Señores Dragones y Señores Piratas

Capítulo 12

Hacía mucho que a Kaitlin no la trataban tan bien. Y teniendo en cuenta en cómo había ido todo, era sorprendente. La tiraron en el agua, sí, pero después unas mujeres se metieron con ella y la lavaron por completo, desde los pies hasta la cabeza, frotando sus brazos con esponjas y su espalda con guantes de crin, tan relajante como doloroso.

Aunque dejaron guardias para controlarla, los hombres que la habían descubierto y expuesto a su tripulación, habían desaparecido.

Las mismas mujeres la peinaron y le llenaron la cabeza de flores, la vistieron con una tela alrededor de los pechos y otra tela alrededor de la cintura, también con flores atadas en lianas. En sus muñecas le pusieron brazaletes hechos con ramas y hojas, igual que en los tobillos.

Kaitlin lamentó que no tuviera ningún espejo para reírse de sí misma. Y agradeció que no la llevaran ahora con sus compañeros, porque sabía que estaba ridícula.

Entonces fue llevada al campamento, pero no donde estaba la tripulación, al otro extremo de las aguas termales había otra pequeña aldea, o quizás era una extensión de la primera. Allí, si bien seguía habiendo cabañas en los árboles, también los había en el suelo, encima de tarimas de madera de medio metro de altura; fue en una de ellas donde la llevaron.

Había un montón de pieles de animales dispuestas en una cama, flores, frutas exóticas, jarras de agua fresca y palos de incienso humeantes, con un olor dulzón y atrayente. Dos hombres se quedaron a ambos lados de la entrada, que carecía de puerta.

Aquella misma noche se celebró una gran fiesta en la aldea. Miraba desde su cabaña cómo cocinaban diferentes tipos de carne, como cocían grandes ollas de verdura y cómo decoraban unas inmensas bandejas con coloridas frutas. Bailaban y cantaban al son de los tambores mientras trabajaban. Y de repente, se hizo el silencio. Kaitlin creyó que ya habían terminado y que era el momento de ir a dormir, pero entonces dos niñas entraron en la cabaña, y entre bailes y cantos, la arrastraron hasta el centro de la aldea, rodeada por tres grandes hogueras.

Se sentía embelesada, hechizada y con la cabeza embotada, sin ser del todo consciente de sus movimientos, ni siquiera era capaz de discernir la realidad con la fantasía. Sabía que no era algo natural, ella era médico, era capaz de comprender que no estaba en sus plenas facultades, y eso era porque la habían drogado de alguna forma... pero tampoco podía hacer nada más aparte de dejarse llevar y disfrutar de la belleza exótica en la que se veía envuelta.

Hubo cantos a su alrededor, bailes extraños y movimientos retorcidos. Era todo muy hipnótico, e incluso atrayente, y si no fuera porque sabía que ella iba a ser entregada para que un dragón se la comiera, si es que eso era cierto, lo estaría disfrutando. En el mejor de los casos no habría dragón y simplemente se moriría allá donde la dejaran.

Se acercó a ella aquel hombre que la había tratado poco mejor que como a una basura, el de piel cobriza y la trenza larga hasta la cintura. Llevaba un cuenco que sostenía con la mano, se puso enfrente de ella y los cantos y bailes se intensificaron, las mujeres se sumaron a las niñas, y unos segundos después, también los hombres. Ahora todos bailaban.

—A tunakathakimi bi sekker saditt yare –dijo introduciendo los dos dedos de la mano libre en el interior del cuenco, al sacarlos estaban cubiertos de un líquido rojo.

Kaitlin se estremeció al sentir el líquido espeso encima del puente de su nariz, con suavidad él movió los dedos hasta la punta, y repitió el proceso por ambos pómulos. Por el olor sabía bien que era sangre, y todavía estaba caliente. Luego recorrió las clavículas y el escote, ella siguió sin moverse, disfrutando del roce de sus dedos en vez de asustarse, dejándose llevar sin remedio, sintiéndose en aquel estado que bien le parecía como si estuviera en una nube volando por el cielo, dejándose mecer. El hombre se arrodilló y marcó ahora sus costillas y una última línea vertical que partía su vientre.

—¡A tunakathakimi bi sekker saditt yare! –gritaron todos.

Incluso ella intentó repetirlo, pero cuando llevaba dos palabras mal dichas se sintió desvanecer, cayendo irremediablemente a los brazos de aquel hombre.

Al despertar le dolía la cabeza como si se hubiera tomado tres jarras enteras de ron. Los recuerdos de la noche eran borrosos, una mezcla de colores, cantos y bailes que se removían como en un torbellino entre miradas, risas, palabras y sonidos.

Hacía frío, mucho frío, se incorporó lentamente, abriendo los ojos confusa. Estaba en la cima de una montaña, sobre un altar de piedra dura y enfrente de tres hombres: el anciano, el chico joven de la trenza, y el doctor. Fue este último el que rápidamente le ofreció una jarra de agua, que Kaitlin tomó para beber con avidez, tenía la boca pastosa y una sed enfermiza.

Junto a ellos, había una carreta con todos los alimentos que habían preparado la noche anterior, el jabalí, todas las verduras, las frutas, también había un faisán y una bandeja llena de pescado.

Todavía llevaba las telas alrededor de sus pechos y cintura, las flores, ramas, hojas y las marcas hechas con sangre.



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En el texto hay: piratas, dragones y magia, siglo xviii

Editado: 10.09.2019

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