Shira: La joven guerrera

Capítulo ⅩⅤⅠ

Abrí mis ojos repentinamente y miré donde aquel ser había clavado su espada. Mi ropa era diferente, mi cabeza daba vueltas, confundida me puse de pie tambaleando, no sentía mi herida. Busqué a Hatalayenth, a Jenay, o a algún Elfo con mis ojos, pero no había nadie, no me encontraba en el mismo lugar, la noche era más oscura y fría, el aire era pesado, a penas podía respirar.

La ropa que llevaba era blanca, un vestido viejo, parecido al que solía usar mi madre.

Traté de ayudarme con la luz de la Luna para iluminar al menos mi paso, tropecé varias veces con ramas rastreras y sólo capté en medio reflejo que estaba en un bosque.

Escuché a una niña de no más de diez años, y me provocó miedo, su risa no era tenebrosa pero era extraño que una niña estuviera en el bosque, así que, curiosa me llevé por la melodía de sus risas y las pequeñas palabras que emitía de sus labios. A lo lejos figuré su cuerpo, estaba sobre un árbol de hojas azules, me asusté demasiado y quise correr a advertirle. En ese mismo momento llegó un ángel. Lo reconocí de inmediato, era mi tío...  "¿Estoy en el pasado?" —pensé.

Una sensación de remordimiento invadió todo mi cuerpo y al tratar de gritar para cambiar lo que iba a suceder. No pude, corrí a ellos pero ya era muy tarde, habíamos caído. Así como se escuchó el golpe, sentí un derrumbe en mi pecho, quedé paralizada, sólo mis lágrimas reaccionaron a mi cuerpo.

Quedé sorprendida con la escena que tuve frente a mí, no era la misma que recordaba, no era la qué había vivido, pues Júpiter abrió sus brazos para mirarme, pero mis ojos estaban cerrados, sacudió mi cuerpo varias veces pronunciando mi nombre mientras lloraba, pero mi cuerpo no reaccionaba.

Quise acercarme pero sentí que había un muro invisible que no me permitía pasar hacia aquel lugar.

Traté de hablar pero no me salían las palabras, sólo se derramaban mis lágrimas. Entonces Júpiter, teniéndome entre sus brazos, pronunció las siguientes palabras.

—Tienes que despertar Shira, tienes que despertar —me sentía extraña porque en mi memoria, las cosas no pasaban así, pero sentí que nuevamente pude estar en brazos de mi tío. Él secó sus lágrimas y repitió las mismas palabras. Pero entonces, apartó su mirada de aquel cuerpo sin vida y me enfocó a mí, la que estaba de pie frente a ellos, la que se supone que no estaba allí.

—Tienes que despertar Shira —lo dijo de forma tan seria que inmediatamente supe que podía verme, se puso de pie, acercándose. Traté de hablar pero nuevamente, mis palabras no lograban salir, él quedó frente a mí, sin embargo aquel muro invisible nos dividía.

—Tienes que despertar —me miraba fijamente a los ojos y llorando quise decirle lo mucho que lo extrañaba y necesitaba, pero nada salía de mi boca. Al observar mi alrededor, unas sombras negras a las que sólo se le iluminaban los ojos, me miraron.

—¡Tienes que despertar Shira! —Gritó por última vez y sólo pude ver como se sentaba nuevamente en dónde había caído. Antes de salir corriendo pues las sombras negras suspendidas del suelo, comenzaron a seguirme.

Corrí entre los árboles sin saber a dónde dirigirme, estaba desarmada, indefensa, las ramas golpeaban mi cuerpo pero ignoraba el dolor por la adrenalina, aquella sombras gritaban tan agudas que sentía que se explotarían mis oídos. Pero más qué todo, sentía tristeza, había revivido ese momento de dolor como si hubiese abierto una herida, el dolor en mi pecho me hacía sentir mi cuerpo más pesado y débil.

Seguí corriendo por el último mandato que me hizo mi tío, pero recordé que él me dijo que despertara, no que corriera. En ese mismo momento tropecé y caí boca abajo, me giré como pude pero ya las sombras habían rodeado mi cuerpo, sin dejarme escapatoria.

Al unísono, gritaron tan fuerte que hicieron que sangraran mis oídos, mis huesos temblaban al mismo ritmo en que gritaban y mi corazón tan acelerado no pudo resistir más.

—¡Eres un castigo de la humanidad, la eterna maldad te perseguirá! —gritaron y una de las sombras golpeó algo pesado contra mi estómago con tanta fuerza que solté un bramido de dolor, todo mi cuerpo se estremece al compás de aquel peso que lastimaba mi estómago.

    —¡Basta! ¡Basta! —grité sentándome en el piso lo más rápido posible y protegiendo mi estómago para que no siguieran lastimándome. Con mi otra mano tiro hacia todos lados en defensa, golpeando cualquier cosa. El ruido espantoso de aquellas sombras había desaparecido y logro escuchar el susurro de una voz femenina, pero mis oídos están tan débiles qué no logran entender lo qué dice, mis ojos están abiertos pero sólo veo la oscuridad.

Presioné mi estómago para protegerlo y sentí una herida abierta.

—Deja de tocarte allí o te lastimarás —escuché. La voz estaba dispersada y desenfocada, no sabía de donde venía, parecía que se encontraba en mi cabeza, todo mi cuerpo temblaba. —Tranquilízate, respira —dijo esa voz, acarició mis mejillas pero con mi mano, de golpe, lo quité de encima.

Miré a todos lados como un ciego buscando la luz, traté de concentrarme en el sonido de su voz y poco a poco recuperé la vista.

Era Eider, quería darle una golpiza pero no tenía fuerzas para eso.

—Tuviste una extraña visión del recuerdo que también forma parte de tu futuro o presente —me dejé caer en el suelo nuevamente, mis labios estaban resecos, mi cabeza dolía al igual que mi herida, y a pesar de que tenía un frío que calaba hasta mis huesos, también tenía fiebre.

—¿También eres vidente? —dijo una voz masculina y abrí mis ojos a pesar de que me pesaban, la voz provenía de Jenay.

—Algo así —le contestó Eider. —Casi te desangras Shira, cuando desperté de mi desmayo pronunciaste unas palabras que nos ayudaron a vencer a aquellos seres, sus ojos.

—Sí, te debemos todo Shira. —Expresó un elfo, ayudante de enfermería.

—Sólo quedan cuarenta y siete días para la Luna Azul, y estás muy mal. En ese tiempo no te podrás recuperar. —dijo Elioth.




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