" Me abismo en una rara ceguera luminosa,
un astro, casí un alma, me ha velado la vida.
Se ha prendido en mi como brillante mariposa,
O en su disco de luz he quedado prendida?
No sé...
Rara ceguera que borras el mundo,
estrella, casí alma, con que asciendo,
o me hundo.
Dame tu luz, y velame eternamente en tu mundo"
(Delmira Agustini)
- Y después, que sucedió? - sin dejar de mirarme se acercó hasta la mesa a su derecha y bebió unos sorbos de agua.
Antes de responder suspire con ganas, se que tenía que abrirme, hablar con alguien pero costaba, costaba hacerlo por primera vez. Así volviendo a los recuerdos le conté:
- Entre la autopsia y el peritaje debido a la causa de muerte- aún me costaba decir esas palabras- estuvieron dos días para entregarnos el cuerpo de Tomás. Esos días ni los vi.
Mi memoria estaba en negro. No quería saber nada ni de nadie. No quería pasar por ninguno de esos momentos; asistir a su velatorio o entierro. No quería despedirme de mi alma. No quería aceptar que Tomás se había marchado para siempre y que no volvería.
En el entierro salí corriendo antes que se llevará acabo. Corrí y corrí sin mirar atrás y sin parar, por más que unas voces me pidieran lo contrario. Después del monte en el que perdí un zapato y salí toda arañada a un costado de la carretera.
Seguí corriendo aunque mi pie izquierdo ardía. Seguí corriendo hasta derrumbarme y desmayarme.
Sentí que unos brazos me levantaban y abrazaban que voces conocidas que extrañaba me llamaban. Pero yo no quería despertar y lo hice en la oscuridad de mi cuarto y con un jadeo.
Al sentarme todo volvió a mi, todo el dolor, la tristeza y la amargura. Ya había pasado una semana. Y no quería nada, apenas hablaba o comía, no quería salir del dormitorio.
Hasta que un día unos fuertes golpes casí tiran la puerta del dormitorio abajo.
- Elizabeth Vieira tienes 5 minutos para salir de ahí. Sino lo haré yo y este pedazo de madera no va a impedírmelo- Amenazó mi hermano.
En ese momento lloré al reconocer su voz. Lo extrañaba tanto. Aunque odiaba que me llamaran por mi nombre completo
mi madre me pusó Elizabeth en nombre al personaje más grande de Jane Austen. Aunque a mi me gustaba Lizzy.
Si aporreo así la puerta, es porque sabía todo de mis ánimos. Había estado ajena a todos esos días. No había querido recibir a ninguno de mis amigos, ni a Ceci, no es que me alejará como amiga pero yo necesitaba espacio y consuelo, y en ellos no lo podría encontrar, sé que serían de gran apoyo pero yo necesitaba estar en ese hueco, en ese vacío, en el que me encontraba. Verlos me haría peor porque sería inevitable estar con ellos y no pensar en Tomás.
Salí corriendo escaleras abajo sin importarme mi estado, mi pelo era un nido de pájaros, el peor pijamas lleno de huecos. Llegué a la cocina y me abalancé a él. Y en cuanto me abrazo lloré. Lo necesitaba a él, mi hermano mayor, mi guía, mi soporte, mi todo. Y lloré de nuevo, él me apretó, acarició mi melena y habló a mi oído:
- Lo sé mi pequeña. Sé cuanto estás sufriendo, pero no puedes seguir así. Eres joven y a Tomás no le gustaría verte así- suspiró y me bajo- .
Estuvimos de pie, abrazados. Apenas le llegaba al pecho, pero él me recomfortaba. Siempre me sentí cuidada y protegida por él. Dante me lleva siete años, y sufrí cuando se fue a la marina, pero después entendí que él estaba bien. No quería pensar, quería desaparecer. Me sentía un poquito mejor. No quería decirlo en voz alta pero tenía miedo. Miedo a empezar de cero y estar sola. Estaba pensando y disfrutando de la presencia de mi hermano hasta que sentí un carraspeo detrás de mi. Solté a Dante, y me giré a fulminar con la mirada al ser que interrumpía este grato momento. Cuando me giré desorbitada quedé al ver a aquel desconocido grande como mi hermano. Miré a Dante con el entrecejo fruncido pidiendo explicación, ignorando completamente a ese forastero. Me incomodaba, no sé porqué, si era su presencia, o por la forma en la que me miraba. Quise creer que yo estaba suceptible pero no era así. No sé como explicarlo, parecía decepcionado con lo que veía, parecía abrumado. Dante riendose e ignorando mi mal humor, señalando al otro hombre prosiguió...
- Lizzy te presento a Gabriel, es un amigo y compañero de la Marina. Ambos pedimos permiso y él me trajo.... Gabriel ella es mi pequeña Lizzy.
Muy enojada miré a mi hermano odiaba que me llamará así, pequeña me decía antes ahora ya tengo 18. Mientras aniquilaba a Dante con la mirada estiré mi mano para apretar la de Gabriel. Y aunque no debía su contacto se sintió agradable, me sostuvó con firmeza. No sé porque me averconzaba mirarlo y no era por mi apariencia. Como me hacía ponee nerviosa pedí permiso y salí como cuete hacía mi habitación para poder bañarme. Sé que mi dormitorio era mi celda por decisión propia, pero ahora tenía que salir. Ese momento que estuve con mi hermano me ayudo a distraerme. Tenía que hacer frenteba varias cosas. Cómo iba a seguir?. Qué iba hacer?