Seúl, la fábrica de sueños

1 | Entre espejos y sudor

Miranda

La primera vez que pisé una sala de práctica en Seúl, sentí que el aire era más denso. No por la humedad, aunque julio en Corea era como vivir dentro de un sauna, sino por la presión. Por las miradas que no conocías y que igual te juzgaban. Por los espejos que te devolvían tu imagen cansada sin ningún filtro. Por los sueños ajenos que flotaban en el ambiente como si todos estuviéramos compitiendo por el mismo oxígeno.

Yo solo tenía diecisiete años, una beca de trainee y un coreano torpe que apenas alcanzaba para pedir agua.

Pero aun así, cuando abrí la puerta de aquel estudio y vi a Seung practicando solo frente al espejo, algo en mí supo que ese lugar, esa ciudad, iba a romperme... y a reconstruirme al mismo tiempo.

Él ni siquiera me miró. Solo seguía bailando, con la precisión de alguien que parecía haber nacido para eso. No eran solo sus pasos; era la intensidad. Como si cada movimiento fuera una súplica silenciosa al universo para que le diera una oportunidad.

Cuando hablé con él por primera vez fue cuando nos encontramos frente a frente.

—Oh chica nueva...Creo que eres la nueva del grupo vocal.

—Soy Miranda, un gusto, y sí soy la nueva.

La forma en que me veía aceleraba mi corazón por completo. Desconocía la razón, sin embargo, una sonrisa tonta apareció en mi rostro.

—Mi nombre es Seung...He estado aquí por más de un año. Espero debutar pronto en el nuevo grupo de la empresa junto a Noah, Edward, Hayden y Shen.

—Estoy segura de que así será.

Él estaba a punto de decirme algo más cuando una idol famosa apareció en el pasillo. Me puse nerviosa al verla, fue el momento exacto en el que supe que mi vida había cambiado.

Cabello castaño y sonrisa peculiar. Se trataba de Mei del extraordinario grupo Sunset, el grupo de chicas que conquistaba cada rincón de Corea y del mundo.

—Seung, te están buscando...

—Gracias Mei, lo siento Miranda...Creo que debo irme, espero volver a verte.

—Tranquilo...Puedes irte.

Me sonrojé cuando noté la mirada que me lanzó antes de irse, hizo una referencia ante Mei y se alejó.

—Bienvenida a la empresa —me dijo ella con una sonrisa —. Y si aceptas un consejo de alguien con más experiencia, no te enamores de él. Seung es un chico genial, pero está prohibido enamorarse. Al final, aquí no está permitido amar porque si quieres soñar en realidad; arriesga todo lo que alguna vez llegaste a considerar importante y lucha hasta conseguirlo.

Y yo... yo quería lo mismo.

Después de mi encuentro casual con una idol que admiraba, conocí a alguien más que nunca había visto.

—¿Eres nueva? —preguntó una voz femenina detrás de mí. Me giré con sobresalto. Una chica con coleta alta y ojos delineados me sonrió sin mucha emoción—. Vas al grupo de vocal, ¿cierto? Todo el mundo está hablando sobre una nueva chica que proviene de China que canta como los mismos dioses...Incluso el ceo está muy emocionado, o eso es lo que escuché.

—No soy la gran cosa, pero mi nombre es Miranda en todo caso.

Asentí, sintiéndome una nota desafinada en medio de una sinfonía perfecta.

Me presenté. Ella no me dijo su nombre.

Las primeras semanas fueron duras. Me dolían músculos que ni sabía que tenía, y a veces, lloraba en silencio en la ducha del dormitorio para no preocupar a mis padres. Mamá me escribía todos los días, preguntando si ya había comido. Papá solo preguntaba si estaba estudiando también, "por si acaso la música no funcionaba".

Y Seung... Seung seguía practicando hasta tarde, casi siempre solo. A veces coincidíamos en los pasillos o en la máquina de agua. Nos dábamos una leve reverencia, un "hola" cortés. Nada más.

Pero había algo en él que me atrapaba.

Él me atrapaba por completo.

No era el chico guapo de dorama ni el idol perfecto. Era la concentración en su mirada, la forma en que se frustraba cuando un paso no salía. La manera en que se quedaba quieto, solo unos segundos más, respirando frente al espejo, como si buscara dentro de sí mismo la fuerza para no rendirse.

Me hacía preguntarme si yo también me veía así cuando nadie me miraba.

Una noche, el destino, o quizás el agotamiento del sistema, nos puso juntos en una evaluación conjunta. Vocal y danza. Una presentación en dúo. Por alguna razón, alguien decidió que Miranda Wang, la chica extranjera de pronunciación rara, debía emparejarse con Seung, el favorito del grupo de coreografía.

Pensé que iba a protestar. Que iba a pedir a alguien de su nivel.

Pero no lo hizo.

Sorprendentemente lo aceptó.

—¿Qué canción te gusta? —preguntó, con voz baja y acento suave, como si las palabras fueran cristal.

—¿Inglés o coreano? —respondí, insegura.

—La que te haga sentir. No importa el idioma, solo elige una canción que te haga sentir, así podrás no solo cantarla...La interpretarás y eso es justo lo que necesitamos para destacar aquí.

No sé por qué, pero esa frase se me quedó clavada en el corazón.

Elegimos una balada lenta. Pasamos horas practicando. Él me corregía con paciencia, sin reírse de mis errores. Yo intentaba seguir sus pasos, como si pudiera aprender a bailar con solo observar la forma en que él respiraba.

Y una noche, después de un ensayo extenuante, nos quedamos sentados en el suelo, compartiendo una botella de agua.

—¿Por qué viniste a Corea? —me preguntó.

—Porque aquí... los sueños parecen posibles —respondí. Y entonces le devolví la pregunta—. ¿Y tú?

Seung no contestó de inmediato. Solo bajó la mirada y dijo, casi como un susurro:

—Porque aquí... los sueños también duelen.

No supe qué decir. Pero desde ese momento, algo invisible e intenso empezó a crecer entre nosotros. Un hilo. Una nota. Un eco.

No era amor. Aún no.

Era algo más cruel y más bonito.

Era esperanza.

A la mañana siguiente, llegué al estudio antes que todos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.