Sencilla Obsesión

2

Presente

 

—¿Qué le ocurre esta vez? —Jared miró debajo del coche, procurando ver el rostro de su mejor amigo pero dando con la imagen de sus piernas calzadas con botas de trabajo.

Se escuchó un ruido y Cedric salió tendido sobre la plataforma. Se incorporó, tiró las herramientas en una caja y se frotó una mejilla, dejando una marca ennegrecida de grasa sobre la piel.

—Otra vez se ha comido el aceite.

—¿No se lo cambiaste hace menos de dos meses? —Jared buscó en la nevera del taller y regresó con dos botellas de cerveza. Le ofreció una a Cedric y se sentó en el desgastado sillón situado junto a la puerta de entrada con vista a la calle principal.

—Sospecho que tu abuela lo usa para hacer asado, de otra manera no me lo explico —se burló Cedric, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en la pared.

—A su edad no debería conducir. No sé cómo me convence para que siga aceptando sus ideas.

—Nadie tiene poder sobre tu abuela. La señora Magnolia siempre hace lo que quiere. —Cedric carraspeó y lo miró fugaz—. De hecho, tú te pareces a ella más de lo que quieres reconocer.

Jared sonrió, pero prefirió no comentar. Estudió la calle, aunque se la conocía con todo detalle.

El otoño era cálido, hermoso, paciente. Con días soleados y noches templadas. La estación se tomaba su tiempo para cambiar el color de las hojas gradualmente y no desnudaba los árboles a la fuerza.

El taller de Cedric era la última construcción antes del sendero que iba al lago. Podía notar la fragancia del agua y la del prado seco traída por el viento perezoso. El color rojizo de la puesta de sol se reflejaba en los cristales de las casas del otro lado de la calle, y en la lejanía se escuchaba el ladrido alegre de un perro. Seguramente estaba jugando con un niño, pensó Jared.

Siempre le había gustado observar las particularidades del sitio en que se encontraba y las distintivas individualidades de las personas que se encontraran en su campo de visión. Con el tiempo se había transformado en una segunda naturaleza y lo ayudaba en su trabajo. Podría parecer que no prestaba atención a una conversación, que no observaba la llegada de una persona, pero la verdad era que sin esfuerzo alguno juzgaba la tonalidad de la voz y sabía, incluso, si le faltaba un botón de la camisa. Había instruido su mente para guardar todos los fragmentos y usarlos cuando los necesitara.

Como ahora, que si bien su mirada parecía concentrada en el paisaje, sentía que él era objeto de estudio por Cedric. Sin cerrar los ojos se imaginó las leonadas cejas de su amigo arrugándose y oía claramente el apagado ritmo del golpeteo de su pulgar contra el vidrio de la botella. No llegaba a adivinar con precisión las siguientes palabras, pero preveía sobre qué iban a ser. Su espera acabó muy pronto.

Cedric bebió un trago de cerveza y declaró:                                                                       

—Ha vuelto.

Jared casi sonrió, contento por haber tenido razón. Era un talento suyo. Si se concentraba un poco, leía el comportamiento de la otra persona y deducía las acciones como si le hubiera leído la mente. Suponía que era consecuencia de su trabajo. Que por imaginarse la conducta de sus personajes, había llegado a usar la habilidad en la vida real. Por eso muchos le temían, se sentían desnudos de emociones y en imposibilidad de esconder sus pensamientos. A él le divertía y no se sentía culpable de aprovecharse de sus habilidades. El mundo pertenecía a los poderosos.

Conociendo a Cedric de toda la vida, averiguar sus pensamientos no le costaba ningún esfuerzo. No obstante, esta vez el tema no le agradaba.

—Lo sé —declaró secamente.

—Escuché que volvió anoche. ¿Cómo te enteraste tan rápido? Las noticias no llegan hasta tu fortaleza —protestó Cedric, usando el sobrenombre que había dado a su casa.

—He tenido un día largo y pesado —explicó Jared, debatiendo entre desarrollar o no el tema. Decidió que sería mejor hacerlo. Una evasiva le concedía tiempo, pero era mejor acabar con ello cuanto antes—. Me tropecé con ella por la mañana en el restaurante. Luego escuché las maravillosas noticias en la ferretería y te olvidas de que he visitado a mi abuela. Que a su vez acababa de recibir la visita de una muy entusiasmada señora Candela, la abuela de Íria. Todo el pueblo hierve. Es el más picante cotilleo desde…

—Desde cuando volviste tú —lo interrumpió Cedric, estallando en carcajadas.

Jared no pudo abstenerse y se rio junto con su amigo. A pesar de lo dolorosos que fueran los recuerdos del pasado y de que no tenía ni idea qué le reservaba el futuro, la situación tenía un punto gracioso.

Little Lake era un pueblo pequeño, como otros millones en el mundo, y cada uno de sus escasos habitantes ingería los cotilleos con el entusiasmo dado de sus aburridas vidas.

—Así que la viste —Cedric continuó con voz insinuante.

Jared movió los hombros en círculo, procurando aliviar la tensión inducida del contexto.

—Vamos a acabar con eso. No quiero que se convierta en el elemento central de nuestros futuros encuentros. Sí, la vi. No, no tengo intención de volver a verla. Sí, recordé el pasado. No, no pienso repetir el mismo error. Punto. —Su voz sonó inflexible, no porque se hubiese esforzado en que se escuchara de esa manera, sino porque creía en lo que decía.




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