La navidad era una fecha de amor, de reunirse con amigos y pasar un buen momento con todos los familiares y allegados en un instante para recordar en el tiempo.
Menos para Jude, él odiaba la fecha con todas sus fuerzas, creía que era igual de divertida que una fractura en el coxis, aunque en ese momento le parecía más emocionante dicha lesión que estar invadido con todos esos ornamentos colocados para la fecha.
No soportaba la nieve, la gente corriendo emocionada, los adornos, las compras de último momento, los anaqueles con música navideña. Todo le parecía tedioso.
Era un Scrooge (1) y no le importaba.
Su perro caminaba a su lado con emoción, los niños que estaban se acercaban y acariciaban a Cronos con emoción, el traidor que aceptaba el cariño que le prodigaban. Por su parte, Jude estaba aguantando las malas caras. Sabía que no debió de haber salido de su departamento, pero él lo prefirió así, pues sentía que las paredes lo estaban ahogando y el encierro le imposibilita respirar.
Jodida la vida. Jodida su vida.
Se detuvo en una cafetería y compró un chocolate caliente que necesitaba para el maldito frío que se prodigaba en sus huesos. Miró a todo mundo en la cafetería, chicos con camisetas de renos, de Santa y por últimos su favorita, las del Grinch (2). Al menos al día siguiente todo acabaría ya no habría nada molesto y él sería libre de toda esa parafernalia. Su mayor deseo y el mejor regalo que podía recibir.
Iba caminando con Cronos para la salida y cuando emergió del local se chocó con alguien, casi se le desparramó toda la vida y lanzó una maldición a quien fuera capaz de ser tan torpe.
—Cuidado por dónde caminas —espetó. Él sabía que era una persona muy insoportable. Bueno, normalmente intentaba no serlo. Pero en ese instante, sobre todo en esa fecha tan latosa, no le salían bien las buenas costumbres. Los otros trescientos sesenta y tres días era un hombre normal. En noche buena y navidad era un maldito incordio para su existencia y la de los demás seres humanos.
—Lo lamento —dijo una voz femenina, pero no prestó mucha atención cuando su perro comenzó a correr como si su vida dependiese de ello.
Cronos se calmó y comenzó a caminar sin rumbo por las calles de Carolina del Norte. Estaba haciendo un frío se los mil demonios y solo podía maldecir en todos los idiomas que conocía. Debía de haberse quedado en casa, pero no, él prefirió salir y ahí estaban las consecuencias. Eso era lo malo de no poder estar encerrado en un sitio porque se molestaba no poder ver más nada que las cuatro paredes que su casa.
Estaba acostumbrado a la actividad física, de hecho, vivía por ella. Y por eso tuvo que salir antes de treparse por las paredes. Tenía la ligera esperanza que la nieve hiciera quedarse a la gente en sus casas, pero no fue así. Parecía que se multiplicaban más y más con los años a gente como si fueran los habitantes de Villa Quién (3).
Intentó recordar un momento en su vida en que la navidad no fuera así, pero ahora su mente estaba en blanco. No era del tipo de personas que iba a creer que le llegaría un milagro de navidad. Ya estaba grandecito. Tenía veintiochos años de esos, unos diez más añadidos de solo experiencias traumáticas que solo quería olvidar.
—Cronos, ¿no crees que es estúpido decorar todo eso? Me da urticaria de solo verlo —le habló a su perro, miraban una casa que estaba decorada de pies a cabeza. No había un solo espacio sin que no tuviera una luz, un adornito o algo. No mentía con lo de la alergia, sacando esas cajas de detallitos ya estaría hospitalizado por la reacción alérgica al polvo de cosas acumuladas.
Más para odiar la navidad.
La repuesta de Cronos fue un ladrido. —Sí, Guao para ti.
Su perro a diferencia de él parecía vivir emocionado con la idea de todo lo relacionado a Santa Claus. Cada comercial lo veía con la emoción de un niño. Tal vez porque eso era él, su niño. La única familia que tenía.
Y ya se había puesto sensiblero.
Dejó de pensar en majaderías y se dedicó a caminar. Tal vez debería estar en su casa, adelantando trabajo, pero no, ahí estaba como un tonto viendo como todo mundo se preparaba para cenar en familia. No es como si le importase. Él estaba contento con su vida como programador y la compañía de su perro. No necesitaba nada más.
Ni árboles de navidad, ni calcetines con regalos, ni comida caliente y decente en su estómago. Con una pizza ya era feliz.
Llegó a una plaza y sentó en una de las bancas a ver cómo algunos hacían sus últimas compras. Quedaban unos días más de tortura, pero el día más agobiante era ese. Él mismo se entendía.
Escuchaba música por sus Airpods y estaba casi relajado respirando el aire fresco, pero como siempre, su querido acompañante no se pudo quedar quieto y corrió sin rumbo fijo. Es que tenía que saber que él no iba a aceptar que se quedara en un sitio de forma inerte. ¿Cómo siquiera pensó que Cronos iba a aceptar quietud si era igual a él de activo?
Iba peleando consigo mismo cuando vio que este estaba sentado a los pies de una chica. Si estuviera en tetrapedestación de seguro que estaría moviendo la cola de lado a lado. Así era él de coqueto.
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Editado: 04.01.2022