Estúpida lluvia helada, pensó Hiei amargamente mientras se acurrucaba debajo de la escasa protección del toldo. Estúpida, estúpida, estúpida. Estúpida como ese estúpido zorro, con sus estúpidas gilipolleces de los toqueteos adquiridas de los ningen. Ugh. Habían pasado sólo unos días después del incidente del mini golf; la lluvia estaba cayendo encima de su tembloroso y mojado cuerpo casi como si estuviese tirando abajo su determinación de no buscar refugio en casa de Kurama. No lo necesitaba. Además, se sentía... extraño.
Hiei abrazó sus rodillas y las llevó hacia su pecho cuando la hoja repleta de agua encima suyo liberó su carga en su cabeza, y pensó. Cogiendo una de las más reconocibles emociones de la agitada masa dentro de él, dejó que ésta le consumiera como ninguna de las demás lo haría. Odio hacia sí mismo. Qué sencillo, y aún así, qué sorprendente sería que alguno de sus conocidos llegara a entenderlo. Uno de los colores primarios de la rueda de los colores de las emociones. Pregúntale a cualquier ningen normal y serían 'triste, contento y enfadado'. Pero no. Hiei nunca creyó necesario vivir en la tristeza y en el dolor del pasado; había aprendido hace mucho tiempo que eso no cambiaba nada. Felicidad. Hiei negó con la cabeza, una sonrisa irónica tirando de los lados de la boca. Ni siquiera tenía que decir algo para esa. Ira... bueno, tal vez utilizaba mucho la ira. Era la combinación de ira y ávido odio hacía sí mismo lo que le hacía tan rencoroso, sarcástico y cruel. Pero su rueda de colores era diferente. Odio hacia sí mismo, inseguridad, dolor.
Siguiendo su propio hilo de pensamiento, se fijó en cómo su comparación de colores encajaban tan bien, los colores hasta combinaban con su respectiva emoción. Azul, triste; amarillo, contento; rojo, enfadado. Interesante. Se preguntó qué colores representarían mejor sus propias emociones. Odio hacia uno mismo... púrpura oscuro. Como un moratón. Inseguridad... negro, una oscura sala en la que no puedes ver dentro de ella. Como esta noche, con el viento rasgando los árboles y nada más que el brillo artificial de las farolas de la calle para arrojar luz sobre la violenta lluvia. Dolor- bueno, el rojo ya estaba cogido. Hiei se decidió por el blanco. Un cegador destello blanco antes de caer al suelo. El color inicial era el blanco, antes de que la sacudida pasara a ser un palpitante y encendido rojo. Púrpura, negro y blanco. Hiei apartó un mechón de su pelo húmedo pegado a su frente, mirándolo pensativamente. Le gustaban.
Cerrando sus ojos con fuerza y agarrando sus rodillas más fuerte volvió a atormentarse a sí mismo. Pero pronto fue interrumpido por un recuerdo.
"¿Por qué haces eso?" Vino la suave y preocupada voz de Kurama.
"¿Hago, el qué?"
"Te odias a ti mismo más que nadie lo hará jamás."
Hiei puso los ojos en blanco, pero no dijo nada.
"No veo que haya nada que odiar, personalmente." Se detuvo y frunció las cejas en una expresión de reproche. "Por favor, para..."
"¿Por qué coño te preocupas?" Hiei se giró, volviendo a mirar al zorro.
"Hiei, por favor. Si no puedes aprender a quererte a ti mismo, ¿cómo esperas que lo haga alguien más?"
"¿Por qué querría nadie hacer eso?" Hiei se detuvo y fijó su respuesta en un tono más cruel. "¿Por qué debería preocuparme?"
Hubo un momento de silencio, la tensión aumentando en el aire. La voz suave y apacible de Kurama ahora ahogada con emoción, finalmente lo rompió.
"¿Por qué insistes en hacerme daño de esta manera?"
Hiei se quedó asombrado por la frase y resopló con desdén. "¿Cómo te hago daño?" Puso cara de desprecio, volviéndose a dar la vuelta. "Ni siquiera te estoy tocando. Ni tan siquiera te estoy haciendo nada. Cómo demonios estás herido, Kurama, explícamelo para que así pueda saberlo. Compláceme. ¿Te estoy haciendo daño ahora? ¿Y entonces? ¿Y ahora?"
Kurama tenía la mirada algo sobresaltada, como si hubiese sido abofeteado, pero se convirtió lentamente en apatía mientras apartaba la mirada. Su voz, normalmente apacible y suave, era inexpresiva, dándole un tono de dureza.
"No lo sé."
Emociones. Eso era lo que le hacía daño al zorro idiota; sus heridas estaban abiertas, evidentes y listas para que se aprovecharan de ellas. Y aquí estoy yo, Hiei pensó, el Niño Prohibido, el apático y cruel demonio de fuego, permitiendo que esas cosas estúpidas de ningens con las que pensaba que había acabado hace mucho tiempo irriten mi estómago como sopa en mal estado. Qué divertido. Hiei escuchó truenos retumbar en la distancia. Mierda. No quería estar cerca de ese estúpido y patético zorro en este momento. Necesitaba estar solo para acabar con lo que fuera que le estaba molestando.
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Editado: 04.09.2019