Señor L.

CAPÍTULO 8.

18 de septiembre del 2021. 11:22 pm

Un 16 de junio recibí uno de sus mensajes sobre las guías de botánica, pero, honestamente lo que menos quería era hablar de trabajos que ya no quería hacer porque sentía que necesitaba más para poder avanzar, eran dos años en modalidad virtual y se estaba convirtiendo en algo asfixiante. Necesitaba algo más que un respiro.

Siempre me dije que no me tenía que rendir, que debía aguantar un poquito más y, sobre todo, que había llegado demasiado lejos y que eso ya era un propósito y un objetivo por el cual mantenerme en pie.

Le comenté que estaba al borde del colapso y no solo por la universidad. Me había despersonalizado porque sentía asfixia en mi casa, en mis relaciones, en mis estudios, en mi familia y me sentía frustrada por la situación de mi mamá porque no fue tan fácil como la mayoría lo hacía ver.

Fue muy complicado como mi mente ideaba infinidad de escenarios donde todo terminaba mal, donde no habían salidas y no encontraba soluciones para absolutamente… nada.

Yo le llamaba, funcionar en Modo automático. 

            Era como cuando sacaba 10 en un examen, todo el mundo ve la ponderación como si realmente se aprende algo, pero en el fondo se sabe que la información solo está guardada en el cerebro y ya, no se podía poner en práctica, no se podía compartir, no se podía usar ningún tipo de sistema que permitiera sacar la información que fue útil para sacar ese 10 y aplicarse en la vida diaria.

            17 de junio. Parecía un día como cualquier otro, me tocó levantarme temprano, no tenía que ir a trabajar ese día, pero mi papá sí y cuando preparaba el desayuno se recibió una llamada, una llamada del hospital.

            Mi hermano fue el encargado del hospital, por eso, cuando contestó se alejó de la casa porque sabía que no era una llamada de rutina, esa llamada involucraba algo y a alguien más.

            Era un médico, el médico decía que ella había dejado de responder al tratamiento y que sus niveles de respuesta estaban demasiado bajos para ser normal, que era muy difícil estabilizarla y que no tenían muchas esperanzas y recuerdo haber visto a los ojos a mi hermano cuando el médico dijo Prepárense para lo peor.

Obviamente, a cualquiera se le va el alma ahí, pero él se mantenía sereno, dijo que, aunque no respondía iban a cambiar de tratamiento y esperaban que esta vez sí funcionara, pero creo que de manera indirecta me estaban preparando para empezar a confrontar el sentimiento de pérdida, porque recuerdo que todo ese maldito día, tuve un estúpido mal presentimiento de que se iba a acabar, algo terminaría, no sabía qué, no sabía cómo, pero ella de alguna manera me alertó o nos alertó, no lo sé.

            Al llegar las 4pm en punto, ya no aguantaba más con el pesar que sentía, porque me sentía vacía, pérdida, desorientada y sobre todo muy pero muy sola, por eso, decidí escribir una carta donde mostrar mis miedos.

Nunca he creído en la terapia de la escritura, ya que siempre pensé que cuando escribía, las cosas se asentaban mucho más en mi corazón, pero cuando escribí “Los demonios también se esconden y huyen” creo que me di cuenta que tenía miedos sin justificación y que realmente tenía mucho que mejorar como persona, porque claro que podía/puedo ser mejor, lo merezco y lo valgo.

17 de junio del 2021. 5:00 p.m.

“Prepárense para lo peor”

Una frase simple, dicha por muchos y no aceptada para nadie cuando la persona que debe resistir empieza a desmayar.

Tenía 8 años cuando el camino de espinas empezó a ser la única opción de escape. A mi edad de 7 años pasó el primer episodio que me traumó y me doblegó exactamente 7 años después, pensar en ello me afecta y si lo sé, porque cuando estás tan roto piensas que todo lo malo te pasa a ti, que los demonios solo buscan tu infierno y que el verdadero sufrimiento no ha llegado, porque así estamos programados, a siempre pensar en lo peor.

Cuentan las leyendas que la fe es la base de todas las cosas y yo creo, creo en todas las veces que me dijo que iba a estar bien, creo en todas las veces que la vi llorando y tomando antidepresivos para vivir, porque vaya, la vida me ha golpeado y dejado marcas que con el tiempo aprenden a borrarse ¿y a ella?

A ella le ha tocado recibir los golpes certeros, de esos golpes que te sacan sangre, te toca remendar y te dejan una cicatriz. Creo también en esas veces que interpuso su rostro para recibir el impacto, creo en las ocasiones en las que me dijo “esa amistad no te conviene” y vaya que no se equivocó, creo en, cuando me encontró descarrilada, me reprendió y me puso un pare para que mi vida no se fuera por la borda.

Cuando tenía 10 años, vivía en una burbuja, de esas donde crees que nadie te toca, nadie te lastima y nadie nunca podrá herirte; desde los 8 no sabía que era sentirse feliz, pero, ¿Mi felicidad costó la suya? La noticia nos emocionaba, la paz que nos brindaba <<un hermano>> producto de una infidelidad que le costó tanto a ella cómo a él, que nos arrebató de su lado por 7 largos años, pero ahí estábamos, creyendo nuevamente, creyendo que los planes de Dios y del destino son perfectos, muchas veces la veía llorar, justamente como estoy ahora y sus respuestas eran sencillas “Ya va a pasar, solo hay que seguir pidiendo a Dios que papi pronto regresará” y ahora que siento su dolor, puedo ver que no solo yo estaba infinitamente rota, ella también sufría.




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