Señores Dragones y Señores Piratas

Capítulo 23

Abrió los ojos al mismo tiempo que buscaba con desesperación llenar sus pulmones de aire, quedando sentada. Enfrente de ella se encontraba la entrada a aquella preciosa cala, ahora todo a oscuras y con un manto de estrellas que hacía meses que no veía. Estaba sobre un colchón de grandes hojas de palmera, y junto a ella, una pequeña hoguera encendida donde se asaban tres pescados sujetos por un palo cada uno.

—Por fin despiertas. –A su lado la miraba Kirr, preocupado–. Caíste inconsciente en la arena, y has estado así durante tres días. Cuando empezaste a convulsionar, creí que te perdía.

—Tres días…

No le daba la impresión que hubiera sido tanto tiempo, aunque si lo pensaba, realmente había tenido cero control de la noción de las horas.

—¿Estás bien? ¿Qué te pasó?

Kaitlin dirigió la mirada hasta el enorme esqueleto del dragón. Antes no había percibido el poder que emanaba de él, lo notaba ahora, que aquella energía se había disipado. Ya solo eran solo unos restos más; la magia había desaparecido.

Pero ella se sentía diferente. Era una sensación extraña y a la vez real. Se sentía más sabia y más adulta, como si le hubieran arrebatado la poca inocencia que le quedaba. Ahora sabía muchas cosas, conocía muchos datos, sentía ser capaz de reconocer todas y cada una de las plantas de aquella isla, sentía una conexión con cada uno de los granos en la arena e incluso con los animales que sabía que, escondidos en sus madrigueras, los observaban, expectantes, pero sin temor.

Se sentía poderosa, pero sin la necesidad de demostrarlo.

Se miró las manos, ahora las dos estaban cubiertas de marcas que ascendían por su antebrazo y su codo, hasta los hombros.

—Hablé con la dragona, la historia es muy diferente a la que contáis alrededor de la hoguera –respondió finalmente, mirando a Kirr–. Kadelooi no vino aquí para arrebatarle la isla a Inamaraya, vino para protegerla de los humanos… pero las cosas salieron muy mal. Incluso los dragones más sabios se equivocan, y la dragona se equivocó con su amado.

Kirr se la quedó mirando con la misma preocupación.

—¿Segura que estás bien? Hablas en un tono diferente.

—Creo que ahora simplemente sé de lo que hablo. –Ella se rio, mirando a Kirr fijamente.

Kirr era leal y un buen guerrero. Puede que él fuera el adecuado para procrear, para seguir con su deber como Señora Dragón y también para seguir con la misión de Inamaraya. Tener hijos con él no sonaba mal, ya que también era apuesto.

—Debemos volver –sentenció Kaitlin finalmente, levantándose.

—¿Volver? Pero quieren matarte, Kaitlin.

—No lo harán.

—Espera. –Él la tomó de la mano–. Descansa. Has estado tres días inconsciente, necesitas comer, pasemos esta noche aquí, y por la mañana… vamos donde tú quieras, aunque siga pensando que es muy mala idea.

Lo miró, y finalmente volvió a sentarse en aquel colchón de hojas de palmera que Kirr había hecho para ella.

Él le dio medio coco con agua y sacó uno de los pescados empalados de la hoguera y también se lo dio. No fue hasta que lo tuvo delante que se dio cuenta del hambre que tenía, por lo que pronto devoró aquel pescado… y otro. El tercero se lo comió Kirr.

Estuvieron en silencio durante la velada, el hombre no insistió en saber más de lo que había visto Kaitlin en sus sueños, respetando que ella comiera sin hablar. A pesar del inicio de su amistad, tan abrupto, él era de los que más la respetaba en la isla… los otros dos, el Anciano y el doctor, ya estaban muertos.

Estaba muriendo mucha gente por ella. También murieron los que fueron sacrificados antes que Kaitlin. Solo si la hubieran llevado antes a Kadelooi… todo se hubiera adelantado. Esperaba que a partir de este momento, ya no hubiera más muertes inútiles. El desperdicio de vidas era absurdo.

Por la mañana, Kirr cubrió la hoguera con arena y se dirigió hacia el lugar por el que habían salido a la cala, pero Kaitlin sonrió.

—Por allí no, no creo que aguante… y no sé si podría hacernos ascender por el pozo. –Todavía se sentía débil.

—¿Por dónde quieres ir? ¿Por el mar? Es peligroso.

—Lo sé, pero al menos podremos respirar.

Sintiéndose un poco contradicho, Kirr la siguió. Descubrieron unas cortezas de árbol con forma redondeada, no podrían usarlas de barco, pero sí para sujetarse mientras nadaban. Era mejor opción esta que no sumergirse en el agua.



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En el texto hay: piratas, dragones y magia, siglo xviii

Editado: 10.09.2019

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