Sempiterno

11| Sentimientos y otras cosas | Tadd

—Yannick ¿a qué te dedicas? —curioseó mi padre.

Mastiqué con más lentitud mi pollo en salsa y le puse atención a la reacción de Blueberry. Su tenedor había quedado suspendido en el aire y su boca formaba una 'O' muy tierna.

—Trabajo en un taller mecánico, señor.

—¿En finanzas o algo por el estilo? —indagó madre, tomando un sorbo de su bebida.

Una sonrisa sincera y reflejante de orgullo se colocó en los labios de mi mate.

—No, Sammy. Mi trabajo consiste en arreglar todos esos autos atrofiados y dejarlos como nuevos.

Mi hermana casi le hizo un altar en ese momento, estaba tan maravillada que sus ojos titiritaron deleite.

—¿Eres una chica mala? —preguntó con doble sentido. Su ceja se alzaba con picaría.

«Santa diosa luna» tuve que aferrarme al comedor. Fulminé con la mirada a mi melliza pero en el fondo yo también quería saber la respuesta. Kermitt le dio una palmadita en el muslo en reprimenda.

—No, soy todo menos eso —contestó mi luna con una risa seca.

—¿A qué te refieres? —insiste Laurence. Su fisgoneo no conocía límite alguno.

—Deja tu interrogatorio para después, señora Galloway —vociferó Kermitt con toque de burla pero dejando su regaño en el aire.

Blueberry se removió sobre su asiento, incomoda.

—Si ya terminaste de comer puedes retirarte, querida—musitó mi progenitora. Su esposo secundó su sugerencia con una sonrisa.

—Se los agradezco —asintió Yannick hacia mis padres.

Se levantó del mesón y le seguí inmediatamente.

—Tengan un buen sueño, familia —nos despedí.

La chica de cabello castaño miraba a su alrededor con cierto temor, en brazos cruzados y encorvada se situaba en medio del cuarto, y con mi sentido del oído subdesarrollado logré escuchar cómo su corazón latía desatado en su pecho.

—¿Qué lado de la cama prefieres? —la observé interrogante.

Se asustó, y me regañó con la mirada.

—Creí que dormiría sola —se limitó a decir. Entre pocas palabras me mandó de una patada a la mierda.

—Es mi habitación, mejor dicho, nuestra habitación —saboreé esas palabras con satisfacción—. Tienes que acostumbrarte a mi presencia, sea donde sea. Prometiste intentarlo —le recordé.

Frunció su ceño, visiblemente molesta consigo misma. Su pijama se adaptaba perfectamente a su figura; sus pantalones cortos floreados, su blusa de tirantes, su cola desprolija y sus zafiros azulados me regalaban un perfil que inevitablemente me obsequió una erección. Genial.

—Yo cumplo mis promesas, pero esta no fue una —pude percibir la inseguridad. No recordaba que lo había prometido porque no lo había hecho pero haría que se tragase como que sí lo fuera hecho.

—¿No lo recuerdas? Estábamos discutiendo y aceptaste intentarlo, prometiste que tratarías de adaptarte...—estaba perdida, rebuscando el recuerdo—. Yannick, fue en tu apartamento... acabábamos de despertar e iba a la cocina para hacerte el desayuno...—mordió su labio, insegura.

—¿Eso hice? —inquirió, insegura.

—Es increíble que se te haya olvidado —«Era increíble de que se tragara mi cuento» me encaminé hacia ella hasta quedar a unos centímetros de distancia—. Eso quiere decir que eres una mentirosa.

—No soy ninguna mentirosa —me lanzó balas con la mirada. Se había erguido, engreída—. Coge el maldito lado derecho y no se te ocurra ponerme una mano encima. La vez pasada te lo perdoné pero si aprecias tu vida será mejor que mantengas tus manos para ti —lucía hermosa discutiendo.

El puñetero doble sentido que le hallé me hizo romper en carcajadas.

—Trataré.

El silencio presidía por toda la casa, a lo lejos podía escuchar los murmullos del clan pero no me molestaban. Rodé hasta tener a Yannick en frente, me daba la espalda pero el subir y bajar de su cuerpo me daba estabilidad emocional. Tenía tantas cosas en mi interior que deseaban explotar y llenar a Blueberry con cariño, amor y afecto, pero debía de tener paciencia. Joder, que tenía mucha pero cuando ella apareció en mi vida se me hizo casi imposible el no mirarla, no tocarla, no escucharla, no olerla.

La poca luz que se infiltraba por la ventana me ayudaba a admirar la belleza de mi mate. Aunque claro está, los hombres lobos poseíamos el don de poder ver en la oscuridad pero el contraste que había entre Yannick y la luz de la luna era inefable. Sin poder evitarlo me levanté con cuidado de la cama, tomé mi teléfono de la mesa de noche y bordeé la cama hasta tenerla cara a cara. Me quedé sin aliento. Mierda, era tan jodidamente hermosa.

Una vez tomé las fotos —de todos los ángulos necesarios para mostrar su perfección— me quedé embelesado. La observé lo que tal vez fueron horas pero no lo sentí así, más bien parecieron micro segundos.




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