscuro cabello solo permitía ver uno de sus llamativos ojos que resaltaban sobre su persona. Llevé mi mano al colgante y comencé a acariciarlo y llevarlo hacia mi barbilla para tranquilizarme.
—Que quede entre nosotros -murmuró y esta vez sí que le miré directamente, se puso a mi altura y acercó sus labios a mi oreja —Este vestido te queda demasiado bien, princesa.
Mi corazón se paró durante unos segundos para que mi cerebro procesara lo que acababa de entrar por mis oídos. Pestañeé varias veces y tragué saliva sin poder creerme aquello, pero decidí contestar lo más seria posible.
—¿Estás intentando coquetear conmigo?
—No, princesa, solo digo lo que veo —me apartó el mechón que tapaba mi oreja y de nuevo su boca estaba excesivamente cerca de mí —. Si intentara coquetear lo sabrías, te lo aseguro.
Caleb que iba metros por delante no se estaba enterado de nada y daba las gracias, porque si me viera la cara que tenía ahora descubriría lo que pasaba por mi mente en estos momentos. ¿Por qué este hombre me hacía esto? ¿Por qué tenía que sentirme tan rara a su lado, maldita sea? Ahora mismo solo quería encerrarme en mi habitación, gritar y pegar a la almohada. Las cosas que me pasaban por la cabeza cuando estaba a centímetros de él, no eran ni medio normales.
El ángel abrió la puerta del comedor y nos dejó entrar primero al chico y a mí, mi tía ya estaba sentada en una de las sillas.
Este comedor era más grande y acogedor que el de arriba. Tanto suelo, paredes, sillas y mesas eran de madera, todo aquello estaba tallado con hermosos dibujos y formas.
Sandy apareció por una de las tres puertas que había en el cuarto, sacando consigo de la cocina un enorme pavo, lo colocó en el centro de la mesa sobre el blanco mantel y velas a sus lados. Ocupaba un precioso vestido verde con dibujos dorados muy bonitos y llamativos.
—Oh, cariño —Sharon tenía los ojos vidriosos, se acercó a mí y me tomó de las manos.
—Recordé que te gustaban este tipo de vestidos; blanco y sencillo —hizo darme una vuelta sobre mí misma para verme mejor.
—Kim, ¿tienes mi móvil ahí? —la pregunté cuando apareció.
Se lo había prestado para escuchar música mientras se arreglaba. Me lo devolvió y se lo dejé a Caleb para que nos hiciera una foto.
—Sonrían —mi tía pasó su brazo por mi hombro, me acercó y el flash nos indicó que la foto había sido tomada. Pensaba enmarcar la foto como recuerdo de esta noche.
La abuela nos llamó con un fuerte silbido que hizo que todos dirigiéramos nuestros ojos a ella.
Ya cenando, vi que Eros ni en una ocasión especial se quitaba el gorro y los guantes.
—Está riquísimo —opinó Kim.
Me alegraba haber conocido a todas estas personas, aunque con algunas de ellas no hablara mucho. Era la primera navidad que de verdad me sentía como si mi familia al completo estuviera conmigo; una abuela, primos, hermanos, amigos, mi tía, todos en una mesa disfrutando del delicioso pavo que habían preparado.
—Mocoso, baja a esa bola de pelo de tus piernas, que estamos comiendo —oí quejarse a Mikkel.
¿Bola de pelo? Apoyé mis manos en la mesa y separé la silla un poco para poder levantarme. Eché un vistazo a Yumi, pero no tenía nada encima, fue cuando Shadow asomó la cabeza para comer del pavo de Eros, que le vi. Empezó a mordisquear la comida del rubio y el moreno fulminó a esos dos con la mirada.
—Tiene el mismo derecho a comer que tú —replicó el adolescente sujetando al gato para que no se cayera de sus rodillas.
—Eros, baja al gato —le regañó la abuela y él bufó.
—Si quieres, guárdale un poco y luego se lo das —añadí y me miró durante unos segundos que se me hicieron eternos, pero al final aceptó.
Dejó a Shadow en el suelo y partió unos trozos de pavo con las manos para guardarlos en una servilleta. Mimaba eb exceso al gato, pero no podía hacer nada, se llevaban demasiado bien y Shadow era mi billete hacia el afecto del muchacho.