Señorita Terquedad

0. El inicio de una vida de soledad.

Ashford. LeBeau. Bennoit. Darkworth…

Aquellos, así como muchos otros, son célebres nombres de grandes imperios económicos conocidos a escala mundial. Basta con una visita a un centro comercial de lujo y ver todos esos apellidos coronando los artículos más novedosos, las tecnologías más avanzadas y el último grito de la moda.

El vestido Ashford, el labial LeBeau, el teléfono móvil Bennoit… artículos que poco a poco se han vuelto imprescindibles en la vida de las personas que presumen sus frivolidades, donde las apariencias lo eran todo.

A ese mundo tan frenético no le importaba cuánto tendrías que desembolsar para obtener el más reciente producto: «Si no lo tienes, no eres nadie»

Y aún así, ninguna de esas grandes empresas era tan reconocida como el Grupo DKW, perteneciente a la prestigiosa familia Darkworth, es el actual dominante en cuanto a negocios se refiere. Con el paso del tiempo ha crecido a una velocidad inimaginable, y recientemente se ha expandido hasta alcanzar el lejano oriente. Entre sus divisiones se encuentran aerolíneas, supermercados, restaurantes de lujo, hoteles de 5 estrellas, e incluso un prestigioso Instituto Privado –con el que te aseguras un buen empleo después de la graduación– está bajo su mando. Se podría decir que es el grupo más poderoso y más acaudalado que jamás existió en Europa Occidental. Sin embargo, hubo un tiempo en el que este poderoso grupo no era así.

Es más, estuvo a punto de perderlo todo.

 

17 años atrás.

―¿Sabes que todo lo que estamos pasando es por tu culpa? ―vociferó con imponente voz una mujer de aparente edad avanzada. Sin embargo el orgullo y la soberbia con la que caminaba de un lado a otro del salón a oscuras, solo iluminado de vez en cuando por los relámpagos de la fuerte tormenta que se suscitaba afueras de la gran mansión, hacían replantearse su edad―. Fue un completo error dejarte entrar en esta familia ―prosiguió―. No sé en qué estaba pensando al aceptar su matrimonio con Charles. Todo en lo que mi esposo trabajó tanto hasta el día de su muerte está a punto de terminar, ¡y todo por tu ineptitud! ―señaló con el dedo índice a su interlocutor, una joven mujer quien estaba sentada escuchando las crueles palabras que se le dirigían. Un sollozo traicionero se escuchó de parte de ella, pero a la mayor no le causó ni la más mínima compasión―. ¿Sabes qué es lo que tienes que hacer ahora? ―la joven asintió silenciosamente, para después tomar la palabra con la voz entrecortada.

―Nos iremos de aquí. No volveremos a tener contacto con ningún Darkworth ―aunque no lo pareciera, aunque las dijera sin tartamudear, ésas palabras habían sido las más difíciles de pronunciar para ella. Saldría de la vida de las personas a las que les tenía un profundo cariño, respeto y amor. A las que alguna vez consideró como familia.

―¿Nos iremos? ¿Quiénes, querida? ―preguntó, fingiendo no comprender; pero con sus palabras envueltas en evidente sarcasmo.

―Sí… mi hijo y yo ―contestó de nuevo en voz baja.

―No ―la mujer mayor contestó con un toque de aburrimiento. En todo el tiempo que llevaba sentada la joven madre, presa de la impotencia, no se había atrevido a mirar a la otra. Pero la sola negación bastó para que de un ágil movimiento la encarara, poniéndose de pie en el acto. Si las luces estuvieran encendidas en su totalidad, se alcanzaría a notar que los felinos ojos verdes de la mujer, casi fundiéndose en dorado, se llenaban de terror y lágrimas―. El niño… ―se acercó peligrosamente a la cuna que estaba a un lado de la ventana y observó como el pequeño dormía plácidamente, ignorante a la tormenta que tenía lugar tanto fueras como dentro de la misma habitación en la que se encontraban― él se quedará aquí.

―¡Pero es mi bebé! ―protestó la madre. No iba a permitir que le arrebataran lo único que le quedaba. Había perdido todo: su familia, su hogar, sus ilusiones, sus sueños… todo. Su hijo, el pequeño de apenas un mes de edad era todo lo que le quedaba en ese mundo.

―¿No lo entiendes, verdad? ―rió, casi divertida con la estupidez que, para ella, estaba demostrando la madre del pequeño―. Este niño ―su voz tomó seriedad y acercó su rostro para observar con detenimiento el del pequeño―, aunque no me sea grato admitirlo, es un Darkworth. Y probablemente sea el único que nazca en mucho tiempo, por lo que es el legítimo heredero de toda la compañía. Eso, claro, si logro salvarla.

―¡No se puede quedar con él! ¡Es mi hijo! ¡No puedo dejarlo solo… no puedo dejarlo con usted!

―¡Y es mi nieto también! ―su voz, ahora con un nivel más alto, demostraba que ella no se daría por vencida―. ¡Recuerda que todo esto es por TÚ culpa! Ahora, si eres sensata por una vez en tu vida, sabrás que esto es lo mejor para todos. Una vez que te vayas, todo regresará a la normalidad, este niño crecerá y llegará a ser el futuro líder. Pero si te lo llevas ahora, te aseguro que él sufrirá mucho más que tú. De eso me encargaré yo misma.

―¿Está amenazándome con… con mi propio hijo?

―Tómalo como mejor te parezca.

Lo peor que una madre se podría imaginar le estaba pasando a ella en ese preciso instante. No había otro camino. No había ninguna alternativa. Tendría que abandonar a su hijo, desprenderse de aquello que más amaba, todo por el bien de este. No sabía si la decisión que estaba a punto de tomar era la más indicada, tampoco sabía si se arrepentiría de eso al siguiente día. De lo que estaba segura era que su suegra era capaz de cumplir su palabra. Y ella no podría soportar ver a su hijo sufriendo por su culpa. Se acercó a la cuna, sacando ríos de lágrimas por sus ojos plomizos, para tomar la que sería la peor decisión de toda su vida. Tomó al pequeño entre sus brazos, el cual solo se movió, entreabrió sus ojos y volvió a cerrarlos.

―Lo siento ―le susurró al oído―. Lo siento Kian. Te amo ―y sin fuerzas para decirle un adiós, lo volvió a depositar para que durmiera pacíficamente. ―Usted ―se volvió hacía la señora Darkworth ―es la peor persona que he conocido en toda mi vida― y diciendo eso, salió de la habitación para enfrentarse a la tormenta que azotaba, que no era para nada comparada con lo que ella sentía. Había dejado atrás a lo que más le importaba. Y junto con él estaba la persona a la que más odiaba, riendo cínicamente, triunfante de la decisión que su nuera tomó.




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