La forma en que su cuerpo se tensionaba me hizo saber que odiaba hablar sobre el tema, más aun así, decidió sacarme de mi ignorancia.
—El Consejo de Ancianos no es algo que se hizo de la noche a la mañana, ni tampoco fue algo que se creó hace millones de años. Comenzó a finales del siglo XVIII, tras la matanza desproporcional que se dio en el condado de Goldstone, cuando un grupo de Salvajes entró al pequeño pueblo y mató a cientos de personas —mi boca se abrió, impresionada. Él miraba hacia las casas del clan—. No sólo eso, justamente asesinaron a hombres; quedándose con las mujeres para saciarse carnalmente con su cuerpo pero algunas no bien vistas fueron usadas para ser drenadas de sangre...
—¿Cómo si fuesen vampiros? —susurré, mordiendo la uña de mi pulgar.
—No, más bien hicieron un trato con los vampiros. Ambas razas odiaban a los humanos, y como venganza decidieron extinguir poco a poco su clase, aunque obvio, esta última predomina; al abarcar tanto odio en sus corazones decidieron unir fuerzas —aunque fueran enemigos natos— y tratar de causar pavor a la raza humana. Los Salvajes detestaban la belleza de los hombres, ya que estos lobos tenían marcas por todo el cuerpo, como producto de sus peleas; y los vampiros aborrecían a los humanos porque dependían de ellos. La sangre que corría por sus venas era su único alimento, y el ser dependientes de unos "abominables y débiles seres" era como un insulto.
»Uno por envidia los masacraba y el otro por orgullo los drenaba. Los lobos les arrancaban las cabezas a los hombres por la belleza que a ellos se les fue arrebatada y los vampiros aprovechaban para absorber hasta la última gota de sangre de los cuerpos de los varones y niños. Las mujeres eran las únicas que se salvaban de ese tipo de muerte. Eran explotadas sexualmente por licántropos salvajes y por vampiros sin corazón. Hubo quienes estaban inconformes con lo que sucedía y se propusieron poner un alto en su momento; decidieron darles caza a los lobos indisciplinados.
»Aunque la gran mayoría fueron exterminados, los pocos que quedaron cobraron un desquite y echaron una maldición; sin importar si la mujer fuese luna de alguno de la manada, iban a ser arrebatadas. Como licántropos sabían que nuestro punto débil son nuestras mujeres y el que nos la quiten, joder —exhaló, sospesando la idea—. Es una jodida real mierda. Por eso las sobreprotegemos y en cuanto nos enteramos de algún caso de un licántropo salvaje, los tratamos de ayudar pero en casos más extremos; los exterminamos.
—¿Eso quiere decir que estamos a salvo? ¿Ya no hay más de ellos?
Se mordió su labio, luchando entre decirme o no. Me observó, determinante.
—Hay unos que permiten que su animal los controle a tal punto que este mismo domine sobre el humano, y ahí es cuando entran los grupos de salvajes antiguos, denominados Kapinalliset*, quienes permanecen ocultos en las sombras y en cuanto se dan cuenta que alguien de una manada presenta los rasgos de un salvaje, le dan persecución en silencio hasta que el individuo deja que su animal interior rija en él; así sólo lo reclutan como uno más de los suyos. Para cuando tienen los suficientes en su "clan maravilla" se plantean una manada en específico para atacarla, y el caos se desata.
«Jesús y todos los ángeles» pensé, temerosa. Me removí sobre la banca de madera en la cual Tadd y yo estábamos sentados antes de que comenzara el relato. Su mano salió expendida hacia mi rostro, acarició mi mejilla con un cariño inefable y me miró con adoración.
—No debes de tener miedo, jamás permitiría que alguien te lastimara. No si puedo impedirlo, y si tengo que entregar mi corazón para ello, que así sea.
La firmeza en su voz ocasionó que los vellos de todo mi cuerpo se levantaran. Sus luceros verduzcos brillaban y sus labios se encontraban entre abiertos, dejando escapar aire caliente con olor a menta.
—¿Hace cuánto no ha ocurrido algo de esa magnitud? —preferí cuestionar.
Con un suspiro de resignación, pasó su brazo alrededor de mi hombro y me acercó más a su cuerpo. Sabiendo que no podía luchar contra la fuerza descomunal que con seguridad resguardaba, preferí ignorar su toque; aunque este mismo causaba electricidad.
—Con mucho esfuerzo, ha pasado un siglo desde la última vez que un hecho desastroso como ese ocurrió. Pero aún hay uno que otro que roba a las mates de los licántropos por ambición de tener a una chica como esa a su lado. O simplemente por venganza.
Quedé sin aliento. Era esa sensación de los "pulmones colapsados" pero multiplicada por diez elevado a la ocho.
—Blueberry —me sacó de mi ensimismado, dándome un beso en la frente—, no debes preocuparte. Estas a salvo, estamos —recalcó.
Asentí, tratando de no darle muchas vueltas al asunto. Aunque muy dentro de mí sé que las historias más que experiencias vividas son advertencias para un futuro cercano.
Seguimos con el tour alrededor de los territorios del clan McCaffrey. Mujeres y niños nos salían a encontrar en nuestro curso, unas con ferviente alegría y respeto hacia su próximo líder y otras sencillamente mostraban un asentimiento humilde, demostrando que de alguna manera u otra se doblegaban hacia su autoridad.