Señor Marqués

VIII. Justo como pensé .

El silencio del lugar se vuelve casi insostenible, el marqués manda a su acompañante a retirarse y quedamos solo los tres, Ivorra, el marqués y yo.

El olor de la comida servida entra a mis fosas nasales y me alerta de que la mesa está puesta, lo cual no da un buen escenario para que la discusión empiece en este momento.

-La mesa...-digo con la voz rasposa – está puesta.

-Vamos a comer, Señor Córdoba, podemos hablar de esto luego. El marqués niega.

-Vamos a hablarlo ahora- espeta y me mira- ¿podrías tapar la comida por favor? No queremos que vengan moscas sobre ella.

Salgo del lugar y hago lo que me ha dicho, pero no regreso, sé que no me quieren ahí, entonces me quedo muy cerca para escuchar, solo espero que uno de los otros españoles que trabajan en la hacienda no me encuentre y me delate.

Hablan casi en susurros pero logro escucharlos.

-Puedes...- el marqués empieza con un deje de molestia en su voz- puedes explicarme ¿qué es esa cosa Ivorra?

-Es...- se aclara la garganta- una gargalheira.

-¿Una qué? – cuestiona con evidente confusión en la voz.

-Es, un collar de hierro para cuando los esclavos cometen una falta grave hacia su amo, así se les humilla.

Por un momento no escucho nada.

-Y... ¿puedo saber que hizo específicamente para que tuvieras que ponerle un collar de hierro? digo, de coña, me parece antihumano- menciona.

-Esa negra, esa sabandija se robó las vendas de mi esposa y se las puso en los pies, como se le ocurre siquiera pensar en tocar las cosas de mi mujer eh? ¿Qué querías que hiciera que me quedara de brazos cruzados? Alguien tiene que enseñarle disciplina y nadie me roba dentro de mi propia hacienda. – aduce con
voz relativamente enojada.

-¿Qué te robó que? – Bufa- las vendas que tenía en los pies son mías Ivorra, mías, se las puse porque se cayó anoche y se golpeó unas heridas que apuesto le has dejado tu- algo rechina y creo que es la hebilla de la correa de el señor Ivorra- justo como pensé, correa de cuero- culmina.

-Por favor Córdoba ¿cómo se te ocurre siquiera interesarte por una cosa como esa? ¿Por qué la estás defendiendo tanto? Son gérmenes, sucios, mugrientos gérmenes que solo sirven para ser lo que son, servidumbre.

-La defiendo- murmura pausadamente- porque muy bien lo ha dicho la corona son personas, y me veo totalmente inclinado a tratarlos como lo que son, ahora también es mi esclava, lo que quiere decir, Ivorra, que si compartimos una esclava ambos tenemos el mismo derecho.

-No te estoy quitando el derecho de golpearla, al contrario- asegura.

-Pero es que yo ni de coña quiero pegarle, ¿qué es lo que te pasa a ti? pegándolea una persona no la dejas en buenas condiciones para hacer su trabajo o es que no has pensado eso siquiera por un segundo ¿eh?

-Esta conversación me parece irrelevante.

-A mi me parece necesaria- gruñe- o dejas de pegarle para que pueda hacer bien su trabajo o dame otro esclavo.- pide y me aterro.

-No puedo darte los que labran la tierra, estamos en las últimas de la cosecha.

-No fue una pregunta, Ivorra. De lo contrario, me la das a ella pero sin un solo moretón, ¿estamos claros? ¿O tengo que recordarte explícitamente porque seguimos siendo amigos?

-No, ilustrísimo señor.- se humilla.

-Eso pensé.

Me muevo rápidamente del lugar entendiendo que la conversación ya acabó, voy a donde María Catalina para evitar levantar sospechas.

-AYANA- escucho mi nombre en la voz del marqués y salgo disparada con María Catalina en los brazos.

-Quiero que...si has terminado nos vayamos, necesitamos buscar las provisiones y terminar con el caos que tengo en mi alojamiento...

-Pero...no he terminado mi tiempo aquí...-musito mirando al señor Ivorra.

-¿Pero terminaste tus labores?

Asiento.

-Entonces nos vamos.

El señor Ivorra me da un asentimiento de cabeza de mala gana y me apresuro a poner a María Catalina en su camita y salgo entonces sin más.

-¿A dónde podemos ir por provisiones? – pregunta.

-Yo le guio.

Nos subimos al caballo y trato de buscar algo que decir, algo para darle las gracias pero no sé qué, así que decido no romper el hielo.

-¿Por qué no le dijiste que eran mías?- empieza a decir -¿Por qué no le hiciste
entender que no tenía ningún derecho de hacerte eso? Por..

-Lo intenté, de verdad...-interrumpo- intenté decirle pero no me dejó siquiera hablar.

-Debiste defenderte más, seguirlo intentando hasta que te escuche ¿Por qué no lo
hiciste?...

-Lo intenté, pero cuando quise reaccionar ya estaba sobre mi cuello.

-Debiste hacer más....

-¿Pero qué de qué hubiese servido, señor?- Interrumpo – ¿de qué hubiese servido que me defienda o que diga algo si me iba a tomar como mentirosa y me iba a castigar aún peor? quise defenderme, pero me quede estática, me quede, solo...-jadeo- no puede exigirme que me defienda señor, usted y yo no tenemos el mismo derecho a la palabra en ningún sentido.



#12706 en Novela romántica
#2485 en Chick lit
#7310 en Otros
#676 en Novela histórica

En el texto hay: amor esclavitud historia

Editado: 23.12.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.