Hace tiempo, tuve un sueño, que más allá de definirlo así, siento que fue una visión de amor, esa clase de visión que se forma de un cúmulo de sensaciones, tristezas, alegrías, recuerdos. Soñé sobre mi regreso a la institución, era magnífico, era habilidosa, saltaba por la pista militar de obstáculos con mi uniformidad completa. Se sentía tan real y excepcional, es inexplicable. Escribo esto con dolor, pues solo era una visión de un sueño. Allí estaba mi querida sargento Tiana, dándonos órdenes, cuánto la extraño.
Me daban elogios por mi destreza militar, era tan magnífico sentirme temeraria y una mujer de guerra. Jhoana era toda una dama pentathleta.
Posteriormente, nos dieron la orden de que la actividad siguiente era práctica de paracaidismo. ¿Acaso esto es real? Sabía que no, pero al mismo tiempo estaba tan confundida, puesto que no sabía distinguir. El sueño era extraño pero lleno de éxtasis. Me tuve que subir a un álamo, donde tenía puesto el paracaídas para hacer una práctica, desde las bandas, el arnés, las líneas de control, la campana y los cordones puestos en su sitio correcto. Dan indicación de saltar, yo me lancé, sentir los vientos en mi cuerpo pesado, la adrenalina, la cercanía del cielo, pero al mismo tiempo dije entre mí: «Gracias, Creador del Universo por permitirme ser tu hija, por convertirme en pentathleta y en una paracaidista, también gracias por poder estar cerca de mi mamá Ana y papá Antonio, los siento tan cerca de mí mientras el vacío me consume». Luego de esta experiencia extraordinaria y fuera de lo existencial, descendí en un río con aguas cristalinas, sentir el agua fresca después del peso del paracaídas era tan necesario y gustoso. Pero más allá de todo estaba gozosa como nunca lo había estado.
Cuando el sueño terminó, desperté, las lágrimas se dejaron caer por sí solas en medio de la madrugada fría de invierno. ¡Suspiros, sí, malditos suspiros!