Señorita

Señorita

Tenía un pasado ideal para no acordarse, 
y fama de cumplir cuando amenaza.

Ricardo Arjona

La tenía justo frente a él, después de tanto tiempo por fin estaba allí. Olvidó las palabras que había practicado tropecientas veces frente al espejo, ahora ninguno de esos argumentos parecía tener sentido. ¿Qué se suponía que debía decir? «Hola, ¿me recuerdas? Soy el hombre a quien le rompiste el corazón», no sonaba como una buena idea.

Prefirió limitarse a observarla fijamente, una vieja costumbre que tenía muy arraigada. Notó que estaba un poco más morena que la última vez que la había visto ¿Habría vivido en la palaya todo ese tiempo? Tenía demasiadas preguntas, aunque no estaba muy seguro de querer conocer las respuestas.

De pronto recordó el día en que la conoció, cuando ella trabajaba como mesera en el bar al que solían asistir todos sus amigos. No se suponía que él estuviese ahí ese día, según sus padres él estaba estudiando en casa de su amigo Carlos porque tenían un examen muy importante. Ni él mismo se imaginaba que todo había sido planeado por sus amigos para que Guillermo, el santurrón del grupo, se divirtiera un poco.

Antes de darse cuenta había sido arrastrado hacia un bar atiborrado de jóvenes bebiendo y fumando, entre otras cosas. Sus amigos lo animaron ofreciéndole una copa y haciendo que bebiera el contenido entero de un solo trago, sintió por primera vez como aquel liquido parecía quemar su garganta, levantó la copa vacía y los demás le aplaudieron. Después de un rato cada quien continúo con lo suyo dejando solo a Guillermo y sin saber qué hacer. Pidió algo de comer para así pasar el rato. Cuando notó que ya pasaba de media noche se dispuso a buscar a Carlos y al resto del grupo, pero no logró encontrar a ninguno, no sabía a dónde podrían estar y comenzó a preocuparse. Estaba al borde de un ataque de pánico cuando una señorita se le acercó muy coqueta, se sentó sobre su regazo y le susurró un par de cumplidos, antes de ofrecerle sus servicios, dejándolo estupefacto sin saber que contestar.

—Ya párale un poco Socorro ¿Qué no ves que asustas al muchacho? —La mujer sobre su regazo se levantó con fastidio.

En ese momento él hubiese deseado ser como los demás, los que se acercaban a las mujeres sin ponerse nerviosos y sin importarles que los fueran a rechazar. No sabía que decir, quería agradecerle por librarlo de tan incómoda situación, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Por suerte ella pareció comprenderlo sin necesidad de esas palabras lo invitó a acompañarla, le indicó que se sentara en la barra, dijo que allí nadie lo molestaría. La vio ir y venir sirviendo tragos y contoneando las caderas de un lado a otro por horas. Cuando el bar estaba casi vacío se sentó a conversar con él, se presentó como Julieta y él le conto lo que había sucedido y que sus amigos se habían olvidado de él. Ella soltó una carcajada cuando él le contó que a pesar de tener casi veinticuatro años nunca había probado el alcohol y tampoco había besado a una chica.

—Eso puede arreglarse —dijo ella antes de tomarlo por el cuello de su camisa y estampar sus labios contra los suyos dejándole una sensación agridulce al muchacho. Poco después de eso llegó Carlos disculpándose en numerosas ocasiones por dejarlo ahí olvidado. Se despidió de Julieta y salió del lugar junto a su amigo.

Volvió al bar cada día desde entonces, solo se dedicaba a observarla fijamente, sin querer ya se había memorizado sus gestos. No le dirigía la palabra en ningún momento y no pedía más que una soda.

—¿Podrías dejar de venir a espiarme? —dijo ella cuando ya se había hartado de la situación.

—Yo... —el joven no sabía qué responder.

—Solo te di un beso, quédate tranquilo, no estás embarazado ni mucho menos. Puedes irte a tu casa y dejarme en paz —espetó fastidiada.

—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó. Esa inquietud había nacido en él al notar que nadie la llamaba Julieta, como según él se llamaba. Cada día escuchaba nombres diferentes y no estaba seguro de si alguno de ellos era el correcto.

—Eso no te incumbe, yo me llamo como me da la gana llamarme porque es mi decisión. Mía y de nadie más. Mi madre me dio el nombre de mi abuela, sin preguntarme antes si a mí me gustaba, y como de esa mujer que dice haberme parido yo no quiero nada, pues hasta el nombre lo he dejado. Es mejor estar sola —dijo mientras le quitaba la botella de soda a Guillermo y se la empinaba, de inmediato puso cara de disgusto— ¿Es que no conoces el tequila? —cuestionó antes de reírse una vez más por la cara de susto que puso el joven.

—Tal vez... tal vez no sea lo mejor para ti —pronunció bajando la vista.

—¿El tequila? —preguntó con extrañeza.

—No, me refiero a... estar sola. Usted es una señorita muy guapa y se ve que es una buena persona, no entiendo por qué motivo elegiría la soledad.



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En el texto hay: cancion, reencuetro, amor desamor

Editado: 15.10.2019

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