En su trono, se encontraba exhorta en sus pensamientos.
Sabía que si estuvieran vivos su padre o madre, ellos encontrarían la solución a los problemas que ahora todos en el reino estaban padeciendo.
Aunque se tocaba la cabeza buscando una solución, no la encontraba.
Pensaba que debía ser mejor para su pueblo, entregar el reino a su enemigo.
A ese, con quien están están en disputa, desde varios años atrás.
Había pensado en viajar y pedir ayuda algún aliado, pero al final decidió no hacerlo.
Mas por los desastres que padecía el mundo en todas partes, y porque tampoco tenía el conocimiento o experiencia para tratar a aquellas personas. Sabía que esas personas no la tenían confianza como a sus padres.
La joven reina había sido coronada intempestivamente.
En una mañana; la despertaron y la prepararon con sumo detalle, como se hace a una persona, que va subir al trono como nuevo soberano.
Aquella que tendrá potestad sobre la vida de cada ciudadano, y poder absoluto sobre todos los territorios en la palma de su mano.
Viendo la muerte llegar a ambos soberanos.
El poder del reino, junto con la moral de los pobladores, empezó a decaer drásticamente, hasta llegar a limites jamás vistos a anteriores reinados.
Ayudo más que a esto sucediera; la guerra que mantenía con el enemigo y la plaga desconocida que había aparecido en el mundo. Hizo que la mayoría de los nobles, sus amigas cercanas y aliados en otros lugares, se alejen tras ver la inequívoca caída de su reino. Dejando abandonada a la joven heredera.
(¡El legado que ha pertenecido a mi familia desde siempre! ¡No puedo entregar a mi enemigo! ¡No quiero hacerlo!... ¡No lo hare!) Pensó.
Una mujer había entrado por la puerta principal y se había acercado.
—Mi reina, debe comer —Le dijo.
La joven, levanto su mirada hacia ella y le respondió:
—¡No puedo huir y abandonar lo que mi familia ha construido! ¡Debo luchar por el!... ¡Ayúdame a llegar hasta los nobles en otro reino que conozcas y yo hare el resto!... ¡Por favor, te lo pido!
—¡Espera!... ¡Mejor llévame a esa ciudad, esa que todos hablan!
La mujer que había entrado, miro a la joven con ternura, luego se acercó a ella y la abrazo.
—Mi niña, no se preocupe más.
Después llevo a la joven a su alcoba.
La acerco a su cama, levanto las sabanas y la acostó. Cubrió su cuerpo con las telas para que descansara.
Ella se quedó todo este tiempo a su lado, esperando que se durmiera.
Al ver que entrecerraba sus ojos, para entregarse a un largo descanso.
Puso suavemente su mano sobre la frente de la joven.
—Dios, ayúdala... ¡Ayúdanos! —La mujer dijo en voz baja.