DURAZNO
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; lo intenté.
Aún cuando siento que no puedo.
Mi pecho duele y aquel cosquilleo molesto se extiende por todas partes. Siento ardor en mis ojos y no me veo capaz de moverme.
Pero estoy en la enfermería.
A salvo.
Sin sangre.
Y con Kaia a mi lado.
—¿Qué sucedió? —me preguntó con preocupación cuando al fin logré mirarla.
Lo recuerdo. Claro que lo hago. La imagen posiblemente sea el motivo de mis próximas pesadillas.
Pero no puedo decírselo.
¿Qué pensaría ella de mí?
—Cuando lo pienso... mis recuerdos se vuelven difusos y solo veo negro.
—Es absolutamente normal. Madame Pomfrey dijo que llegaste muy mal aquí.
La miré.
Bajo sus ojos hay humedad, y sus mejillas no son tan cálidas como siempre. Su rostro está pálido. Sus manos tiemblan.
Ella está así por mi culpa.
Siempre es mi culpa.
—Kaia, deberías irte.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No es sano para ti que estés conmigo. Ni ahora. Ni mañana. Ni... nunca.
Ella sacudió su cabeza, mirándome con confusión— ¿Por qué estás diciéndome esto?
—Porque es la verdad —murmuré—. No soy un buen amigo Kaia. No tienes por qué seguir aquí .
—Estoy aquí porque quiero. Porque me preocupo por ti.
—Kaia...
—¿Es que no lo ves?
Mi rostro perdió la tensión y mis ojos se encontraron con los suyos cuando ella se abalanzó sobre mí.
Sus manos ahuecaron mi rostro y sus labios tomaron los míos.
Todo dentro de mi estalló, como fuegos artificiales adueñándose de mi pecho.
Y no lo pude evitar, no me aparté.
Aunque sus labios no sabían a durazno.
Sabían a ella. A Kaia. Dulces y sinceros.
Supe que estaba jodido entonces porque, ahora no querría para de probarlos.