NADYA
Mis ayudantes ya me habían informado de que John estaba en Casablanca. Tan solo esperaba el momento de verlo entrar por la puerta y ver su cara otra vez. Para nadie en mi Continental era una sorpresa, y esperaban como yo su llegada.
De hecho, su llegada a mi ciudad a través del salvoconducto de La Directora, había hecho que le diera un paso seguro hasta mí, una especie de amnistía.
-Buena suerte, señor Jonathan. Buena suerte.
Escuché como se iba mi ayudante y observé a una distancia prudencial y oculta su presencia.
Vestía traje, como siempre. Iba magullado por las peleas a las que sin duda se había tenido que enfrentar. Se encontraría cansado del viaje, pero también de mantenerse con vida.
Paseó por mi despacho y se paró a ver las fotos que tenía expuestas sobre la mesa. Fotos donde estaba con mi hija. Se me paró el corazón.
Cogió una más de cerca para verla y mis perros salieron a recibirlo, ladrando y gruñéndole.
-¿Te gustan los perros, John? –me anuncié desde la oscuridad-.
-¿Nadya? –noté incredulidad en su voz, como siempre-.
Levantó las manos en acto de paz, pero yo levanté mi arma de todas formas. Le disparé en el hombro y cayó al suelo.
-Nadya, no me puedes matar en el Continental.
-No te he matado, sólo te disparo –disfruté al verle en el suelo, para qué negarlo-. Bonito traje.
-Encantado de verte también –dijo tocándose el hombro que no había resultado dañado, pues vestía un traje táctico-.
-Debería dispararte a la cabeza ahora mismo.
¿Cómo habíamos llegado a este punto? ¿Quién, en sus cabales, habría dicho que me iba a encontrar en esta situación otra vez con él? Parece que no me desligaría de él nunca, ni aunque hubieran pasado cinco años en los que habían sucedido muchas cosas en mi vida y en la suya.
El universo no me daba un descanso.
-Lo sé.
Mientras se levantaba, sentía como la sangre circulaba más y más rápido por el cuerpo. Si no me hacía cargo de la situación, pronto me vería envuelta en algo en lo que querría no estar involucrada.
-No te atrevas a venir aquí a pedirme nada John. No lo hagas.
-Sé que no puedo pedirte nada, y menos cuando todavía te debo un pagaré. Pero es a vida o muerte.
Bajé el arma, pues sabía que no me iba a conseguir librar de él. A vida o muerte. Todo lo que se trataba de él siempre era a vida o a muerte.
Siempre me había preguntado si John había aportado más oscuridad que luz a mi vida, aunque no se puede negar que estos últimos siete años habían sido la oscuridad completa para mí, excepto por mi hija, que era la luz absoluta.
-Sit.
Y mis fieles perros se sentaron.
-Te lo decía a ti también, John.
Me senté en el sofá que presidía mi despacho, manteniendo a mis perros en los costados de John, vigilantes.
Habían sido entrenados con el único propósito de defendernos a mí y a Aisha, y lo hacían muy bien.
-¿Eres consciente de que ahora estoy en la gerencia? Ya no estoy en servicios John. Así que no voy por ahí, disparando a gente en la cabeza.
-No te estoy pidiendo que mates a nadie, solo te pido que me lleves hasta él.
-¿Hasta quién?
-Tu primer jefe.
-¿Quieres matar a Berrada?
Al acabar el entrenamiento en casa de La Directora, mi primer jefe fue Berrada, líder de un clan oculto y disoluto, si se le pueden llamar de alguna manera. Fueron pocos los años que trabajé para él, casi los recuerdo bajo una neblina.
-No voy a matarle, solo quiero hablar.
-¿Qué es lo que podría hacer él por ti?
-Guiarme.
-Oye, hice un trato cuando acepté dirigir este hotel. Y ese trato exigía que debía seguir las reglas de la mesa. Si no vas a matarle, él si te matará a ti, y seguramente a mí también por llevarte hasta allí. Si cometo un solo error, si tengo un solo enemigo, tal vez alguien salga en busca de mi hija. Y sé que no es asunto tuyo John, pero no es un riesgo que pueda asumir. Lo siento.
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Editado: 29.09.2021