*Tiempo atrás.
Mamá y papá habían permitido que pasará el verano en la casa de mi tío Theo mientras la nuestra era redecorada.
Theo, como estaba acostumbrada a decirle, vivía a unos treinta minutos en caballo desde mi casa. Tenía una hacianda enorme donde me encantaba pasarme la tarde con algún libro o simplemente viendo los animales.
Esa tarde en particular no encontraba nada que logrará llamar mi atención. Theo había salido muy temprano de casa y no había regresado desde entonces.
Habían traído a Marcos para que me hiciera compañía, pero él no me hablaba mucho, y lo poco que decía no era algo que me Interesara.
—¿Y si vamos a las caballerizas?— Propuso mi compañero.
Lo miré pensativa por un momento.
Eso estaba algo lejos, y no tenía muchas ganas de estar por allí.
—¿Que vamos hacer? — pregunté sin ánimo.
Él sólo frunció el ceño y alzó sus hombros.
—Es mejor que estar aquí todo el día.
Pude ver sus manos entrelazadas debajo de la mesa.
Para tener diecisiete años era muy tímido e inocente.
Papá ya me había hablado de lo que tendría que hacer cuando cumpliera los diecinueve, y aunque faltaban tres años para que pasará tenía algo de miedo.
Marcos por su parte siempre ha querido tocar el tema y nunca se lo he permitido.
—Julia, vamos afuera. Quiero ver algo más que este odioso reloj de rincón. Cuando den las doce nos dejará sordos.
En eso tenía razón, ese reloj era espantoso y su sonido ensordecedor.
—Está bien, vamos.
El establo estaba algo lejos, tendríamos que pasar por el pequeño sembradío de manzanas y el estero.
El día estaba fresco y eso me agradaba mucho. Miré el faldón de mi vestido que llegaba hasta mis talones, y estos siendo cubiertos por suaves medias de seda seguidos por zapatos de charol blanco. Torcí la boca en modo de queja.
—Se ensuciaran mis zapatos—. Dije y Marcos miró al suelo.
—Si no quieres ir... — lo interrumpí.
—Si quiero, ya no importa.
En el camino fui pensando en varias cosas que me estaban perturbando ultimamente.
Mamá me dijo que posiblemente viviriamos con mi tío de ahora en adelante. No entendía muy bien porqué tendría que pasar eso, si nuestro hogar estaba siendo remodelado. Era muy confuso.
También era algo extraño que el ganado de mi padre se reduciera cada vez más.
Iba tan distraída que no fijé cuando choqué con una rama de un árbol de manzano.
—Juli ¿estas bien? —. Pasé mis dedos por frente y sentí el dolor enseguida.
—Auch, rayos— Balbuce.
Marcos trató de ayudarme, pero al escuchar mi pequeño insulto, soltó una risita burlona.
—Es muy gracioso escucharte decir groserías.
En este momento estaba molesta por el golpe y sus palabras hacían que me enfadara más.
—Vamos rápido a donde querías ir.
Y sin más conflictos o problemas llegamos al establo.
Habían varios hombres que trabajaban con mi tío.
—¿Quieres montar?
La verdad no tenía ganas de eso.
Marcos logró que uno de los hombres le preparará un caballo y antes de irse cabalgando en él preguntó nuevamente:
—¿Segura no quieres venir? No quiero dejarte sola aquí con tantos hombres.
Sé veía muy bien montado en el corsel blanco.
—No te preocupes por mí.
Resté importancia a la situación y mientras se iba marchando, miraba elocuentemente hacia donde yo estaba.
Miré mis zapatos llenos de lodo y suspiré.
Estaba apunto de cumplir diecisiete años y Theo me había prometido un pura sangre que había visto desde que nació.
Era el caballo más bello que mis ojos habían visto.
Caminando lentamente y con una sonrisa en el rostro fui hasta el cubículo donde se encontraba el pequeño "Azabache" como le había puesto por su melena color negra.
Debí recoger algunas manzanas para traerselas.
Cuando giré por el pasillo donde se encontraba el caballo vi a un chico que lo estaba acariciando.
Fruncí el entrecejo al tratar de reconocerlo, pero nunca lo había visto. Me acerqué lo suficiente y le pregunté:
—¿Quien eres tú? —.
Él me miró por un momento, sus ojos verdes me examinaron con cautela, aunque su rostro no mostró ninguna expresión. Volvió su mirada a azabache y continuó acariciándolo.
—Te pregunté quién eras, responde.
El muchacho era un una cabezas más alto que yo. Sus ropas se veían finas y muy bien cuidadas como para ser el hijo de alguno de los cuidadores.
—¿Es tu caballo?
Cuestionó de repente y sin mirarme.
—todavía no— dije — pero en su momento lo será.
—Es un muy buen caballo ¿Podrás atender a sus requerimientos?
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Editado: 11.05.2018