Su madre le había explicado muy bien como eran las cosas en el afuera.
El mundo era hermoso, las personas decidían si lo volvían un lugar cruel o un hermoso paraíso.
Sus preciadas memorias frente a la tragedia le atormentaron ante su caída al fracaso del día y su mirada poso hacia arriba mientras sentía su cuerpo tocar el duro y frío suelo. La visión de un día caluroso carente de luz le regreso a su realidad.
Ahora no le venía la mejor cara de la vida, ya sabía lo que le llegaría a pasar...
Se volvió a levantar a duras penas, su cuerpo pesado y adolorido le era una gran molestia, más no era opción rendirse tan pronto.
Sabía que no iba a ganar... Pero al menos no se iría sin llegar a su objetivo.
— ¿Aún te levantas? — sonrió en burla —. Acéptalo, no tienes la suficiente pureza como para siquiera pisar este lugar.
Pero no respondió, respiro pesadamente y volvió a su postura de pelea, lo cual fue uno deleite para su contrincante ya que en su mente no dejaba de idear las mil y una maneras de humillar a su oponente.
Era un enfrentamiento duro y para nada justo, a simple vista se veía como seria al terminar y nadie apoyaba la moral de los hechos... Pero su odio era más grande que la moralidad de sus ideales.
Una joven de alta estatura y postura dominante dejaba en clara desventaja a la de su lado contrario. Los ojos de la altiva adolescente llenos de satisfacción inyectados en el azul de su mirada daban a indicar que no se controlaría para nada. Arrasó con un simple pero decidido golpe que por suerte el lado contrario había esquivado.
Pero no vio venir el otro...
— Erika ya he dicho... — tomo una bocanada de aire y toco la mejilla afectada por el impacto —. No tengo intenciones de pelear, solo vengo en busca del señor Blaze.
— Una abominación como tu, ni debería de existir — la ira de la más fuerte arremetió en otro golpe, esquivado —. ¡¿Y te atreves a exigir a ver a nuestro líder?!.
Ella cerró los ojos y el desventurado episodio acabó casi en una desafortunada tragedia, sino fuera por la presencia de alguien.
Los incesantes gritos de acompañaban el acto de violencia se quedaron mudos y con una expresión de sorpresa junto al miedo cuando notaron quien era la persona que entró imponiendo su presencia con un gritó.
— ¡¿Que es lo que está sucediendo?! — exigió aquel hombre que con una velocidad en un abrir y cerrar de ojos tomó el brazo bruscamente del perdedor — ¡Vamos! ¡Dirpersence de una vez!
Los jóvenes no se quejaron ni nada, todos escaparon con el miedo de tener algún arduo castigo o peor aún... Tortura.
— ¡Rossi! — grito sin un ápice de gracia. Haciendo que la castaña se quedará estática y recta —. La próxima vez que te vea en este tipo de eventos, considérate exiliada.
Y con eso aquel hombre tomo sin delicadeza a quién obtuvo una gran paliza.
Erika era una adolescente bien dotada de todo —menos paciencia y amabilidad — lo que uno se imaginaria, su reputación era bastante grande y por ende su apoyo no era lo menos que tenía.
Su principal objetivo e ideal era lo mismo que el ego de sus propios padres; la idea de la pureza. No era de menos entender su forma de ser agresiva y ella lo sabía bien, todos los días se la veía pasar con esos aires de grandeza y superioridad.
Altiva , hermosa y pura. Las descripciones se apegaban muy bien a Rossi, llegando a hacerla sentir superior y por ende permitirse muchos caprichos.
Los hechos habían caído en un mal mediodía donde se había encontrado sin querer con la furia de la misma. Mientras que quien iba buscando a alguien de manera desorientada no entendía como eran las interacciones entre los residentes.
— ¿Puedes explicar por qué te involucrarse en una adsurda pelea? — cuestionó aquel que la salvo. Su actitud fría y su tono solo demostraban molestia.
Al menos una vez a la semana pasaba algo parecido, no eran peleas en sí pero si que las demostraciones de odio eran constantes, para ella era lo más normal en su vida y ni entendía el por qué. Miró a aquel hombre y con pesadez se acomodó en aquel asiento dentro del despacho.
— No he hecho nada... Solo fue un mal día — inclinó la cabeza aún observando sus magulladuras en las manos —. Solo estaba buscándote.
— Debiste de mandar una carta.
—¡Lo hice! — reprocho —. Fue hace tres meses y nunca obtuve respuesta.
El hombre de cabellos plateados expresó su descontento y cansancio en un solo gesto, se sentó en su reservado asiento frente al escritorio y fijo sus ojos severamente ante la visitante.
— ¿Entonces? ¿Me dirás lo que ha pasado?
La susodicha miro a su padre triste tratando de contener las lágrimas. Volvió a dirigir su mirada firmemente y observo como era su apariencia. Quería saber si todo lo que sabia era verdad y aferrarse a alguna esperanza.
Un hombre alto, ojos verdes y tan pálido como su propio cabello. Un apuesto hombre de edad el cual discrepaba con todo en ella, se sintió fuera de lugar y cohibida comenzó a hablar con la poca firmeza que poseía.