Señal perdida

Capítulo II: matadero.

     Después recobrar el conocimiento, Lisbeth caminó durante muchas horas. Ya cuando había logrado conseguir salir de la montaña, sabía que debía quedarse en alguna casa abandonada puesto que quedarse en algún bosque era el mismo caso que quedarse en su mansión. Una hora antes había recordado que cuando la llevaban a la mansión después de un día de trabajo, la casa más cercana se encontraba a kilómetros de distancia. Aunque el dolor no menguaba y la fiebre empezaba a apoderarse de su cuerpo, ella había decidido no detenerse hasta llegar a alguna casa. A medida que avanzaba el tiempo sentía un poco de miedo, se preguntaba cómo haría cuando el veneno estuviera en todo su cuerpo y ya no sería más ella sino una infectada más. Quería creer que todo podría mejorar pero la verdad era que estaba a quizás unas cuantas horas de su muerte, en el fondo deseaba que las horas pasaran rápido y por fin acabaran con ella.

     Una casa que dedujo Lisbeth que era de granjeros estaba al fin a la vista, ella fue lentamente, siempre atenta de algún infectado. Al fijarse que en los alrededores no había nada, decidió explorar dentro de la casa, que cabía decir que estaba en un estado deplorable, posiblemente se derrumbaría en cuestión de meses. La ventana estaba bloqueada por madera aunque había un espacio considerable, sólo con mucho esfuerzo ella podría entrar allí. Lisbeth optó por patear la ventana, debido a la fiebre, apenas si logró hacer ruido. Ella buscó a los alrededores alguna pala, necesitaba algo fuerte para abrir la ventana. En la esquina de la parte trasera de aquella casa, había una pequeña montaña de basura, mientras removía buscando algo que le pudiese servir, encontró un hacha y la tomó. Se acercó a la puerta de la misma y con todas sus fuerzas le dio a la madera que tapaba la ventana, al tercer golpe ya había logrado romper lo suficiente para ella entrar. Debido al ruido que había causado, supo que no había nada dentro, ya habría ido directo al ruido. Metió la mochila de primero y luego pasó ella, adentro se fijó en la casa. Donde se encontraba estaba lo que había sido la sala de estar, había un sofá deteriorado y muchas revistas en el suelo. Todo estaba sucio y lleno de polvo, a la derecha se encontraba la cocina, al menos eso había sido. El comedor apenas tenía una silla, había otra que se encontraba en el suelo, estaba casi totalmente destrozada. Ella se logró fijar en la carencia de cuartos, había sólo uno, Lisbeth entró a la habitación y había un infectado. Estaba atrapado por un armario que se encontraba encima de él, Lisbeth se acercó y hundió su cuchillo sobre la cabeza del mismo. La cama parecía estar casi intacta, era una cama matrimonial y tenía las sabanas blancas, como todo en aquella casa se encontraba polvoriento. Lisbeth sin ánimos de acomodar algo, colocó la mochila en la cama, se recostó en la misma.

     Ya en la cama, sabía que debía curarse aquella herida pero se preguntaba si valía la pena limpiar algo para morir. Tenía la mirada puesta en el suelo, veía al infectado con el que ella había acabado, tenía una camisa de cuadros y a ella le pareció que era un hombre. Se preguntó cómo se vería ella cuando le ocurriera, su cara estaría deforme y sin un rastro de lo que ella había sido. Nadie la reconocería, entonces le mataría para continuar con vida y allí acabaría toda su vida… Toda la lucha para lo que habría sobrevivido, y al final estaría siendo un infectado con el que habían acabado. La vida pende de un hilo, la existencia misma parecía una ilusión que podía romperse con facilidad. Quiso creer que había alcanzado mucho pero sólo había huido parte de su vida, siempre queriendo escapar del pasado y el dolor que la estremecía cada noche. La verdad era que no esperaba morir de esa forma, creía que al menos hubiera podido dar pelea antes de morir… Pero por alguna razón sentía que no había valido todo aquél esfuerzo que ella había ejercido para no morir desde que ocurrió la infección masiva, no tenía nada que la atara al mundo pero sabía que todo pudo haber acabado mejor… Todo pudo haber acabado en casa, donde los recuerdos buenos y la vida buena pudieron haberla acogido en su habitación. Las cosas debían acabar mejor, pero ya era tarde para desear que algo mejorara, ya era hora de partir. Empezó a delirar mientras veía a su madre y a su hermano sentados a un lado de la cama, ambos reían como lo hacían cuando estaban solos, una sonrisa estaba plasmada en su rostro mientras una lágrima rodó por su mejilla. Ahora todo estaría mejor, ahora estaría con ellos. Lisbeth ahogó un grito al sentir el veneno correr por su cuerpo, ya sin fuerzas ni siquiera podía mover el rostro. Sentía que ya no era su cuerpo, no podía mover los dedos y aunque el dolor la estaba consumiendo no podía hacer nada. Empezó a ver una luz blanca que la hizo calmarse y entonces dejó de respirar.

 

     Abrió los ojos asustada, sentía que estaba empapada de sudor. No podía ver nada, por lo que entendió que era de noche. Sentía su cuerpo con la misma fiebre de antes, pero la confusión que sentía era enorme… A esa altura ya debía ser una infectada, se supone que el veneno ya estaba en todo su cuerpo y que debía haber abandonado toda razón humana. Lisbeth decidió dejar de divagar, sabía que era extraño pero se negaba a perder tiempo acostada, agarró su mochila y tanteando fue hacia la ventana. Salió de aquella casa y caminó hasta donde ella recordaba que era en dirección a la ciudad.




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