¿ Serías mi Sapo?

CAPÍTULO III

Cierro la puerta del despacho de Amanda, con quien tuve una charla después de entregarle el artículo. Durante la conversación, ella me ordenó que escribiera el apartado principal de la última edición de este mes.

Hoy ya es viernes, han pasado cuatro días desde que hizo su debut avergonzándome y ahora me sale con esto, no sé que esperar, ni qué hacer. Me emociona la idea, no mentiré, pero después de todo lo que pasó, no sé si lo hace de buena manera.

Así que, divagando, me dirijo a mi lugar para empezar a recoger mis cosas y salir de aquí directa a mi casa. Ya que estoy harta de tanto estrés por esta semana, cuando me levanto de mi silla, me llega una notificación de un mensaje en mi teléfono y sin siquiera verlo, sé de quién se trata.

Al mirarlo, advierto que estoy en lo correcto, es un mensaje de mi abuela ¿de quién si no? Que dice:

Ola, Saly. Pas r cmno a l cs por sen. Y snre con Paul.

Me quedo un rato mirando la pantalla, tratando de descifrar lo que dice, ya que como apenas empezó a usar el teléfono hace unos meses, manda este tipo de jeroglíficos incomprensibles, que me llevan bastante tiempo entenderlos y, en este caso no es diferente.

Pero, con tanto embrollo que tengo en la cabeza sólo logro entender “Saly” y “Paúl”. Después de minutos interminables mirando como sicótica la pantalla, lo deduzco:

“Hola, Saly. Pasa de camino a la casa por la cena. Yo cenaré con Paúl”

Paúl, es el nuevo novio de mi abuela. Este es el tercero en lo que va de mes. Y según dice, este es el definitivo, pero, lo mismo dijo con los dos anteriores. Si, sé lo que piensan, que es deprimente que ella tenga más ligues amorosos que yo, pero créanme que es entendible, ya que mi abuela es una belleza tropical, por lo que se torna imposible que cualquier señor no se fije en ella.

Sin más protocolo, guardo el teléfono mientras camino hacia la salida y, casi sin darme cuenta comienzo a contar los pasos que hay desde mi puesto, hasta la salida y cuando soy consciente de lo que hago, sigo – sólo por curiosidad – Me excuso, mentalmente.

Cuando termino, concluyo que son 112 pasos, y al salir del lugar ya he olvidado lo que hacía, para empezar a afligirme por lo que tengo que hacer a continuación, justo hoy, cuando ya no puedo ni con mi alma. Y aunque la idea de no hacerlo se torna atractiva sé que no puedo, ya que Nany se daría cuenta y me sermonearía, y por estos días, he tenido suficiente.

Así que, con la cabeza gacha y lo más encorvada posible me oriento resignada, hasta la tienda. A veces considero que lo que me dice Jhon, es cierto, parezco más una niña que una mujer de 25 años.

Pero en mi defensa diré, que crecer es horrible.

Cruzo la calle mirando a ambos lados – y así evitar ser atropellada – hasta llegar a la acera donde está ubicado un pequeño establecimiento, que en los últimos tiempos se ha convertido en mi favorito a la hora de hacer las compras y, tengo que decir que no es precisamente por la calidad de los productos que venden. Sino él que los vende.

Al entrar una ráfaga de aire frío se estampa en mi cara haciendo que ajuste más mi abrigo de color rojo. Y cuando levanto la vista, ahí está él, con su sexy traje de vendedor, ¡Ave María Frutísima! ¡Qué belleza de hombre! Él aún no se percata de mi presencia, así que tomo una canasta, para empezar a seleccionar víveres.

Cuando acabo, me dirijo como gelatina hacia la caja. Dios, qué patética. Esperando mi turno para pagar, saco mi teléfono para empezar a leer el libro que descargué hace poco. Y sólo como empieza, hace que mis mejillas se coloquen rojas cual tomates y, se me haga frecuente el mirar a mi alrededor para evitar ser descubierta leyendo semejante leguaje tan explícito.

¿Hace calor o es sólo idea mía? Me siento avergonzada, y si, sé que estoy siendo dramática, ya que no es como si estuviese viendo porno a todo volumen, pero créanme que en mi cabeza así se siente ¡Vaya Narrativa!

Me sumerjo en la lectura de tal manera, que no es después de un largo tiempo que escucho un carraspeo y hasta una señora que espera detrás de mí me empuja bruscamente para que avance, dándome cuenta de que ya es mi turno. Camino, no sin antes mirar a la señora y sacarle la lengua, (de forma muy madura, claro) a lo que ella responde sacándome el dedo medio y por mi parte recibe una cara de sorpresa.

¡Recórcholis Señora, guarde el arsenal!

Al girar y levantar mi mirada, me topo con los ojos grises del chico, que me miran cómicos y una sonrisa bastante inusual.

 ¡Retirada! Repito ¡Retirada! ¡No estoy preparada para esta situación!

Estoy a punto de dar la vuelta y salir corriendo, pero niego y yergo la espalda y trato de actuar como la mujer madura que soy, y no una adolescente con las hormonas alborotadas como la que parezco generalmente delante de él.

Así que, al tomar mi canasta de compras del suelo el peso me vence y sin quererlo, la dejo caer estrepitosamente encima del mostrador. Y es así, como gano más miradas de reprobación.

Diosito, tú me odias ¿verdad?

Apenada, miro al chico disculpándome con la mirada, el chico le quita importancia con la mano y hace como si nada hubiese pasado, creo que está acostumbrado a este tipo de espectáculos por mi parte, y concentrado empieza a registrar la compra sin siquiera volver a mirarme, lo que hace que mi ánimo se desplome un poco.



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En el texto hay: humor, amor, torpezaextrema

Editado: 31.10.2020

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