El autobús se estaciono justo a unas cuantas cuadras de mi casa, esa era una de las razones por las cuales me agradaba vivir en este vecindario. La parada de autobús estaba a unas cuantas casas de las mías y no tenía que hacer un largo recorrido para llegar a mi ansiado hogar.
Doblé en una esquina y disminuí mi acelerado paso al notar la motocicleta de Hazel estacionada frente a mi casa y al mismo Hazel frente a ella. Cuando me miró, se apresuró a agitar su mano en modo de saludo del cual no correspondí.
– ¿Estas loco? Mi mamá te matara si te ve aquí – dije apenas llegué a su lado, volteando a todos lados para comprobar que mi madre no se apareciera de repente. Mi teléfono seguía sonando sin parar, por lo que él frunció sus cejas en confusión.
Mi madre de por sí ya estaba molesta y ahora encontrarlo a él frente a su casa, haría que definitivamente se volviera loca.
– ¿Quién te llama tan desesperadamente? – preguntó con las cejas aún más fruncidas que antes. Estaba molesto y por primera vez en tanto tiempo, me importaba una mierda.
– ¿Qué te importa? Son mis asuntos.
Intenté pasarlo de largo pero su mano deteniéndome del brazo, me lo impidió.
Sus ojos avellana escudriñaron fijamente mi delgado brazo con suma atención, lo que hizo que yo imitara su acción al sentir que su agarre se había debilitado.
Una marca rojiza.
Había una marca roja en mi brazo derecho en el que Amir me había sostenido hace unos minutos. Mi piel era demasiado pálida y cualquier agarre fuerte en ella provocaba que al instante se hiciera alguna marca.
Maldición. Debí de haberme puesto el abrigo que olvidé llevarme.
– ¿Qué te ha pasado? ¿Alguien intentó algo contigo?
– No es nada – respondí con la voz temblorosa. Hazel me miró con rudeza. No me había creído, estaba de más decirlo.
– ¿No es nada? ¿Haz visto lo rojo que se ve tu brazo? ¿Quién te hizo eso? No quiero mentiras Dina, dime la verdad.
Su voz sonaba molesta. Su ira estaba clara en la intensidad con la que me miraba, esperando pacientemente una respuesta.
– Dije que no es nada. Estoy cansada Hazel, dejemos tus celos sin justificación para otro día, hoy estoy muy agotada de la misma escena de siempre. Así que por favor, vete de mi casa si no quieres que mi madre te vea.
Me zafe de su agarre como pude, sin dejarle tiempo de contestar. Me escabullí en el pequeño patio de mi casa y cerré la puerta rápidamente, solo logrando escuchar el ruido de Hazel al golpear la barda con sus puños, haciendo una rabieta como la hacía siempre.
Le había mentido al decir aquello solo para que no se enterara de Amir, aunque no había sido completamente una mentira. Era tanta verdad, estaba cansada de repetir el mismo escenario todos los días. Cansada de siempre perdonarle sus errores y fingir que no había pasado nada, que todo seguía como antes sin escuchar un lo siento sincero salir de sus labios. Eso es lo único que pedía, que pudiese ver el arrepentimiento sincero en sus ojos cuando él me engañaba, pero no había rastro de ello cuando yo lo miraba a los ojos, solo había aquella cínica sonrisa en sus labios y el peligro en su mirada. No había arrepentimiento, solo crueldad, porque así era él. Así era el judas del cual yo me había enamorado, despiadado y traicionero. Y eso me agotaba. Eso consumía mi alma y desgastaba mi corazón.
No me había dado cuenta que estaba llorando hasta que las gotas saladas de mis lágrimas se posaron sobre mis labios. Me pasé ambas manos por mis mejillas, tratando borrar todo rastro de lágrimas en ellas cuando escuché el sonido de la puerta siendo abierta; aunque no podía borrar la tristeza que albergaba mi corazón.
El peso de este amor me estaba consumiendo.
– ¿Hermana? Creí que habías salido con mamá, ¿dónde está ella?
Dylan buscó a su alrededor a mamá, para finalmente centrar su atención en mí.
– ¿Estabas llorando?
Me apresuré a negar con mi cabeza al escucharlo e intentar sonreír como si nada pasara.
– ¿Es por lo que dije aquella vez acerca del videojuego? Lo siento, cometí un error. Ya lo vendí, mira, este es el dinero que me dieron por él.
Sacó de su mochila unos billetes que se encontraban arrugados por haberlos metido apresuradamente en su mochila.
– ¿A quién se lo vendiste? ¿porqué.. ? – tartamudee sin saber que decir realmente.
– Lo vendí, hermana. Estamos pasando una situación de falta de dinero por mi culpa.. por eso.
Me extendió nuevamente los billetes arrugados que sostenía y no hice más que ir hacia él y envolverlo en mis brazos por la ternura que me causaba. Dylan era todo lo que me importaba. El hombre que verdaderamente valía la pena y que me aseguraría que nunca fuera igual que todos los demás.
– No es tu culpa. Ven, vamos a preparar unas galletas con chocolate, ¿te parece?
– Ya no soy un niño, Dina. Incluso traje ingresos a esta casa por primera vez.
Reí ante sus ocurrencias. Deshice el abrazo, dejando mi brazo rodeando sus hombros mientras lo guiaba hacia la cocina.
– ¿Entonces no vas a querer de mis galletas?
Dylan me miró pensativo, mordiéndose los labios indeciso.
– Solo esta vez.
– Como tú digas – añadí sonriendo mientras me separaba de su lado y comenzaba a preparar los ingredientes para hacer las galletas.
– Ya está durmiendo – murmuré acariciando los negros cabellos de mi hermano que se había dormido sobre mi hombro. Habíamos visto una película mientras comíamos galletas pero supongo que lo tranquilo que estuvo la película lo hizo dormirse.
Mi madre me hizo una seña con su cabeza idicándome de que la acompañara hacia afuera. Sabía de lo que quería hablar, pero yo no tenía los ánimos suficientes para soportarlo. Mi cabeza daba vueltas sin parar y no podía poner fácilmente los pies sobre la tierra, pero aún así me levanté para ir con ella, acomodando suavemente a Dylan sobre el sillón para evitar despertarlo.
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Editado: 07.04.2022