Desperté arrebatadoramente desganada a la mañana siguiente. El último sueño en un bosque oscuro con la bestia de mis pesadillas me acechaba en mordaces pensamientos de contraposición.
El cielo de un otoño próximo acaparaba la atención al otro extremo de la habitación y el olor a tierra mojada y brisa fría surcando los cortinajes oscuros impartieron un recuerdo nebuloso de mi entrañable noche con Seth.
No nos tomó demasiado tiempo de la noche para regresar a mi departamento; sin embargo, no estaba segura exactamente en qué momento lo habíamos hecho. El tiempo se distorsionaba con él.
La tormenta se había desatado en el condado finalmente y las avenidas cercanas a la costa estaban decantadas de agua estancada y hojas y ramas caídas desde el bosque. Un clima estremecedor vibraba con mal augurio al otro lado del ventanal y la sensación de ahogo se meció con fuerza en mi pecho.
— ¿Ari? —Corrí hacia la otra habitación alarmada—. ¿Ari? —La aludida dormitaba aún sobre las cálidas sábanas de su lecho—. Ariadna despierta.
Me apretujé sobre la cama y la abracé fuertemente sintiéndome tan necesitada de atención. Mi corazón dio un tropiezo cuando ella no reaccionó.
—Ariadna, dime qué dijo mi madre. ¿Ella sabe dónde estamos? ¿Te dijo cómo nos encontró? ¿Cuándo vendrá?
Un sonido gutural emergió de la garganta de mi amiga.
—Lo sabía —me dejé caer boca arriba con los ojos sobre el techo―, yo te lo dije, Ari, ella nos encontraría. Jamás me permitirá estar bien... Ella simplemente no quiere escuchar no... Nunca podré librarme de ellos, no después de lo que pasó con Jenks. Estoy segura de que ellos lo saben.
Lágrimas picaron mis ojos. Sentí el brazo de Ari rodearme con ternura y me dejó un beso sobre la frente que me hizo sentir tan pequeña e indefensa.
—Todo estará bien.
—No, no lo estará si ella nos encuentra aquí. Tenemos que huir. De nuevo y otra vez y las veces que sean necesarias si así consigo que me deje en paz.
— ¿Y escaparás toda tu vida? —Intervino Ariadna, abriendo los ojos—. ¿Es así como quieres vivir? Nunca tendrás nada a menos que la enfrentes.
— ¿Qué supones que debo decirle? Mamá, lo siento pero no quiero estar cerca de ti, ya no quiero ser judía, me asustan tus historias y me dan pesadillas. Sueño con sombras y las veo despierta. Sé que piensas que son demonios y tal vez lo sean porque siempre aparecen cuando me pongo en peligro y, ¡oh!, ¿recuerdas al chico Jenks que papá echó de mi vida? Pues él realmente no desapareció de su casa, yo...
—Selene, cálmate —interrumpió ella con enfado.
—No quiero.
—No seas infantil. Escucha —Ariadna se sentó finalmente en la cama—, ella no vendrá a buscarte porque tú vas a explicarle tus inquietudes. No, escucha, convéncela de que estás bien, de que continúas leyendo la Torá y practicando el hebreo como ella desea. Explícale que te trasladaste aquí para estudiar, hazla sentir que continúas siendo lo que ella quería y tal vez tengamos oportunidad de mantenerla alejada por un buen tiempo.
—No funcionará.
Estoy completamente segura que ella no va a escuchar.
—Bueno, no se pierde nada con intentarlo, amiga. Y, con respecto a Jenks...
—Lo siento.
—No hemos hablado nunca acerca de eso.
—Y así continuará, Ariadna —ella esbozó una mueca de condescendencia y resoplé―. Siento hablar así, sé que quieres saber y la verdad es que lo que sucedió esa noche, Ari... Es que yo aún...
Sentía una opresión en mi pecho, dolor agudo punzándome desde el interior. Dolía aún como la primera vez que lloré por él. Tal vez incluso más.
—Tranquila —Ariadna acarició mi espalda—, hablaremos cuando tú estés lista.
El peso de la culpa carcomería por dentro por siempre ante el recuerdo de aquel incidente.
Por otro lado, se trataba de mi madre, de quien había estado a su cargo por poco más de diecisiete años.
Conocía cada pensamiento ruin que esa mujer resguardaba y sabía que no tenía escapatoria. Por ello, cuando finalmente recibí esa llamada, la poca autoestima resbaló por entre mis dedos al contestar.
—Sabes que has hecho mal en huir, Selene, hija. El rabino ha pedido por tu regreso desde que no supimos de ti. Lo mejor sería que ya volvieras, sabes los peligros que acechan a esta familia, hija mía. No podemos permitir obrar en contra de la protección de...
—Mamá —interrumpí—, también me alegra oírte. Pero no puedo regresar. He venido aquí tan sólo para estudiar, eso puedo asegurárselos con el instituto...
—Es que tú no puedes estudiar en otra parte más que aquí, donde tu familia puede protegerte y donde puedas alejarte lo más que puedas de esa amiga tuya y mala influencia...
—Ella no está aquí conmigo.
— ¿Ah, no?
—No. Si vinimos juntas, pero vivimos en lugares diferentes así puedo practicar mi hebreo y continuar estudiando el Tanaj.
— ¿No has abandonado tu pueblo? —Inquirió ella con asombro.
—Claro que no, mamá. Es lo que soy y lo que seré siempre. Por eso no tienes que preocuparte en lo absoluto porque...
—Claro que me preocupo, y lo hago todo el tiempo cuando se trata de ti, que estás a la merced del peligro en un lugar extraño y alejado de tu rabino. ¿Cómo tomas las decisiones tú sola? ¿Cómo resuelves tus problemas sin el consentimiento de tu padre y madre? —La oí suspirar—. No, hija mía, tú no puedes vivir sola. No sin nosotros, querida mía.
—Mamá, estoy bien, te lo aseguro.
—No, no estás bien, hija, necesitas de tu rabino para la lectura de la Torá y necesitas de su protección también contra lo que pueda estar persiguiéndote... Tú sabes a qué demonios se enfrenta esta familia desde hace siglos, hija. Estamos condenados desde el principio de los tiempos, marcados para ser cazados.
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Editado: 16.05.2020