3 años después
— ¿Estás segura de que estarás bien, cariño?
— Que si mamá, no te preocupes. Además, no soy yo la que me mudo de casa, si no vosotros.
— Ya pero estarás aquí sola y....
— Mamá — corté su discurso — estaré bien, no te preocupes — dije posando mi mano sobre su hombro.
— Mi pequeña se ha hecho mayor
— Hace tiempo que se hizo — dijo mi padre terminando de recoger las últimas cosas para dejarlas en el coche.
— Bueno, si necesitas algo sabes que estamos en el pueblo.
— Lo sé
— Toma hija — dijo mi padre — Estas son las llaves de casa, del portal... bueno, ya lo sabes. Guardalas por si se te pierden las tuyas. Nosotros tendremos unas de repuesto. Ahora ya puedes hacer lo que quieras con esta casa. Pero ni se te ocurra destrozarla.
— Tranquilo que no lo haré — dije sonriendo.
— Por cierto — dijo mi padre — ¿Te acuerdas de la perra de tu tía?
— ¿Lara? Por supuesto ¿Qué pasa con ella?
— Mira en tu habitación, y date prisa, no vaya a ser que empiece a destrozarla.
Por un momento me asusté. ¿Tendría a la perra de mi tía? Me encantaban los perros, pero ese era el amor de su vida después de que su marido, y mi tío, muriese. No creo que fuera el caso.
Subí lo más rápido que pude hasta mi habitación. Cuando abrí la puerta empecé a escuchar ruidos y cogí lo primero que tenía a mano. Una bufanda.
— Bien, con esto tal vez mato al ladrón de un golpe — dije para mi misma irónicamente.
Los ruidos se escuchaban debajo de mi cama, cada vez más fuertes. Paré en seco apenas unos centímetros antes de llegar. Había escuchado un grito. Algo parecido, desde luego no era humano. No me lo pensé y miré debajo de la cama, tal vez era la perra de mi tía. Pero no, no era Lara. Era una versión más pequeña con una zapatilla en la boca y unos ojos traviesos y brillantes, llenos de alegría.
— No puede ser — entre cada palabra dejé un largo espacio.
Sonó la bocina del coche y me asomé por la ventana.
— Espero que te haya gustado.
— Papá... — dije al borde del llanto.
Desde pequeña ellos saben que lo que más he deseado era tener un perro, pero no me dejaron, siempre se oponían a esa idea y yo terminaba llorando. Siempre, hasta hoy.
— Cuídalo cariño, y cuando vengas tráelo al pueblo que quiero ver como crece.
— Lo haré.
— Nos vemos en un mes, no te olvides de venir o vendremos a buscarte.
— No lo haré.
Y por fin, estaba sola. Bueno, sola junto a ese trasto. Se acercó a mi y empezó a olerme mientras me sentaba en el suelo para después, de un salto, aterrizar en mis brazos y empezar a lamer toda mi cara.
— Para, para — dije riendo como una niña — Ares para
Cuando dije ese nombre, el cachorro meneo la cabeza hacia un lado, como si no me entendiese.
— Así que Ares, ¿Verdad?
Ladró, pero fue un ladrido tan suave que más que eso parecía un grito.
Le puse agua en la cocina mientras me dispuse a desembalar los muebles nuevos que había comprado. Mis padres se llevaron los suyos, así que yo podía re-decorar mi casa como quisiera.
Cuando terminé, tenía la camiseta, además de partes del cuerpo, llena de pintura. Me sobró algo de tiempo y pinté un mural en el salón.
Cada día mejoraba más mis dotes artísticas, estaba muy orgullosa de mi misma, y esperaba que mis padres también lo estuviesen. No era abogada como mi primo; ni contable como mi hermano mayor,no. Yo era tatuadora, bueno, lo sería. Y mañana mi primera vez en el estudio de mis sueños. No como cliente, sino como empleada. Lo sueños SI se cumplen. Tres años esperando por esto, tres años y en apenas unas horas le veré otra vez.