Ahora que arrastro el bolígrafo sobre el papel, parece que no fui yo la que vivió esos encantos del cielo. Encontré mi plenitud y hoy sollozo por ella. ¿Qué ocurrió? Se suponía que me llenaba estar ahí, pero como siempre sucede, al menos así lo percibo, lo maravilloso se transforma de alguna u otra forma. Mi Dios me concedió el don de la escritura, ahora le rindo homenaje y me hinco a adorarle con cada letra que lees. Por supuesto que era más que feliz en Pentathlón, nada en esta vida me ha hecho tan gozosa como estar portando mi uniforme, botas y gorra cuartelera. En fin, creo que lloraré…
¿Qué sucedió? Es la primera vez que me atrevo a escribir más a detalle esta verdad tan amarga como el cáliz. Enfermé, mis pulmones casi dejaban de funcionar, mis respiraciones eran miles por segundo, una tos como la tuberculosis me invadía, estornudos por todas partes se hacían resonar. No podía, cada ejercicio me costaba más. Desde el trote, recorrer la pista campo traviesa hasta las veinte carreras en la pista de atletismo… Traté de permanecer y sobrevivir, pero llegó ese maldito día, el día que la gaviota con alas de guerra cedió que se las cortaran. ¿Por qué lo permití si el éxtasis llegaba a mí cada día de instrucción? ¿Quién me cortó las alas? Fue él, un sargento de nombre Gustavo, nos sacó a trote alrededor de las aguas
estáticas del río, mis pulmones ya no respondieron, a pesar de ello la presión del sargento seguía, no tengo ni la mínima idea de cómo llegué viva al cuartel, permití que cortaran mis alas. Esas alas tan bellas que superaron miles de batallas y fueron galardonadas con la insignia mayor. Ahora solo siento que la tinta con la que escribo se transforma en sangre, sí, escribo a puño de mi propia sangre, ¡AYUDA!
Aunque me consuelo y revivo cada momento pensando que en instrucción dejé a un lado los vestidos y tacones por un uniforme y botas. De hecho, es común que el ser humano se espante por damas que buscan lo diferente, que abren puertas donde solo hay hombres. Algunas féminas que han tenido el valor fueron discriminadas, señaladas, denigradas socialmente, las nombran como «lesbianas». A mí me lo han dicho reiteradamente y sé que no es cierto, sigo en la lucha con orgullo y la frente en alto. Quiero dedicar todos esos días de pelea por todas las personas que no encajan, que son desplazadas. Que sepan que no están solos. También se los quiero dedicar a todas las mujeres incómodas, a las que con su simple presencia imponen, que hablan fuerte, que ríen, que van más allá.
Quiero ser forjadora de sueños, que mis palabras motiven, pero que mi ejemplo y actuar día con día inspire. Estoy muy agradecida con todas aquellas personas que confiaron en mí. Siento que un mar de lágrimas sale de mis ojos, estoy tan triste como feliz que esto parece un sueño. Gracias a todos los que me apoyaron pude demostrarme a mí misma que sin importar las debilidades del pasado pude darle vuelta a mi vida con mis propias manos. Pentathlón es de las mejores cosas que me han pasado en mi vida, estoy agradecida con el Creador por haber encontrado mi lugar, aunque ya no esté en él.
Ahora solo veo mis botas en el suelo, sucias, abandonadas, me parte en el alma, tan solo sé que esas botas pisaron rumbos y caminos que hoy sollozo. Si no hubiese permitido que me cortaran las alas, hasta dónde hubieran llegado esas botas, sí, esas benditas botas, que las amo con toda mi alma. Botas que resurgieron emociones en mi interior miles de veces. Botas que me vieron suspirar de llanto y dolor cuando esta gaviota se quedó sin alas. Botas que quisieron volar por los mares de la vida y que no pudo, pues sus bellas alitas estaban perdidas en lo más profundo del océano azul.